FM En una entrevista a Edgar O’Hara, Carlos Germán Belli
dice que el poeta, lejos de ser un “mero versificador”, es “el hombre desligado
de la historia, el no-cómplice con la historia, el devoto de la poesía y al
final de cuentas el devoto de lo absoluto, de lo desconocido”. ¿Compartes esa
definición? En tal caso, ¿qué buscas con tu poesía? ¿Qué crees que pueda
alcanzar la poesía que escribe Américo Ferrari?
AF Sí. Totalmente de acuerdo con lo que dice Belli. Es
cierto que la poesía estuvo vinculada con la versificación por lo menos hasta
que apareció el poema en prosa que irrumpe no con Gaspard de la nuit de Aloysius Bertrand en 1842 como pretenden los
franceses, sino con Hymnen an die Nacht
de Novalis, poemas en prosa en su mayoría, redactados en 1799-1800 y cuya
primera versión fue escrita en lo que hoy llamaríamos “versos libres”. Y me
parece evidente que, para limitarme aquí a lo escrito en español y en el siglo
XX, muchas páginas en prosa de César Vallejo, Oliverio Girondo, José María
Eguren, José Lezama Lima, Juan Rulfo, Martín Adán, José María Arguedas en
América, Luis Cernuda, José Ángel Valente o Antonio Gamoneda en España, entre
otros, están impregnadas de poesía. Y me parece evidente también que desde
siempre el poeta que no es un simple versificador busca lo absoluto y bucea en
lo desconocido y escribe desde una obsesión y no sobre un “tema”. “Siempre a lo
desconocido” es el lema de José María Eguren. En este sentido dice Novalis en
uno de sus fragmentos: “Wir suchen
überall das Unbedingte un finden nur
Dinge”: Buscamos por doquiera el
absoluto y sólo encontramos cosas
(“das Unbedingte” en alemán significa literalmente “lo no cosificado”, de
Ding=cosa). Y en realidad, lo primero, creo, que uno encuentra es esa noche por
la que peregrina el alma en busca del amado en la poesía de San Juan de la
Cruz. Personalmente, la experiencia que yo tengo de la escritura del poema es
la de la fatigante busca del algo oscuro que nos llama desde la noche y que se
esquiva en cuanto las palabras del poema pretenden asirlo, algo inasible, como
el aire y la noche y que como la noche y el aire acaba por producir
enfermedades, creo haber dicho en un texto intitulado “Qué es poesía dices mientras
clavas”, recordando a Bécquer. El gran poeta peruano Martín Adán escribió unos
versos que dicen, o no dicen, así: “Poesía no dice nada / Poesía se está
callada / Escuchando su propia voz”. Poesía dice nada o dice la nada que
subyace en todo decir. Y consecuentemente todo lo que puede hacer un poeta es
garabatear en un papel unas palabras oscuras que alcanzarán quizás a alguien o
no alcanzarán a nadie, lo sabe Dios, y es así, pienso, como Paul Celan escribió
un poema cuyo primer verso dice: “El poema es una botella echada al mar”: por
un náufrago de la palabra, naturalmente. Quizás alguien encontrará y abrirá esa
botella varada en cualquier playa y leerá el mensaje, o quizá también la tirará
sin abrirla, y nadie lo sabrá; en todo caso no el poeta, seguramente.
FM Hay un verso tuyo que habla de “mi íntima fealdad de mi
aborrible / mí mismo”, lo que me lleva a indagar sobre el espacio que habita la
belleza. Si es verdad que solamente la encontramos en el fondo pleno de lo
desconocido, lo que llamas “mí mismo” jamás podría contener lo desconocido. ¿La
belleza estaría siempre en el otro? ¿Y sólo existiría en condición de
busca, jamás de reconocimiento?
AF El espacio que habita la belleza… Quizás sea
sencillamente un espacio que el artista crea a medias (en las artes plásticas
como en la poesía y en la música) junto con el objeto bello; a medias, porque
la otra mitad la crea el que mira, oye o lee. Sí, la belleza, creo yo, está
siempre en el otro, el que recrea la obra y pone el sentido que pro-pone el
autor. Es así como el mismo Novalis, que ya he citado, dice en uno de sus
fragmentos que el autor no debe subrayar porque al hacerlo usurpa una función
que incumbe solamente al lector, aquel en quien la obra propuesta finalmente se
compone. Un poema se compone tantas veces como es leído y esta múltiple
recomposición es fundamental. Borges dice con ironía y melancolía que cada vez
hay menos lectores porque todos quieren hoy ser escritores. Más de una vez he
visto poemas míos en antologías, y esos poemas no son precisamente los que yo
hubiera elegido para meterlos en esa antología, pero está claro que es el
lector antólogo el que tiene la última palabra. Así que tienes razón, la
belleza está siempre en el otro y existe en condición de busca más que de
reconocimiento.
FM Estamos a treinta años de la publicación de tu primer
libro, El silencio las palabras
(1972). Cuando publicaste Tierra
desterrada (1981), considerabas éste “más elaborado que todo lo anterior”.
Viéndolo hoy con distanciamiento, como situarías aquel primer libro en tu
poética? ¿Y aún consideras que “el proyecto poético es, en cierta forma,
inconsciente y seguramente lo descubre el lector más que el autor”?
AF Efectivamente, El
silencio las palabras va a cumplir treinta años y yo iba a cumplir cuarenta
y tres cuando publiqué ese primer libro casi al mismo tiempo que una plaquette
de trece sonetos, Espejo de la ausencia y
la presencia. La verdad es que nunca he tenido mucha prisa para publicar.
Siempre me ha parecido que hay que dejar reposar los textos escritos, como las
botellas de vino. Los trece sonetos de Espejo
de la ausencia y la presencia preludian los veinte de Tierra desterrada, total 33 sonetos, número sagrado, y ahí paré de
trabajar sobre esa forma formal y exigente: esa exigencia atrae y la magia de
la rima que acaba por decir lo que tú no habías pensado en decir. Dice Quevedo,
zahiriendo a un versificador de su tiempo que dedica un soneto a una dama:
“Dijo que su belleza era absoluta / Y aunque era más honesta que Lucrecia / Por
dar fin al terceto la hizo puta”: de no haberla hecho puta tenía que hacerla
disoluta, bruta o hirsuta, la rima no admitía otra cosa. Y lo mismo me ocurría
a mí, por ejemplo en el soneto “Adónde vamos cuando avanzamos”: dice en el
último terceto que “se hace a la derecha el de la izquierda” y entonces ya no
me quedaba sino dar fin al soneto diciendo que vamos progresivos a la mierda… A
qué otra parte podemos ir en medio de ese embrollo de la derecha y de la
izquierda. En cuanto al proyecto poético, está claro que el autor propone y el
lector dispone y descubre o, mejor dicho inventa,
en el significado etimológico de la palabra,
los sentidos múltiples replegados en el poema. Hay sobre esto una anécdota
de Rimbaud a quien su madre le preguntó en qué sentido había que interpretar
uno de sus poemas y Rimbaud le contestó: en su sentido literal y en todos los
demás. Todos los demás estaban a cargo del lector, no del poeta.
FM ¿En qué se basa, exactamente, ese “desfase con lo que se
está haciendo en el Perú actualmente”, según has dicho con referencia a tu obra
poética?
AF En el Perú como, creo, en toda América, se está haciendo
actualmente mucha poesía. Pero en países como el mío, ricos en imaginación y
paupérrimos en dinero y por consiguiente en editoriales -países donde se escribe,
pienso, mucha poesía que se edita poco y se difunde menos-, es bien difícil
ponerse al día y saber lo que están creando tantos poetas no difundidos o mal
difundidos, sobre todo cuando uno está viviendo a 12.000 kilómetros de
distancia del país. Ahora, si yo he dicho eso que tú citas, será por referencia
a las llamadas “generaciones” sobre todo de los 60 y los 70. Hay que decir a
este respecto que hablar de generaciones cuando se trata simplemente de
decenios es aberrante: se puede hablar de generación sólo en los casos en que
unos poetas se agrupan en torno a un proyecto común, un credo, un manifiesto,
como puede haber sido el caso de la generación del 98 o la generación del 27 en
España o de la poesía concreta en Brasil, la “Beat Generation” en Estados
Unidos, o el movimiento “Hora zero” de los años 70 en el Perú. Yo empecé a
escribir una poesía pseudosurrealista a finales de los años 40 y principios de
los 50 influenciado sin duda por la personalidad y la poesía cautivantes de
César Moro, a quien estimaba, admiraba y quería muchísimo, y que tenía cuarenta
y siete años cuando yo cumplía veinte. Después fue una travesía del desierto
hasta ya empezados los años 60, y a través de los años se cruzaron seguramente
diversas afinidades con poetas mayores (no “influencias”, que es el nombre que
en italiano designa una enfermedad maligna y muy contagiosa que llamamos en
castellano “gripe”). Hay que decir que los mejores poetas peruanos de los años
50 (Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Sebastián Salazar Bondy, Blanca
Varela, Carlos Germán Belli entre otros) escribían cada cual por su camino y
según su inspiración y las obsesiones y la forma intransferibles que eran las
suyas y sin imitar a nadie. Cada poeta auténtico escribe desde el desierto en
que habita y que lo habita.
FM Dice el poeta mexicano Benjamín Valdivia que la poesía
“no es la locura sino la irrupción de elementos de locura en una realidad
avasalladora a los objetos”, que “no es el sueño sino la irrupción del sueño en
la trivialidad de la vigilia”. ¿Cómo ha sido tu convivencia poética con esos
elementos esenciales, la locura y el sueño?
AF Dice un dicho que de médico, poeta y loco todos tenemos
un poco… Pero no creo que la locura propiamente dicha, en su sentido clínico no
“figurado”, sea un estado compatible con el rigor, la lucidez y la medida que
requiere la creación de una obra poética. Mira los casos de dos excelsos poetas
que se volvieron locos, Hölderlin Y Nietzsche; el primero, ya loco, le quitó a
su piano todas las cuerdas menos una y tocaba una música monocorde, y dice la
anécdota que cuando lo visitaba un amigo, el poeta le preguntaba si quería que
le escribiera un poema sobre la primavera o sobre cualquier otro tema, y
escribía su verso temático, pero la poesía la había perdido junto con la razón.
Del segundo cuenta también la anécdota que, ya loco, tocaba el piano con los
pies y, por lo demás, no escribió ya nada. Lo que hay, creo, en el acto poético
es un estado de exaltación que se ha solido llamar “inspiración”, y que es como
algo que nos viniera de afuera. En realidad, yo creo que el poema lo dicta la
musa; en la edad media el poema se llamaba en español “dictado”, y parece que
es la misma etimología en el alemán “dichten” y “Dichtung”. Así que si queremos
llamar locura al estado de inspiración, exaltación o lucidez nocturna en que
nace el poema, de acuerdo, pues es verdad que en ciertos momentos de
inspiración un poeta puede estar, como se dice “fuera de sí” y en otro mundo
mientras dura la racha de la inspiración. En cambio, yo diría que el sueño y
los sueños sí que intervienen en la creación poética: El universo onírico marca
casi toda la poesía romántica alemana, y repercute con fuerza en la poesía de
Eguren y en el Surrealismo francés.
FM Naturalmente, concordamos en que la modernidad de la
poesía peruana se define a partir de César Vallejo (1892-1938) y José María
Eguren (1874-1942). ¿Cómo se verifica hoy la presencia de de ambos en esa
poesía?
AF En el Perú, como en toda América hubo desde los años 20
verdaderas constelaciones poéticas, lo que tú llamas “una multiplicidad de
voces que configura una sólida tradición poética”. Entre esas voces en el Perú
están las de César Moro, Xavier Abril, Oquendo de Amat, Enrique Peña
Barrenechea, Martín Adán, Emilio Adolfo Westphalen, nacidos todos entre 1903 y
1911 Resulta que los dos que se quedan afuera de esas constelaciones son esos
dos mayores que nacieron en 1875 (Eguren, junto con Lugones y Herrera y
Reissig) y en 1892 (Vallejo, un año después de Oliverio Girondo): son dos
estrellas aisladas que en realidad brillan cada una en su órbita. Eguren hizo
un comentario elogioso de Los heraldos
negros en una carta al autor; Vallejo hizo una entrevista a Eguren, y
después nada más. La poesía onírica, simbolista, musical y evanescente de Eguren
está en los antípodas de la manera barroca, áspera, desgarrada y expresionista
de Vallejo “sufriendo como sufr[e] del lenguaje directo del león” y que “quier[e] escribir pero se sient[e] puma”. En realidad los dos
rompen el molde, pero Eguren tuvo un ascendiente innegable sobre algunos de los
poetas que le sucedieron y que empezaron a escribir en los años 20-30 (Moro,
Martín Adán, Westphalen entre otros), no así Vallejo que estaba visiblemente en
otra onda.
FM Recuerdo que Stefan Baciu situó a Eguren y a Huidobro
como precursores del Surrealismo. Por su parte, Westphalen decía de Eguren que
“su actitud era opuesta a la del Surrealismo”, y que “esto lo reconocía el
próprio Huidobro, que siempre fue enemigo del Surrealismo”. Al pensar en en el
gran énfasis que la poesía de Eguren pone en la imagen, ¿le correspondería esa
condición precursora?
AF Coincido totalmente con eso que dice Stefan Baciu y desde
siempre lo he pensado: Eguren, al contrario de lo que han dicho algunos
críticos, no es un modernista tardío, sino un adelantado de la poesía onírica y
de la magia verbal que practicaron los surrealistas franceses más de un decenio
después, pero, claro, sin el menor asomo de escritura “automática” ni de
pertenencia a un grupo o capilla. Era un solitario, como Vallejo a su manera,
bien diferente de la de Eguren. Yo diría que hay una presencia de Eguren en
algunos poetas que le sucedieron, pero no de Vallejo que, en realidad, rompe el
molde, salvo quizás en Jorge Eduardo Eielson que, sobre todo en su etapa romana,
escribe una poesía del cuerpo, de la noche oscura del cuerpo y las funciones
fisiológicas, aunque él, en una entrevista que le hizo Martha Canfield, niega
toda vinculación con o todo ascendiente de Vallejo. Es, digamos, su opinión…
FM Eguren habla de una “metafísica de la belleza”, lo que me
lleva a indagar en qué se distingue la tensión metafísica de su poesía de la
que encontramos en Vallejo. Y sobre el
propio concepto de “literatura simbolista” que empleas en tu ensayo César
Vallejo entre la angustia y la esperanza. ¿Cómo observas esos dos aspectos,
relacionando las obras de ambos poetas?
AF Creo que ya en el párrafo anterior contesto esta
pregunta. En los dos poetas hay, me parece evidente, una tensión metafísica,
pero que en Eguren es la de un hombre solo con la poesía y la belleza, sin
ninguna aparente vinculación con la religión ni con la política; no es el caso
de Vallejo que tuvo siempre una fuerte impronta católica que se mezcla incluso
con su fe política en el marxismo o en el comunismo. No hay que olvidar que
César Vallejo nació en una familia ultracatólica de la sierra del Perú y tuvo
siempre un sentido religioso amalgamado con su fe o su esperanza comunista y su
obsesión de la redención del ser humano que ha de relizarse en una especie de más
allá de la historia, como sucede con muchos marxistas. Emilio Adolfo
Westphalen, quien siempre ha admirado mucho Trilce,
pero ha mirado siempre con reserva los aspectos que podríamos llamar
metafísicos o religiosos de la obra de Vallejo, me escribió un día,
refiriéndose a éste: “No podrás negar que no se puede ser impunemente nieto de
dos curas españoles”. Y Vallejo era efectivamente eso: nieto de dos curas
españoles y de dos indias chimú. Y yo creo que esa herencia la llevó siempre
hasta el momento de morir en que, según su viuda, le dictó las siguientes
palabras: “Sea cual fuere la causa que tenga que defender después de la muerte,
tengo un defensor: Dios”.
FM Hay una multiplicidad de voces en el Perú que configuran
una sólida tradición poética, a ejemplo de Martín Adán, César Moro, Emilio
Adolfo Westphalen, Carlos Germán Belli, Javier Sologuren, Américo Ferrari,
Jorge Eduardo Eielson e Blanca Varella. Con todo, se trata de poetas nacidos en
las tres primeras décadas del siglo pasado. ¿Hasta qué punto esas generaciones
se encuentran difundidas internacionalmente y qué voces actuales crees que
constituyan una continuidad relevante de esa tradición?
AF Los poetas que citas son ya, en cierta manera, clásicos,
pero me parece que es bien poca la resonancia que puedan haber tenido fuera del
Perú y sobre todo en Europa (lugar donde la poesía anda muy de capa caída); de
César Moro salió hace algunos años, al cuidado de André Coyné, un libro de
poemas en Madrid, en edición bilingüe, que recoge buena parte de su obra
surrealista; la obra poética de Westphalen acabó por publicarla Alianza
Editorial también en Madrid, a insistencia muy insistente de José Ángel
Valente, pero creo que ese libro cayó más o menos en el vacío de la
indiferencia por la poesía. La obra completa de Blanca Varela, para mí una de
las voces más impresionantes de la poesía contemporánea, ha salido
recientemente en una magnífica edición de Galaxia Gütemberg /Círculo de
Lectores en Barcelona. “Temo el quehacer que impone la lenta poesía”, dice un verso
de Martín Adán: la lenta poesía se difunde muy lentamente, y un poeta universal
como Vallejo empezó a ser publicado sólo veinte años después de su muerte.
Después del decenio del cincuenta Latinoamérica ha seguido produciendo muchos
grandes poetas, desde México hasta la Argentina, de norte a sur. Voces como las
de Homero Aridjis en México, Eugenio Montejo en Venezuela, Juan Manuel Roca en
Colombia, Oscar Hahn y Pedro Lastra en Chile, Jorge Boccanera en Argentina son
insoslayables, sin hablar de la efervescencia poética del Brasil, relativamente
mal conocida por la malhadada ignorancia de la lengua portuguesa que aqueja a
nuestro continente. En cuanto al Perú, después de los grandes poetas del
decenio del 50 no se puede no mencionar a Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostrosa,
Eduardo Chirinos, José Mazzotti, Magdalena Chocano, Rossella di Paolo
Ferrarini, Edgar O’Hara, Alonso Ruiz Rosas, Armando Rojas, Ricardo Silva
Santisteban, Carlos López Degregori, Jorge Nájar, Edgar O’Hara, entre otros. Y
cuántos otros que uno no conoce o conoce poco por falta de difusión editorial.
Pero lo que cuenta es que todos estos poetas, todos los poetas que viven y se
mueren, son la poesía y la poesía es inmortal. Te agradezco, Floriano, el
haberme dado la ocasión de decirlo para una revista del Brasil.
FM ¿Olvidamos algo?
AF No; sino que lo esenciaL está en el acto mismo de la
poesía que es olvido de la circunstancia que lo cerca y visión oscura del
centro que encandila la palabra: lugar donde todo cesa y donde uno se deja, como
el alma de San Juan de la Cruz al fin de su peregrinación se deja y olvida su
cuidado: “Cesó todo y dejéme / dejando mi cuidado / entre las azucenas
olvidado”.
[2002]
AMÉRICO FERRARI (Peru, 1929)
El
silencio las palabras, Málaga,
Cuadernos del Sur, publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce,
1972. / Espejo de la ausencia y la
presencia (trece sonetos y una canción), Málaga, Cuadernos de María Isabel,
publicaciones de la Librería Anticuaria El Guadalhorce, 1972. / Las metamorfosis de la evidencia, Lima,
Ediciones de La Clepsidra, 1974. / Tierra
desterrada, Lima, Arybalo, 1981. / Figura
para abolirse, Lisboa, edición de Paulo da Costa Domingos, 1985. Segunda
edición, Municipalidad de Trujillo, Casa del Artista, 1991. / La fiesta de los locos, Barcelona,
Auqui, 1991.
[Escritura
conquistada. Conversaciones
con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La
Rana. 2010.]
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