FM Estaba leyendo un enigmático poema de Oliverio Girondo, en
el que pregunta por un sospechoso “yo” (él, otro) que busca en vano, sin encontrarlo jamás, pero que permanece
esperando.[1] Empecemos entonces nuestro
diálogo por esa figura sospechosa, el otro que todos buscamos, a través de la poesía.
¿Quién es el interlocutor que buscas?
AR Creo que la poesía es el bello e inquietante sueño de encontrar
un alma afín al doblar la esquina. Pero, ¿somos ese otro, o somos otro, como quería
Rimbaud? Esta pregunta es hermosa porque no tiene respuesta, aunque no es una pregunta
retórica. Se mueve dentro de las aporías del misterio. Donde lo evidente se evapora
para crear una realidad otra, ya que nunca sabremos si al doblar la esquina nos
vamos a encontrar con el otro o con nosotros mismos. El Surrealismo, que creo es
el más grande intento de la razón para comprender estos abismos, ve la imagen hecha
cuerpo al doblar la esquina y la califica como belleza convulsiva. Un monje zen
tiraría un zapato por la ventana, sin que le importe si le va a pegar al gato o
no. Yo estoy allí, esperando que alguien tire de regreso el zapato por la ventana.
FM Varios surrealistas solían repetir aquella máxima de que
la poesía está en otro lugar. Al final de un poema tuyo, preguntas “¿Dónde está
el poema, entonces, / la mirada hacia adentro?” Si hay “otro lugar”, ¿dónde está?
Poesía y poema, acción y objeto, ¿se distinguen o no? ¿Dónde están?
AR Si hay una respuesta a esta inmensa pregunta tuya está en
y entre las palabras mismas. Te refieres al poema, “Devino misterio” de mi libro
Hagion Oros, el cual está construido en
forma de versos pareados donde preguntas casi retóricas, sembradas en el hacer del
poema, encuentran como respuesta una imagen simple de la realidad. Pero en su suceder,
abren paso a la última pregunta que cae sobre el lector casi como un acertijo y
un desafío, colocándolo ante el mismo reto que siente el hablante lírico frente
al dilema de transformar esa realidad externa en una realidad interna, lo cual no
nos lleva al pensamiento, a la reflexión, sino a ese “otro lugar” que señalan los
surrealistas. Entonces el poema está allí donde está la poesía, como esa imagen
que toma cuerpo en el hacer religioso. Por eso este poema no se llama “Divino misterio”
sino “Devino misterio”, porque no habla de un hecho consumado, que es un fin en
sí mismo, sino de un proceso, de un devenir. La respuesta a tu pregunta está entonces
en las palabras, porque ellas son las que construyen el poema, pero también está
entre las palabras, en ese “otro lugar” de que hablamos.
FM En el prólogo a la antología A vista del tiempo (2005),
dices que “la narración y la poesía, hablando de su forma en versos, siempre han
estado muy ligadas”. Hay una cuestión esencialmente técnica sobre la que no me privo
de preguntar: ¿Te ha ocurrido, alguna vez, hallar que un poema dispuesto originalmente
en prosa podría crecer disponiéndolo en versos, o viceversa? ¿Cómo manejas, finalmente,
el tema?
AR Esto que dices es muy importante para mí, y a veces no encuentra
una resolución clara. Por ejemplo, hay un poema mío en prosa en mi libro Las combinaciones debidas que se titula “De
los asesinos”. Este poema, escrito en prosa y dividido en 5 partes, ha sido publicado
en prosa y en verso. Incluso hay una traducción al inglés que está en verso. La
decisión en cuanto a esto ha sido arbitraria, de los editores o traductores, pero
yo no me he opuesto a ella porque encuentro que el poema funciona de las dos maneras.
Pienso que muchos de mis poemas, de mis cuentos cortos, podrían ver ese cambio,
el cual abre dos entradas de lectura y visión al mismo poema. Ahora bien, esto también
funciona en mis poemas en prosa, y no sólo en los líricos sino también en los narrativos,
aunque de hecho tengo que decidir por una sola entrada al poema, ya sea en verso
o en prosa, cuando voy a publicar el poema o el cuento corto.
FM En unas valiosas notas sobre tu poesía, escribió Juan Calzadilla:
“La prosa al servicio del poema lo lleva a una condensación extremadamente elíptica,
a veces de cariz surrealista o automático, cuya concisión, no estando al servicio
de lo lineal, es la misma que procura el uso del verso libre”. ¿Crees que este recurso
elíptico puede entenderse como un puente esencial entre lo narrativo y lo lírico
en tu obra?
AR Sí, es cierto, y aclara lo que te decía en la respuesta anterior.
Tal ves esto se debe a que yo parto en la factura de mis poemas o cuentos poéticos
de un punto oscuro, sólo iluminado por unas palabras claves que han salido de brochazos
sueltos sobre la página, ni siquiera bosquejos sino líneas de encuentro de palabras,
muchas veces sin conformar ni siquiera una frase. No parto de un tema preconcebido.
Lo que va a narrar ese poema o cuento, si es que las palabras me llevan a algo narrativo,
se hace al friccionar esas palabras y hacerlas soltar otras palabras que llevan
dentro, las cuales irán dándole forma al texto. Muchas veces quedan hilos sueltos,
pedazos que algún buen podador podría eliminar fácilmente, pero yo me obstino en
dejar allí como muestras de la imperfección de mi método. A pesar de que lo admiro
mucho, y es más, lo defiendo siempre como un gran poeta, me siento en las antípodas
de Borges, ya que su laberinto textual y emocional funciona con la exactitud de
un reloj y el mío con la arbitrariedad de alguien que mira hacia el cielo para ver
qué hora es.
FM ¿Cómo se da tu ingreso al
Nadaísmo?
AR Fue un ingreso lento, tan lento que todavía no sé bien si
estoy apenas ingresando. De niño desarrollé un amor loco por las palabras, no sólo
en cuanto a su relación con sonidos y silencios, sino como parte integral del ser,
y así me sentía un hombre de palabras, tal vez en la misma medida que otros se sienten
hombres de edificios, de elementos químicos, de números, de dinero. Y esto me llevó
a conocer, valga el azar fortuito, a los poetas nadaístas de Cali. Jotamario vivía
en mi mismo Barrio Obrero, a unas cuadras de mi casa. Pero también conocí a Jaime
Jaramillo Escobar, que en ese entonces caminaba en las dos patas de su seudónimo,
X-504; a Alfredo Sánchez, quien dirigía Esquirla.
Yo era bastante menor en edad que casi todos ellos, así es que oía más que predicaba.
Y un día me aparecí ante Alfredo Sánchez con unas prosas entrecortadas que denominé
Diario, y conseguí que éste lo publicara
en Esquirla. Creo que desde ese momento
algunos de los nadaístas me vieron como uno de ellos, era el año 1961. El Nadaísmo
era un grupo bastante cerrado cuando se consolidó como grupo literario, aunque no
tanto para Gonzalo Arango o para Jotamario, sino para Elmo Valencia o Eduardo Escobar.
Este hecho de ser un movimiento abierto y cerrado a la vez refleja mucho la sociedad
colombiana.
FM Tú mismo afirmas que hay una afinidad, en tu primer libro,
El poeta de vidrio (1976), con lo que llamas “experimentación metafórica
cercana al Surrealismo”. Recuerdo un ensayo de Peter P. Rohde sobre Henry Miller,
publicado en la revista argentina Eco Contemporáneo,
en que él decía: “Los surrealistas son demasiado intelectuales y demasiado chatos,
según el gusto de Miller. Ellos no viven la vida bastante peligrosamente. Esperan
un milagro, nada hacen para producirlo. Hablan de inaugurar una desintegración general,
pero viven como burgueses. Algunos de ellos han cometido suicidio, pero, hasta allí,
ninguno de ellos ha matado a un tirano. Ellos creen en una revolución, pero carecen
de la mínima chispa de rebeldía.” ¿En qué aspecto los nadaístas reconocían alguna
familiaridad con el Surrealismo?
AR No, no estoy de acuerdo con lo que dice Rohde sobre los surrealistas.
Miller fue un hermoso rebelde, pero no creo que se comió a su madre en pedacitos,
que yo sepa. Nadie puede juzgar tan a la ligera el hacer y el vivir poético de los
demás, menos cuando se trata de hombres y mujeres que dejaron el pellejo y el alma
en sus poemas y cuadros. Si algo me ha enseñado el vivir es ser humilde cuando se
trata del ser en poesía de los demás. Los malos poetas no son poetas y eso es todo.
Ahora bien, aunque el Surrealismo llegó a todos los poetas nadaístas por sus lecturas,
no todos incorporaron el ir de la imagen surreal en sus poemas, o enfrentaron su
hacer poético a los peligros del azar fortuito. Creo que los únicos que vimos de
frente y nos identificamos con el Surrealismo, fuimos Jotamario, Darío Lemos, en
cierta manera Alberto Escobar, y yo. Me explico: Jaime Jaramillo Escobar fue y sigue
siendo un gran lector de Rimbaud, Lautreámont, Blake, Lewis Carroll, pero yo no
veo en él la mano tutelar de los surrealistas. No sé si esto se deba a la presencia
fundamental de la mujer en el Surrealismo en el triunvirato de amor, libertad y
poesía, ya que éste es un poeta homosexual, o simplemente falta de afinidad por
la lírica surreal. Gonzalo Arango llevó siempre el poema a una imagen directa en
relación con lo circundante, ya fuese amor, política, sociedad, etc., pero no recurrió
a la imagen surrealista. Asimismo, Eduardo Escobar. Amilkar Osorio frecuentó un
lirismo cultista, barroco. Sin embargo, y esto sí creo es fundamental, la libertad
de acción que el Surrealismo trajo al hacer de la poesía un arma de juego y de fuego
para arremeter contra el horror creado por la sociedad burguesa, fue acogida de
manera total por el nadaísmo, movimiento que trató de combatir la violencia colombiana
con la violencia de la palabra y la poesía.
FM Yo no creo en ese aspecto que mencionas en relación con Jaime
Jaramillo Escobar, porque el peruano César Moro era homosexual y su poesía es una
de las más intensamente surrealistas que conocemos. Hay una clásica familia de homosexualidad
velada que incluye poetas como José Lezama Lima y Xavier Villaurrutia, por ejemplo.
Sin embargo, la homosexualidad de un Federico García Lorca no evitó aquel desborde
maravilloso de imágenes de un libro como Poeta en Nueva York. De cualquier
manera, es curioso observar este prejuicio interno del Surrealismo -Breton se multiplicaba
en falsos moralismos, sin contar su miopía en relación con la música y la narrativa,
por ejemplo-, y su continuidad en América.
AR Si, tienes razón en el caso de Moro, poeta no sólo maravilloso
en lo que respecta al poema en sí como texto, sino en su relación con las pasiones
amorosas. Todos leímos ese inolvidable poema, Carta de amor, que tradujo tan bien Westphalen. Pero la actitud de Breton,
tan cerrada en cuanto a la visión del amor como producto de la unión libre de hombre
y mujer, espantó de seguro a algunos poetas homosexuales. Pero en el caso nadaísta
creo que también se debe mencionar que los poetas de mayor edad, y entre ellos Jaramillo
Escobar y Gonzalo Arango, venían al nadaísmo con una escuela que arrastraba todavía
ciertos tonos de la poesía popular colombiana, o de poetas que se habían hecho populares
por el gusto masivo. Esto es resultado del autodidactismo de algunos de ellos, y
de una formación cercana al mundo campesino, no tanto citadino. Muchos factores
pueden ser considerados, pero en definitiva el Surrealismo como método, como forma
del hacer literario, no fue aceptado del todo por una parte significativa del nadaísmo.
FM Hay un poema tuyo que se inicia con esta entrañable toma
de posición: “No siempre se puede ser cara o sello al mismo tiempo y después decir
que la fortuna se mide por abismos”. De alguna manera retomamos el tema arriba tratado.
Haré entonces una pregunta cómica, sí, no la evitaré: ¿Cómo mides tu fortuna poética?
Claro que me refiero a los cordones umbilicales y sus rupturas, dislocamientos imprevisibles,
viajes hacia adentro y hacia afuera, desilusiones, etc.
AR Aunque pueda pecar un poco de presuntuoso en esto, creo que
esa frase inicial en este poema en prosa habla bien de mi filiación con el Surrealismo,
donde las palabras parecen llevarnos a un discurso claro, transparente, pero de
una manera sorpresiva se enroscan en sí mismas y ocultan su significado como sentencia.
Es aquí donde creo que el barroco clásico español se funde con las premisas del
romanticismo que nos llevan al Surrealismo. Para mí la poesía como la vida es algo
que debe fluir constantemente, ser en el movimiento. Es por esto que mis cordones
umbilicales están unidos a esos poetas viajeros que han dibujado el mapa de una
geografía donde la imaginación vuela con la realidad: Cendrars, Joyce, Michaux,
Lowry son nombres que me acompañan siempre. Pero también soy devoto de tres peregrinos
inmóviles: Proust, Kafka, Lezama.
Hablar de rupturas, de distanciamientos,
me lleva a recapacitar en el hecho de que al paso de los años mi afecto por Octavio
Paz, que fue fundamental en mis años de formación, se ha enfriado hasta el punto
de que ya no me identifico con su hacer poético, tal vez con sus prosas ensayísticas,
y eso sólo con algunos libros. Por lo contrario, Neruda, a quien odié desde nacimiento,
pasa a ocupar un puesto de respeto y de admiración por sus Residencias o por algunos poemas del Canto General. El poeta Sánchez Peláez, a quien un día le hablé de estas
cosas, me dijo que mi cerebro se había reblandecido. Sin embargo, al final de su
vida, estuvo de acuerdo conmigo en que la obra poética de Paz no se sostenía en
la dimensión que él y sus coetáneos la habían puesto siempre.
FM El mejicano Eduardo Lizalde observa, en una entrevista, que
“la palabra es multívoca, no unívoca, como suponíamos cuando decíamos que la poesía
debía tener un sentido universalmente comunicable, como una crítica a la dispersión
y la anarquía que se produce después del Surrealismo, y a la facilidad de la invención
de un género literario y poético que cundió en el mundo y en México, de una poesía
que no significara nada.” Esto me recuerda un pasaje de una entrevista que diste
a Arturo Gutiérrez Plaza, donde mencionas la importancia de los diversos grupos
surgidos en América en los años 60, entre ellos, los nadaístas, y entonces, haces
esta salvedad: “Indudablemente que no se puede hablar de calidad literaria porque
eso es parte de otro análisis”. ¿Hoy podemos considerar los lazos posibles entre
tu salvedad y esta referencia crítica “a la dispersión y la anarquía” hecha por
Lizalde?
AR Todos estamos de acuerdo con Lizalde en que desde Homero
para acá la palabra es multívoca cuando está sembrada en poesía. Si volvemos a Neruda,
vemos que lo unívoco en este poeta hace mala poesía, panfleto poético, propaganda
política. Lo mismo son esos tristes epígonos como Cardenal y su lastimoso Canto Cósmico. No entiendo muy bien lo que
dice Lizalde como “una poesía que no significa nada”, y dónde sitúa él ese desprendimiento
del Surrealismo para la poesía latinoamericana. Luego de la década del 60 los poetas
latinoamericanos gozan de la fortuna de una amplia libertad para seguir sus propios
caminos, y muchos de ellos escogen un camino muy conservador, tradicionalista, intentando
saltar por encima de la fuerza y virulencia de las posturas de los poetas rebeldes
del 60, para volver a rescatar una tradición que estaba sembrada en los poetas inmediatamente
posteriores a la vanguardia. Eso se siente, con sus excepciones, en la poesía mexicana
actual. Otros buscan llevar la síntesis poética a la máxima expresión, y van al
haikú, al epigrama, y esta actitud inundó América Latina en la década del 70 y del
80. La corriente neobarroca trajo una onda cimbreante y todavía se siente su trepidar.
Es interesante notar que los poetas de la década del 60 todavía están plenamente
activos y sus voces se escuchan con gran claridad. Pienso que las ideas de generalizar
algunos momentos de la poesía latinoamericana con calificativos como “dispersión
y anarquía” no nos llevan a nada.
FM Estas opciones tan numerosas se orientaron tanto por la expectativa
utópica de cambio de una sociedad, como por el encastillamiento en un esoterismo
precario. Pero siempre me llamó la atención algo que observas ahora: que los años
60 se hayan convertido en una década salteada. Un libro como La cultura de un
siglo. América latina en sus revistas, organizado por Saúl Sosnowski, da un
salto de las revistas de los años 50 a las de los 70, dejando fuera aventuras ineludibles
como Eco contemporáneo o El corno emplumado, por citar apenas dos
de incuestionable importancia. ¿Encuentras alguna lógica en este salto?
AR Creo que eso es producto de nuestra crítica literaria, que
toma posiciones parciales, acomodadas a intereses personales y estéticos. La negación
de lo que pasó en la década del 60 y en parte el 70, no sólo por los críticos y
algunos de los poetas, es un error fundamental crítico, y que yo veo muy claro en
los académicos latinoamericanos en Norte América. Si tú ves la Antología de la Poesía Latinoamericana de
Julio Ortega, puedes notar cómo este crítico excluye a los poetas de la década del
60. El corno emplumado y Eco contemporáneo son revistas fundamentales
para entender el suceder poético de América Latina en la segunda mitad del siglo
XX. Negarles esa posición es manipular la realidad literaria con fines personales.
También puede ser desconocimiento, ligereza crítica, algo que no es muy raro en
la academia.
FM Te pido que me hables un poco sobre Esquirla.
AR Esquirla más que
una revista fue el suplemento literario de un periódico de Cali, y salía cada domingo
bajo la dirección de Alfredo Sánchez, quien contaba, a veces, con la ayuda de Jotamario
Arbeláez y de Diego León Giraldo. La persistencia de Alfredo Sánchez, y la bondad
del dueño del periódico lograron que Esquirla
se mantuviera activa por muchos años, y sirviera de línea de referencia para los
poetas jóvenes que emergíamos en ese momento. Allí no sólo se republicaron los poemas
surrealistas tomados de la antología de Pellegrini, sino que se publicaron por primera
vez en Colombia los beatniks y muchos poetas latinoamericanos y europeos. Yo traduje
Prosa del Transiberiano de Cendrars con
mi hermano, del inglés porque no teníamos la versión original en español, y publicamos
este maravilloso poema en Esquirla, mucho
antes de que saliera en español la traducción de Enrique Molina. El director, Alfredo
Sánchez, fue uno de los grandes animadores del nadaísmo, y si bien no figura mayormente
en las antologías del grupo se debe, en parte, a que su obra poética y prosística
no pasaba por el cedazo crítico que mantenía el nadaísmo internamente. Es decir,
se lo amaba como hermano, como amigo, pero no se lo consideraba un buen escritor.
Esto es lastimoso porque en el caso de un grupo literario se debían haber considerado
otros valores. Yo estoy trabajando en una nueva versión de mi largo ensayo histórico
del nadaísmo y pienso referirme extensamente a su caso personal.
FM Bien, uno de los poetas integrantes de la generación Mito,
Fernando Charry Lara, recuerda sobre el Surrealismo que ellos se dejaron sobre todo
atraer por su rebeldía, “su pasión de la realidad”, y agrega: “Queríamos conciliar
la vigilia y el sueño, la conciencia y el delirio. La exactitud debería valer tanto
como el misterio.” Mito es prácticamente contemporáneo del Nadaísmo, considerando
que la revista del grupo surgió en 1955, tres años antes de las primeras manifestaciones
nadaístas. Sé de tu grata amistad con Álvaro Mutis, pero ¿cómo se relacionaban las
dos generaciones?
AR Tengo la fortuna inmensa de haber y seguir sido siendo amigo
de Fernando Charry Lara y de Alvaro Mutis, así como de otros dos poetas cercanos
a la revista Mito: Fernando Arbeláez y
Rogelio Echavarría. Conocí a Jorge Gaitán Durán en Cali poco antes de que muriera,
pero yo era muy joven y no me atreví a frecuentarlo durante su estadía en la ciudad.
Así que te puedo decir con un detalle preciso la relación que estos poetas establecen
con el nadaísmo. Fernando Arbeláez fue siempre un poeta muy afín al nadaísmo, y
tuvo gran simpatía por el movimiento, a la vez que se distanciaba de los poetas
que formaron la “generación sin nombre” o “desencantada” que en Colombia siguió
al nadaísmo. Esta misma actitud, con excepciones como las de Giovanni Quessep, Jaime
García Maffla, Juan Manuel Roca, entre otros, la encontré en Charry Lara, a quien
me unieron lazos de amistad por años. Rogelio Echavarría también fue y sigue siendo
un simpatizante del movimiento nadaísta.
Cuando conocí a Alvaro Mutis
en México en 1972 descubrí que odiaba el nadaísmo sin conocer mayormente la obra
de los poetas nadaístas. Se la hice conocer y su actitud cambió radicalmente. Y
en relación a Jorge Gaitán Durán debo recordarte que el último número de Mito está dedicado al nadaísmo, y que su
muerte fue un golpe no sólo para la literatura colombiana y latinoamericana en general,
sino para el movimiento nadaísta, que veía en él (yo entre ellos) a un poeta y a
un activista literario fundamental para nuestra generación, ya que se iba a establecer
un diálogo creativo crítico muy intenso entre él y Gonzalo Arango. Alvaro Mutis
me dijo un día que su muerte había sido lo peor que le había pasado al nadaísmo.
FM En uno de los números de la revista Mito, el mismo
Charry Lara, aunque considere “que se creyó con demasiada benevolencia en las virtudes
del automatismo”, destaca con lúcida visión crítica, acerca del Surrealismo, que”el
hecho de haberse propuesto unos problemas de tan difícil solución para nuestro estado
actual de prisioneros de todos los convencionalismos, de haber destrozado muchas
sombras y mostrado el camino hacia una realidad que imaginamos más auténtica, nos
demuestra su importancia verdadera”. Esto confirma la honestidad intelectual de
Charry Lara, por quien siempre sentí gran admiración. Yo querría, sin embargo, volver
a un aspecto anterior, cuando mencionaste las conexiones entre el barroco clásico
español y el romanticismo. Me parece que ésta es la conexión que funda una distinción
esencial entre el Surrealismo en Europa y en América. A partir de ese enlace es
posible comprender la grandeza de la poesía de nombres como Aimé Césaire, César
Moro, Enrique Molina, Francisco Madariaga, Juan Sánchez Peláez, Ludwig Zeller, y
en esta corriente se inserta con consistente intimidad tu poesía. Esta lectura del
Surrealismo me interesa mucho más que otra que podría definirse como más deudora
de los postulados europeos. Me gustaría tener tu opinión sobre esta otra perspectiva
de un Surrealismo que en América se libera de una supuesta ortodoxia europea.
AR Aquí estamos, creo, en el centro de uno de los problemas
que ha tenido la crítica al Surrealismo en América Latina, crítica que no pudo ni
ha podido ver las conexiones que el Surrealismo en América Latina tiene con el barroco
español, incluido aquí Cervantes también, y la presencia de éste en el romanticismo,
lo cual de una u otra manera va a tocar al Surrealismo europeo. Así, el barroco
nos llega directamente a través del modernismo latinoamericano, Darío en especial,
Lugones, Herrera y Reissig, y de poetas españoles como Machado, o los de la generación
del 27, Lorca, Aleixandre, Alberti, Cernuda, e indirectamente por los románticos
europeos y Mallarmé, que van a impactar el Surrealismo como lo vemos claramente
en los libros de Anna Balakian. Esto establece la diferencia, y esa explosión que
el Surrealismo logró en América Latina, que toca no sólo a poetas surrealistas propiamente
dichos, como los que tú citas con precisión, sino a poetas como Rosamel del Valle,
Lezama Lima. La crítica que transpone el Surrealismo europeo para evaluar a los
llamados surrealistas latinoamericanos es obtusa porque desconoce el efecto que
la tradición literaria tiene en la construcción del edificio poético latinoamericano.
A pesar de su enfrentamiento con el Surrealismo, César Vallejo tiene muchos puntos
de diálogo con sus postulados, y muchos de sus poemas podrían leerse bajo la lente
surrealista sin que pierdan su valor original.
FM Otro tema curioso es el concepto
de que, en la América de los años 60, se habría producido un atraso o dilución del
interés por las vanguardias europeas, lo cual constituiría una relación tardía.
Ahora, si pensamos en las distinciones hasta aquí establecidas, lo correcto sería
hablar de otra vanguardia. ¿Estarías de acuerdo?
AR Si, es una vanguardia que llega tarde, pero cuyo valor no
deja por eso de ser muy importante. Ese es otro problema de los críticos que sólo
piensan por lo que leen, que nunca ven el cuadro real de las cosas porque no participan
de la realidad como se vive o se vivió en América Latina en estos años. A pesar
de que el Surrealismo y las otras vanguardias ya tuvieran años de haber sido cocinados
en Europa, nosotros necesitábamos ese golpe de dados sobre el tapete que abriera
nuevas puertas al azar, a la belleza, y de hecho al enfrentamiento del poeta a su
realidad interna y externa. Y esto viene con fuerza en la década del 60, y logra
su efecto más hondo en los países donde se había negado la entrada al bombardeo
vanguardista. Este es el caso de Colombia, Venezuela, Ecuador, para citar sólo unos
cuantos ejemplos. El Nadaísmo, el Techo de la ballena, y los tzántzicos, fueron
movimientos capitales para el desarrollo literario-social-político de estos países.
Yo te puedo decir esto con gran precisión porque viví en estos tres países y conocí
profundamente estos movimientos y a sus poetas y escritores.
FM En una entrevista que hice al poeta Harold Alvarado Tenorio,
al tratar de una posible relación entre Mito y Nadaísmo, destaca: “Los de Mito dejaron
una obra que indica cómo estábamos a las puertas de comprender qué sería la civilidad,
pero sus esfuerzos fueron abortados por la Violencia de los cincuentas, por sus
muertes prematuras, físicas o morales, y por los hijos de la Violencia, los nadaístas,
expresión de la barbarie más atroz que culturalmente haya vivido el país y cuyos
designios se han realizado en los años ochentas, con funestas consecuencias para
la cultura hablada y escrita. El Nadaísmo es el hampa de la cultura, los Matracas
de nuestro tiempo.” Naturalmente, es bien distinta tu lectura del tema, y ya me
dirás en qué difiere. Pero antes te pido que me digas si la opinión de Alvarado
Tenorio es una manifestación aislada o si acaso la “Generación desencantada”, a
la cual él pertenece, expresa un rechazo común al Nadaísmo.
AR Es interesante que escritores y poetas de la Colombia actual,
como es el caso de Fernando Vallejo o Harold Alvarado, critiquen a la sociedad colombiana,
y dentro de ella al movimiento nadaísta, con una actitud y un fraseo similar al
que utilizó el movimiento nadaísta en la década del 60 contra la cultura oficial
latinoamericana. Pero Alvarado Tenorio no critica el hacer de los poetas nadaístas
hoy en día sino el hecho histórico del nadaísmo. Es triste esto porque al ejercer
su libertad como poeta él disfruta de los beneficios que el nadaísmo logró para
la inteligencia colombiana con su enfrentamiento con el conservatismo dictatorial
colombiano de los 50 y 60. Esto mismo pasa con el poeta Juan Gustavo Cobo Borda,
al menos en la década del 70, cuando decidió utilizar los métodos nadaístas para
sacralizar y desacralizar la poesía colombiana precedente, y para denigrar del nadaismo.
Cobo Borda modificaría su posición años después.
Ahora bien, en mi respuesta
anterior tú puedes ver que yo hablo con conocimiento íntimo de la relación del nadaísmo
con Mito. Debo decirte que mi libro Las palabras están en situación sigue
siendo el libro de lectura fundamental para el análisis de la generación de poetas
colombianos del 40 y el 50, preludio del nadaísmo.
Es parte de la tradición político-literaria
colombiana hacer del insulto una forma de crítica lapidaria. Esto se debe, creo,
a que los colombianos cargamos una dosis de rabia, de ira interior, que no todas
las veces encuentra el camino del razonamiento lúcido, de la inteligencia crítica.
Cuando Alvarado Tenorio dice que el nadaísmo es causante de muchos de los males
de Colombia y que es “el hampa de la cultura”, toma una posición moralista, católica
y conservadora, que lo ubica justo en el pensamiento de los mismos intelectuales
retrógrados de la década del 60, entre ellos Eduardo Carranza, que así calificaron
al nadaísmo.
FM ¿Estás de acuerdo con los
tres principios anotados por Arturo Gutiérrez Plaza, que él sitúa como motivos recurrentes
en tu poética: las imágenes del monje, del viajero y del soñador? Es una tríada,
sí, pero yo observo que tienes una predilección por la dualidad, y que tú mismo
tratas de reducir la tríada señalada por Gutiérrez Plaza a una dualidad: “la memoria
y los viajes”. Considero aquí tu interés declarado por las que llamas “palabras
bicéfalas” y también las referencias a combinaciones duales, como “lo huidizo y
lo permanente” [Juan Sánchez Peláez], las disidencias entre conocimiento y felicidad,
e incluso tu concepción de que hoy el mundo está dividido en “dos clases de poetas”.
Bien, éstas serían “las combinaciones debidas” [risas], pero… ¿cuáles son las combinaciones
indebidas?
AR La imagen del monje siempre ha estado presente en mi trabajo
poético, literario. Es algo que he buscado explicar de una u otra manera, aunque
prefiero que la respuesta me sea evasiva ya que me atrae esa imposibilidad de ubicar
la figura del monje dentro de mi quehacer literario. Tal vez mi viaje al Monte Athos,
la República Ortodoxa Griega, de donde extraje el alimento terrestre que nutrió
mi libro Hagion Oros, sea el que mejor
describe esta relación. De allí se desprende también la idea del viaje, ya que viajero
he sido por años y todavía no hay día en que no esté planeando moverme de un sitio
al otro, ver y caminar. Y en cuanto al sueño, siento que es ese mar que vemos por
las noches con una linterna de dos pilas que nos llevan al día del poema.
La idea a que nos referíamos
anteriormente en relación a la palabra multívoca como la explicaba Lizalde, creo
que se relaciona con ese bicefalismo verbal que me interesa. Es la idea del laberinto,
de la dualidad, indudablemente. La pena que me produce esto que se denomina el mundo
postmoderno es que tiende a ser unilateral, unívoco, en la medida que pierde su
centro. Sé que esto suena paradójico. Me explico mejor: en el mundo moderno, y aquí
inscribo al Surrealismo, buscamos ir al centro, sin embargo, nuestro objetivo no
es llegar sino ir, es decir, viajar, mientras que en el mundo postmoderno la idea
del ir desaparece al abolir el centro. Es decir, ya estamos a donde vamos a llegar.
Y aunque no haya centro estamos en el centro. Es el pensamiento de la Edad Media,
el cual nos puede llevar (y nos está llevando) a esos extraños fanatismos políticos
y religiosos que hoy nos empiezan a asustar.
Es interesante que este título
de mi libro Las combinaciones debidas
se preste para el juego poético. Eduardo Espina hablaba de Las combinaciones de vidas y José Miguel Oviedo, una vez en Guadalajara,
lo unió con mi otro libro de poemas, y hablaba de Las combinaciones de vidas a rienda suelta. Sería interesante ver qué
resulta con un libro que se llamara Las combinaciones
indebidas.
FM Hablas de tu permanencia en Ikaria, la isla griega del Egeo
donde escribiste el libro Cuatro líneas (2002), como de “la condición ideal
para un poeta”. ¿No crees que esa condición es esencialmente infructífera para la
poesía, si consideramos que es una adversidad natural la que la hace eclosionar?
AR Como puedes colegir de mi respuesta a tu pregunta anterior,
mi espíritu moderno, renacentista y barroco, me lleva a unir ese locus amenus que se me presenta en la isla
de Ikaria en Grecia, con la sensualidad que para mí conlleva el hacer el poema.
Definitivamente no creo que las circunstancias adversas, los sitios nefastos, sean
una precondición para el poema, para la recepción de la poesía, aunque no niego
que muchos de los grandes poemas se han escrito en condiciones muy difíciles, realmente
horribles a veces. Ahora bien, eso no quiere decir tampoco que todo poema escrito
en un sitio paradisíaco sea necesariamente bueno. En mi caso, que soy un poeta muy
cercano a lo sensual, el hecho de escribir mismo se convierte en un acto de gozo,
ya que disfruto de las palabras no sólo por su sonido sino por su grafía en la página.
Escribo siempre a mano, y trato de dibujar mis ideas con las palabras, casi como
si en el fondo de mí estuviera alojado un calígrafo chino.
FM El tema de la crítica será siempre recurrente, en gran parte por la discrepancia
que existe entre sujeto y objeto. Mencionas las conclusiones arbitrarias de Guillermo
Sucre en La máscara, la transparencia
(1985), y comentas incluso el “facilismo
analítico” en que se convirtió la crítica de que disponemos hoy en día, en nuestros
países, oriunda de los pequeños vicios clasificatorios de la Universidad, más afecta
a la prosa que a la poesía, y evocas a José Miguel Oviedo. No me parece que el valor
de una crítica pueda medirse por una visión desde adentro o desde afuera de la creación.
Tenemos casos correctos en los dos casos. Es correcta tu referencia a Miguel Oviedo
(visión desde afuera) y también a Pedro Lastra (visión desde adentro), como ejemplos
positivos. Como ejemplos negativos yo destaco al brasileño Wilson Martins (visión
desde afuera) y al mejicano Octavio Paz (visión desde adentro), que hacen lecturas
arbitrarias respecto a la comprensión de los desdoblamientos de la lírica en sus
respectivos países, el primero regulado por algunos prejuicios de orden estético,
el segundo por conveniencias personales. No evitamos esto nunca, es cierto, ¿pero
no te parece que los poetas deberíamos cobrarnos más duramente de la crítica los
atropellos que vamos percibiendo?
AR Si, estoy plenamente de acuerdo contigo. No sólo vista desde
adentro sino también desde fuera, la crítica de poesía puede caer en esos pozos
infectos como son las conveniencias personales, la política literaria, la defensa
de grupos, etc. América Latina adolece de estos males, y en la medida en que nos
aproximamos más a la posmodernidad el cinismo y la comercialización de la crítica
se hacen cada vez más manifiestos. Es un mundo de compra y venta. Pocos son
los críticos que mantienen una independencia, pero también los poetas se dedican
a buscar cómo hacer desmerecer la obra de sus hermanos poetas en busca de hacer
merecer la de ellos. Todo esto es muy triste. La generosidad que marcó tanto a las
generaciones anteriores, el desprendimiento y la honestidad, son cada vez más raros.
Lastimosamente Octavio Paz es uno de los poetas que instauró este estado de cosas
con su visión arbitraria de la poesía continental. Pero esta preeminencia de Paz
fue producto de la pasividad crítica de la inteligencia latinoamericana, que fluctuaba
entre los extremos de adhesión a los postulados de la izquierda política o a las
premisas de una vanguardia europea enceguecedora. Así, los poetas un poco más jóvenes
que él le guardaron una devoción lindante con la adoración. Hablo de Enrique Molina,
Juan Sánchez Peláez, Gonzalo Rojas y varios de los poetas de Mito.
Hoy en día nuestra crítica
poética es pobre, y en su lastimosa condición termina siendo manejada, en parte,
por algunos editores, principalmente españoles, gracias a la decisión de publicar
en España como forma de consagración a unos cuantos escogidos. Adolecemos de falta
de buenas editoriales continentales, adolecemos de crítica independiente.
FM Disponemos sólo de una crítica
de circunstancias, moldeada por los intereses de aquellos que se disfrazan de poetas
y de críticos en busca de aceptación por el mercado editorial. Nada más. Convertimos
la vida en un gran emporio. Mera actividad comercial. Y suena patético que nuestros
gobiernos hablen de alianza, porque la perspectiva de esa alianza es siempre trazada
por los intereses del llamado gran capital y no basada en la expresión legítima
de una cultura. Por eso no tenemos buenas editoriales continentales, porque tanto
la soja como el petróleo son mejor considerados como factores culturales que las
expresiones artísticas o literarias de cada país.
AR Vivimos un mundo no sólo muy peligroso sino profundamente
imbécil, o mejor dicho, dominado por la imbecilidad. Pocos son los poetas o narradores
que se resisten a este estado de cosas porque la atracción de la notoriedad se ha
convertido en un arma de manipulación de los consorcios editoriales o gubernamentales.
Esto funciona terriblemente con los narradores, muchos de los cuales han terminado
por convertirse en animales domésticos para los editores. Los poetas tienen la suerte
de no ser tan importantes, o no tener la peligrosa fortuna de hacer dinero con sus
libros. Pero esto no los saca del comercio, ahora en pequeña escala. Parece que
el mal es contagioso y que el legado de humildad y generosidad combativa que dejaron
los poetas de las generaciones anteriores se estuviera disolviendo.
FM ¿Olvidamos algo?
AR Si, olvidaba decir que este diálogo contigo no sólo ha sido
muy enriquecedor para mí, ya que me ha permitido reflexionar sobre estos momentos
de la poesía que me son urgentes y entrañables, sino que el hecho mismo de que fuera
contigo lo hace muy especial, gracias a mi admiración de tantísimos años por tu
poesía y tu persona. Por años tu mano amiga ha viajado por todo el continente americano
construyendo la magia de la amistad gracias a la poesía, y más allá o más acá, a
la pasión de ser en poesía. No conozco a nadie en América tan generoso como tú,
empeñado en abrir una y mil puertas por donde entramos todos los poetas que somos
tus hermanos.
[2006]
ARMANDO
ROMERO (Colombia, 1944)
Los móviles del sueño. Gobernación del Estado, Mérida.
1976. / El poeta de vidrio. Editorial Fundarte, Caracas. 1979. / Del aire
a la mano. Editorial ABC. Bogotá. 1983. / Las combinaciones debidas.
Editorial Ultimo Reino. Buenos Aires. 1989. / A rienda suelta. Editorial
Ultimo Reino, Buenos Aires. 1991. / Hagion Oros-El Monte Santo. Editorial
Pequeña Venecia, Caracas. 2001. / Cuatro líneas. Editorial Graffiti, México.
2002. / De noche el sol. Editorial Eafit, Medellín, 2004. / A vista del
tiempo. Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2005.
[Escritura
conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación
Editorial El Perro y La Rana. 2010.]
[1] El poema se llama “Él”, del libro Persuasión de los dias (1968). Dice: “¿Donde
estará? / ¿Donde se habrá escondido? // Creí que se ocultaba entre los ruidos. /
Lo busqué. / Se había ido. // Sospeché que habitaba el desamparo. / Fui a su encuentro.
/ No estaba. // Pensé que su presencia me cegaba. / Me aparté. / No vi nada. //
Esperaba encontrarlo en mi camino. / Lo esperé. / Aún lo espero.”
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