FM Empecemos con algunos aspectos históricos. En 1977, junto con otros escritores,
firmaste un Manifiesto trascendentalista. ¿Sabían ustedes de la existencia
de una generación trascendentalista en Puerto Rico? ¿Por qué ese título, y cuáles
eran los postulados que ustedes planteaban?
CFM En realidad le dimos el título al manifiesto después de haberlo redactado.
La intención original era denominarlo Manifiesto ultraliterario, o Hacia
una poesía ultraliteraria; no recuerdo bien. La noción de lo trascendental fue
engendrándose casi con la escritura de aquellas páginas; y cuando nos decidimos
a darle el título que ahora tiene, no partíamos de otras referencias más que de
unas pocas lecturas generales, y un conocimiento si se quiere escaso de la evolución
de la cultura. Puede sorprender, pero así fue. Desde luego, sabíamos que existían
corrientes de pensamiento con ese nombre; Kant, Emerson, Heidegger, pero nuestros
disparos se dirigían a otros sitios. Siempre tuvimos claro, sin embargo, que el
término trascendentalista iba a provocar críticas: por su ambigüedad, o por su apariencia
seudometafísica, en unos años en que la poesía en Centroamérica -y en general en
Hispanoamérica- reclamaba un espacio de acción política, y un compromiso (cuando
menos moral) con el entorno inmediato. Sé que muchos de quienes recriminaban nuestro
presunto “escapismo” ni siquiera leyeron el Manifiesto, en el que tratamos,
con claridad y decisión, el papel que debería cumplir la poesía en nuestra historia
presente. Pero no sin rubor, debo admitir que a nuestros veintitantos años teníamos
más entusiasmo que cultura literaria, y no conocíamos en detalle la literatura hispanoamericana
contemporánea, salvo los grandes hitos de entonces. Nada sabíamos de las letras
puertorriqueñas, por ejemplo. ¿Qué sosteníamos en el Manifiesto? Visto en
su conjunto, son unas cinco o seis ideas. La principal: que la poesía es un acto
verbal de la supraconciencia; es decir, un intento de trascender los signos de las
circunstancias; esa era (y es) nuestra conciencia de la historia. La segunda: que
había que hacer una crítica a la cultura de masas y al culto a la banalidad. La
tercera: que la poesía nos libera de los fanatismos de las ideologías contemporáneas.
La cuarta: que la especie humana vive en constante evolución y ampliación del conocimiento,
y por tanto, que la poesía es un instrumento suprarracional que nos ayuda a enriquecer
la conciencia. La quinta: que el lenguaje de la poesía, fundado en un orden y un
concepto distintos que el de la prosa, es el instrumento verbal para apropiarnos
de la realidad oculta e ignota que vivimos, pero que la cultura del racionalismo
ha escatimado o despreciado. Y, por último: que la poesía es comunicación integral
que propone modos, siempre en proceso de elaboración, de aprovechar las latencias
de la lengua; es decir, que partiendo de la literatura, busca ir más allá de ella,
trascenderla.
FM Como lo dices en el prólogo a tu Antología
Crítica de la Poesía de Costa Rica (1992), tu trabajo tiene en tu país ilustres
antecedentes. No obstante, si observamos las escasas antologías de la poesía hispanoamericanna
(las de José Olivio Jiménez, Julio Ortega, Juan Gustavo Cobo Borda etc.), notamos
que en ellas no ha sido incluido un solo poeta costarricense. ¿A qué atribuyes ese
hecho?
CFM A mí me parece que ha habido, históricamente, una combinación de indiferencia,
arrogancia y desconocimiento. Es cierto que en Costa Rica no han surgido capillas
literarias o propuestas estéticas dignas de recordación; pero ha habido y hay poetas
notables. Tal vez lo que hasta hace unos veinte años no existía era una crítica
literaria, verdaderamente crítica y verdaderamente literaria. Aun así, algunos de
nuestros novelistas han tenido más suerte, en materia editorial y de difusión. Nuestra
crítica literaria moderna ha nacido en las universidades, más que en las revistas
(escasas y efímeras) o en los diarios; pero todavía no ha madurado un auténtico
interés por situar nuestra poesía en el mapa literario hispanoamericano, porque
solemos ser algo reacios a reconocer el mérito de éste o aquél, y quizá también
porque algunos han preferido edificar sus propios pedestales y monumentos sin mirar
a los demás. Pero también ha habido cierto desprecio de parte de la crítica hispanoamericana
establecida. Y creo que a ese respecto intervienen otros factores: los poderes “geoculturales”,
por ejemplo; un canon literario hispanoamericano muy difícil de modificar a corto
plazo; y hasta una falta de cautela a la hora de seleccionar autores.
FM El nicaragüense Carlos Martínez Rivas ha elaborado dos antologías de la
obra poética de Francisco Amighetti y de Eunice Odio. En una entrevista con Pablo
Antonio Cuadra, este poeta recuerda las “estrechas relaciones” que los vanguardistas
nicaragüenses mantuvieron con Eunice Odio. ¿Sería Nicaragua el mejor ejemplo de
diálogo de la poesía costarricense con los demás países hispanoamericanos?
CFM Por razones de vecindad geográfica, y por compartir una historia cultural
y política, supongo que sí. Rubén Darío, por ejemplo, visitó en ocasiones Costa
Rica, y allí hizo amistades y hasta escribió poemas. Pero quizá, como lo ha dicho
Martínez Rivas, la verdadera relación literaria empezó a darse a partir de los movimientos
de vanguardia. En Nicaragua aparecieron grupos y revistas, como bien se sabe; en
Costa Rica surgió una estética de vanguardia, pero en autores individuales y muy
ocasionalmente alguna revista de la época -como el Repertorio Americano de
García Monge- arropó a algunos de ellos. Son los casos de Amighetti, de Max Jiménez,
de Isaac Felipe Azofeifa, o de Eunice Odio… Pero, en general, el diálogo literario
entre nuestros países centroamericanos ha sido escaso y un poco árido. En los últimos
años las universidades han promovido congresos y encuentros literarios, pero todavía
son insuficientes, porque me parece que lo primero que debemos recuperar es la reflexión
sobre las condiciones de nuestra identidad cultural, para luego hablar con propiedad
y soltura de las relaciones artísticas y literarias de la región. La clave de todo
ese proyecto debe ser, desde luego, actuar con rigor, con disciplina y con un gran
espíritu crítico.
FM Afirma el chileno Enrique Lihn (1929-1988): “Si descontamos la vertiente
de la poesía visual concreta o como se la llame, la corriente principal de la poesía
hispanoamericana es todavía, en muchos aspectos, heredera del simbolismo”. ¿Cómo
se valoraría ese punto de vista, si lo ponemos en relación solamente con el escenario
poético costarricense?
CFM Si algo hay del simbolismo en la poesía costarricense, proviene del modernismo,
como también ocurre en la mayor parte de la poesía hispanoamericana; y probablemente
también a través del Surrealismo, tan caro a algunos autores de vanguardia. Hay
que tener en cuenta que el problema de la formación de una literatura nacional se
dio en Costa Rica a principios del siglo XX, y que gran parte de su desarrollo ha
estado condicionado por ese proyecto. Los novelistas principalmente, pero también
los poetas, se han sentido cautivados por esta idea de hacer de la literatura una
representación de su país; buena parte de nuestra poesía quiere hablar de la patria,
el paisaje, sus seres y sus enseres. La herencia del simbolismo es otra cosa; mucho
tiene que ver con una percepción de la realidad que rebasa, y en mucho, la noción
documentalista o testimonial de la palabra. En el caso de Costa Rica, la poesía
“nacionalista” desempeñó un relevante papel, pero también admitió sus límites, cronológicos
y estéticos. Algunos buenos modernistas, como Roberto Brenes Mesén, y otros poetas
posteriores, sobre todo los que empezaron a producir en la década de 1950, recuperan
esa herencia simbolista de la que habla Lihn. La paradoja de la poesía (y así lo
entendíamos quienes firmamos el Manifiesto trascendentalista) es que al hablar de
la realidad, se habla de otra realidad, la oculta, la que apenas con símbolos podemos
intuir y nombrar. Creo que en eso consiste la herencia simbolista.
FM Algunos poetas y críticos brasileños consideran tardía la herencia del Surrealismo
en Hispanoamérica, y a la vez lamentan su influencia, puesto que acentuó cierta
tradición retórica de esa poesía, al alimentar una especie de “flujo torrencial”
-según uno de ellos, Haroldo de Campos-, e impedir “una mayor conciencia de los
problemas de estructuración del poema como objeto de signos”. ¿Hasta adónde coincides
con esas observaciones?
CFM La experiencia surrealista fue lo mejor que nos dejaron los movimientos
históricos de vanguardia. Sus raíces culturales son tan extensas, y sus fundamentos
estético-ideológicos tan vigorosos, que no podía haber sido de otro modo. Pero,
además, el Surrealismo superó con mucho los años de la moda vanguardista. Por eso,
no me parece exacto (y creo que ni justo) hablar de una herencia tardía en la poesía
hispanoamericana. Todo lo contrario: constituyó un verdadero caldo nutricio que
transformó y renovó el panorama poético, desde la década misma de 1930; basta releer
las Residencias de Neruda, o a Lezama
Lima, la poesía de los mexicanos Gorostiza o Villaurrutia, las novelas de Asturias
o Carpentier. La tradición retórica a la que se refiere De Campos es, más bien,
un residuo apenas de la verdadera contribución del Surrealismo a nuestra poesía.
Lo que sucede es que en el medio artístico no faltan los exagerados, y hasta los
impostores, que adoptan lo menos importante de una propuesta estética. En cuanto
a la conciencia de la escritura, sí lleva razón el poeta De Campos: salvo unas pocas
excepciones, los poetas hispanoamericanos se han dejado llevar por la improvisación
y el espontaneísmo, y con frecuencia han olvidado que el poema es, ante todo, un
artefacto verbal. Entre las grandes excepciones, debemos tener presentes, seguramente
que entre muchos otros, a poetas como José Gorostiza, Carlos Germán Belli, Carlos
Martínez Rivas… Como ocurre siempre, me parece que las mayores voces de la poesía
hispanoamericana son aquellas que han logrado hacer converger ese “flujo retórico
torrencial” de la poesía apasionada, con el trabajo formal y bien premeditado que
significa el escribir.
FM Fernando Charry Lara, al referirse a la poética de León de Greiff, se refiere
a la poesía como “una experiencia física de la palabra, hasta llegar con ella a
sustituir la mezquina realidad cotidiana”. ¿Qué verdadera influencia tiene hoy la
poesía en lo tocante a esa “realidad cotidiana”?
CFM De entrada, me parece que no debemos confundir la realidad con una conciencia
de la realidad. Por eso, no creo que exista una “mezquina realidad”, sino una realidad
percibida con mezquindad. En todo caso, si bien la palabra no sustituye la realidad,
cuando menos en el caso de la poesía se elabora una nueva realidad, una imagen,
que es el poema, a partir del entorno histórico. Está claro que el poeta no escribe
desde la nada, sino desde la historia; no importa si alude a ella en forma directa,
o si rehúye toda referencia a ella. Lo que me parece es que, en efecto, escribir
poesía es una “experiencia física con la palabra”, porque el poeta no pretende repetir
el mundo, sino elaborar o reconstruir un sentido en el mundo, o un mundo con sentido.
FM Gracias a la poesía, el ser humano puede regresar a las fuentes de su concepción
original, al conocimiento de su propio e inagotable origen. En ello radica la dimensión
que origina la invención poética, sus riquezas formales, el auténtico tesoro de
la imaginación. ¿Qué busca tu poesía, mediante su diálogo con el mundo? ¿Qué buscan
resolver las palabras a través de tus versos?
CFM La verdadera naturaleza de la poesía no radica en indagar para qué se escribe,
sino más bien qué rincones de la mente humana se iluminan con su lectura. Con esto
quiero decir que nunca me he detenido en planificar mi actividad poética, para cumplir
fines específicos. Con los años me he persuadido de que con los poemas podemos descubrirles
nuevos significados los aconteceres, y de que los poemas pueden inventar nuevas
relaciones entre las cosas. Con eso, por supuesto, es posible ampliar el conocimiento
humano. A veces, es cierto, nos parece que la poesía nos ayuda a conocer nuestra
propia identidad, la personal y la colectiva; y cuando el poeta termina de redactar
su poema y está en condiciones de objetivarlo, puede llegar a sorprenderse y preguntarse:
¿quién escribió esas palabras? ¿Soy yo realmente quien vive entre esas líneas, o
han sido otros seres, la tradición, la historia, mi entorno social, quienes me las
han dictado, y yo soy apenas un escribano? Estas dudas e interrogaciones, que podrían
parecerle baladíes a un lector o a un crítico literario, son las que a diario se
hacen los escritores. No escribo mis poemas para resolver situaciones, y menos aun
para amonestar o adoctrinar; tal vez los haya escrito para interpretar los enigmas
de mi existencia y mis circunstancias; que son, supongo yo, también las de los otros;
las de mis coetáneos que asienten generosos, y me sonríen comprensivos.
FM En una entrevista con Juan Calzadilla, afirma el poeta venezolano que el
poeta no puede “tener una visión normal del hombre y una visión de poeta, como si
tuviese dos vidas, dos maneras de ser”, y añade: “En la vida de los grandes poetas
la poesía está reflejada en todos los momentos vitales” A su vez, el uruguayo Washington
Benavides sostiene que “la originalidad se desprende del giro o de la búsqueda textual
y no simplemente de la fijación del contenido”. Contenido, sentido, visión: la pasión
de esas relaciones no se puede desprender de las búsquedas vitales del lenguaje
mismo. La poesía no es sólo forma. ¿Qué me dices de esa relación entre el sentido
y la forma?
CFM Desde hace mucho tiempo todos sabemos que la distinción entre la forma y
el sentido es inadecuada y más bien confusa. Los teóricos de la literatura, y los
mejores lingüistas y semiólogos contemporáneos han demostrado la pobreza conceptual
de esa división; y por supuesto, los propios poetas han insistido en que forma y
contenido son una sola realidad inseparable en el poema. Una idea, una intuición
o una creencia, por ricas y novedosas que sean, no hacen un poema; como tampoco
lo hacen una estrategia verbal, un ritmo o una estructura sintáctica inusitada.
Es cierto que el poeta, como ciudadano particular y como ser biográfico, alimenta
con el material de su vida esos artefactos verbales que llamamos poemas; pero eso
poco importa a la hora de calcular el valor de sus obras. De Blake, de Pessoa, de
Villon o de Petrarca solo nos importan sus obras, no lo que realmente ellos pudieron
haber pensado, sentido o creído en sus existencias particulares. Con todo esto quiero
llegar a lo siguiente: la vida de un poeta sólo tiene interés en cuanto la transforma
en lenguaje; es decir, en una imagen verbal. Eso explica nuestro interés, como lectores,
de ciertas vicisitudes por las que pasaron algunos grandes
escritores; porque luego fueron hechas poemas, acción teatral o novela. Esa misma
dualidad entre vida y poesía (o lo que es lo mismo, entre realidad y ficción) vuelve
a aparecer en el propio texto poético, con las nociones de forma y sentido. No es
cierto que la forma contiene al sentido; la forma es el sentido, y éste solo lo
es porque constituye una forma. En su
obra capital, Muerte sin fin, José Gorostiza
observa una analogía entre el vaso y el agua; uno y otra no tienen sentidos independientes.
El vaso de agua es el momento justo, dice el poeta. El poema es, pues, el estado
justo de forma y sentido.
FM Recuerdo una entrevista reciente con Lawrence Ferlinghetti, en la que el
poeta estadounidense observa que hace ya tiempo que los escritores o pintures de
su país no hacen “declaraciones sociales o políticas importantes”. Me parece que
lo principal en una declaración de un artista consiste en su contenido estético
y no en su importancia social o política. Esto es evidente. Ernst Jünger afirma
que “el artista, más que cualquier cosa, es responsable ante su obra y no ante tal o cual orientación política.
Para él, ser egoísta es una necesidad. ¿Concuerdas con Jünger cuando dice que “en
primer lugar está el ser humano, y después su entorno”? Siendo así, ¿no te parece que en ese debate sigue la eterna confusión
en torno a la responsabilidad del escritor y al destino de la poesía?
CFM En primer lugar, concuerdo con aquellos que han dicho que el primer deber
del escritor es escribir bien. Y esto implica, al menos, tres cosas: por una parte,
que el verdadero escritor es aquel que defiende los más edificantes valores de la
especie humana, incluido su entorno físico e histórico; en segundo lugar, que por
su talento individual o por la tradición cultural que lo alimenta, sabe aprovechar
los recursos de su lengua, la transforma y enriquece, y convierte sus propuestas
estéticas en un hallazgo y en una fiesta del sentido. Y en tercer lugar, que los
escritores deben imaginar en libertad; es decir, han de renunciar a las tradiciones
de la vanidad y el poder, y dedicarse a lo suyo: salvaguardar sus creencias y convicciones,
y convertirlas en un lenguaje nuevo y seductor. En eso consiste escribir bien. Las
observaciones de Ferlinghetti aluden, sin duda alguna, a un secreto a voces que
existe en los medios intelectuales contemporáneos, por lo menos en Occidente: que
no bastan las buenas intenciones y las declaraciones más o menos altruistas y políticamente
correctas, pues con frecuencia solo sirven para tranquilizar las propias conciencias
de los declarantes. A mí me parece que las ideas y convicciones, en el orden político,
moral o filosófico, deben defenderse con actos concretos y de probada eficacia,
y uno de esos actos es, precisamente, aprovechar el talento creador, y difundirlo
con dignidad. Desde luego, no tengo derecho a dudar de la sinceridad de muchas declaraciones
que escritores e intelectuales hacen sobre conflictos bélicos, por ejemplo; pero
a veces me parecen simples plataformas de publicidad y promoción; y eso me resulta
francamente aberrante. El poeta es un buen político desde el instante en que comprende
que sus poemas, aunque nacen en la soledad, son gestos de solidaridad y deseo de
compañía; y que su principal responsabilidad no consiste en hacer declaraciones
espectaculares, sino en propiciar respuestas y salidas del laberinto geopolítico
contemporáneo.
FM A propósito de sus lecturas de Huidobro, dice el venezolano Guillermo Sucre
que en esa obra “el fracaso es estético en la medida en que lo es también existencial:
no es posible eliminar ni el azar ni la muerte”. También afirma que “la poesía está
vinculada a una búsqueda que no se podrá encontrar”, que la poesía es un imposible.
A tu modo de ver, ¿cuál es el verdadero ámbito de la poesía?
CFM Te propongo una metáfora: como la luz absoluta no se puede alcanzar, la
poesía quiere pasar cuando menos de la oscuridad a la penumbra. Desde tiempos inmemoriales
se ha hablado del papel que desempeña la poesía en las sociedades; lo cual nos dice
que se trata de una labor difícil de situar en un lugar fijo. No puede ser: no es
una máquina, ni un reglamento, ni una perfumería. No quiero decir con esto que la
poesía es indefinible y sobrenatural; por supuesto que no. Es cierto que es una
actividad artística que quisiera nombrar lo prodigioso y excepcional, pero conoce
sus límites y su accionar social: es, insisto, una manera de inventar lenguajes
y edificar realidades con un sentido propio. Pero, además, no es un oficio de unos
pocos privilegiados; es uno de los mejores patrimonios de las sociedades humanas:
el canto, la ceremonia verbal, los rituales de las religiones, las fiestas multitudinarias
de antes y de hoy día, están fundadas en la vocación de la palabra poética. Tal
vez, en efecto, lo que mejor podría definir a la poesía es la palabra búsqueda.
La especie humana, después de todo y a pesar de todo, vive de la indagación más
que de la verificación; es más descubridora que catalogadora; sueña más que comprueba.
¿No ha sido ese, también, el papel de la poesía?
[1999]
CARLOS FRANCISCO MONGE (Costa
Rica, 1951)
Astro y lábio. Revista Palabra. San José. 1972. / A
los pies de la tiniebla. Ediciones Líneas Vivas. San José. 1972. / Población del asombro. Editorial Costa
Rica. San José. 1975. / Reino del latido.
Editorial Costa Rica. San José. 1978. / Los
fértiles horarios. Editorial Costa Rica. San José. 1983. / La tinta extinta. Editorial
Universitaria Centroamericana. San José. 1990. / Enigmas de
la imperfección. Editorial de la Universidad Nacional. Heredia. 2002.
[Escritura
conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación
Editorial El Perro y La Rana. 2010.]
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