FM Sophie Marínez observa, con respecto a tu Desde las islas
(2001), que se trata de “recurrencia de una obsesión, la del génesis, y el escrutinio
de nuestra identidad y formación como nación”, lo que daría a tu poesía una connotación
bíblica. ¿De dónde viene esa obsesión?
JCM Yo no hablaría de obsesión, sino de preocupación. La búsqueda
de los orígenes es una inquietud legítima y natural en todo ser humano, y como intelectual
nos adentra en el tema de la creación, la evolución y la definición misma de la
vida. La Historia funciona como un espejo temporal de las sociedades; interesarse
en ese espejo, mirarse en él, es una forma de buscar la comprensión de lo que somos,
como individuos y como grupo social. Desde
las Islas es una reflexión en torno a esas interrogantes, hecha desde un lugar
específico: el mar Caribe, porque no sólo “somos” en el tiempo sino también en el
espacio. Quiero aclarar que no estoy definiendo esa obra, sino compartiendo una
faceta de su génesis. Por otra parte, es difícil dejar de navegar por las aguas
bíblicas cuando se tratan temas como la Creación o el Apocalipsis (Urbi et Orbi, 1983), la saga de un hombre
que también fuera rey, su paso por la Historia, su conciencia de ser (Flagellum Dei, 1985), o el nacimiento de
un nuevo concepto del Yo (Desde las Islas).
FM Vienes acumulando premios importantes (Siboney, Pedro Henríquez
Ureña y el reciente Nicolás Guillén, de la UNEAC, Cuba). Sin embargo, me asombra
que algunos poetas dominicanos, que habitualmente se dedicaron al estudio de la
poesía en tu país, como Víctor Villegas, Andrés L. Mateo y José Mármol, no te mencionen
en las revisiones que hicieron de innumerables desdoblamientos estéticos de la poesía
dominicana a lo largo de este siglo. Me parece que esto crea una cierta condición
de marginalización de una poética. ¿Cómo observas esa ausencia?
JCM Mi literatura, a excepción quizás de Urbi et Orbi que obtuvo cierta atención de
la crítica (no así su edición bilingüe en Francia que fue, en mi país, un no-acontecimiento),
ha sido ignorada, con amables excepciones, por críticos, intelectuales y organismos
culturales. Flagellum Dei a pesar de ser
Premio Siboney, no mereció un solo comentario, una sola crítica, ni buena, ni mala;
lo mismo pasó con Aquí, el Edén (1998)
y Dulce et Decorum est… (1997). A Gaia (Premio Pedro Henríquez Ureña, 1991),
le fue peor: misteriosamente fue censurado, bloqueando su distribución, y nadie,
salvo unos cuantos lectores, gracias a los ejemplares que me correspondían, han
tenido acceso a él; igualmente, el silencio de los críticos fue total. En cuando
a Desde las Islas, no recibí ningún reconocimiento
de mi país, ni de organismos culturales privados ni oficiales, a pesar de haber
ganado un importante premio internacional. Me gusta pensar que una excesiva privacidad,
una posición ideológica a contracorriente, un alejamiento físico del territorio
nacional y una casi total ausencia de foros, peñas, reuniones, talleres, discusiones,
asociaciones, cofradías, programas de televisión y de grupos en general, me han
en cierta manera marginado y que esa ausencia la ha pagado, injustamente, mi obra.
También puede ser que mucha gente no entienda o no acepte un recorrido intelectual
diferente, o que simplemente a la mayoría no les guste lo que hago, o lo consideren
sin interés, ¿por qué no? Creo que es a los críticos, en ultima instancia, a quienes
les toca responder esa pregunta, y a mí, escribir mi obra, lo que precisamente hago
cada día.
FM El asunto me recuerda una idea de manipulación del tiempo,
el aislamiento de hechos en una especie de imagen detenida -aquí recurro a la historiadora Catherine Darbo-Peschanski-,
lo que conceptúa el tiempo como un lugar de conflictos e intereses. Pienso en esto
no solamente en función de lo que observé anteriormente, sino también movido por
tu propio interés por la historia, sea en la poesía o en la dramaturgia.
JCM El paso del tiempo me intriga. Si para el intelecto el
pasado funciona como herencia palpable, dinámica; algo que podemos medir, observar,
manipular… para la conciencia de un individuo es sólo una realidad probable, tan
presente como cualquier otro hecho-recuerdo, ajeno o personal, del que tengamos
experiencia. Todo hecho histórico está tan cerca de mí como el día de ayer, o la
paloma que acaba justo de pasar cerca de la ventana. Como me interesa la vida me
interesa la historia. Toda nuestra experiencia, todo el bagaje de hechos y conocimientos
se inscriben en él, a excepción de nuestra íntima cognición de ser, ese incesante
transcurrir que dura lo que dura nuestra existencia. Mi interés en Atila (Flagellum Dei), en Pedro Santana (Dulce et Decorum) o en Nicolás de Ovando
(La Cruz y el Cetro) no es sólo histórico;
es humano. Son personajes que funcionan como arquetipos y me ayudan a mostrar aspectos
comunes a todos nosotros.
FM Romulo Pianacci,
al escribir sobre García Lorca, evoca a Shakespeare y establece un posible paralelismo
entre ambos: “llegan a la madurez trágica luego de haber pasado por la etapa de
un juvenil aferrarse al drama histórico, la comedia de costumbres y el mero entretenimiento”.
Una vez aceptado este paralelismo, ¿cómo situar tu experiencia dramatúrgica en este
contexto?
JCM Los géneros pueden ser una manera conveniente de clasificar
las obras literarias, pero cuando se trata de crear, los considero como estructuras
útiles a mi disposición. Independientemente de sus exigencias técnicas, permiten
soluciones diferentes, elecciones posibles para los distintos enfoques y soluciones
de escritura. He frecuentado algunos, entre ellos la canción dramática, el texto
para multitudes, la frase comercial, el cuento infantil, el discurso y el teatro.
Me ruboriza que los ejemplos que antepones sean tan ilustres, pero para el caso
es lo mismo. El contacto con el drama permite tomar conciencia del efecto dramático
de la palabra, su inmediatez y su calidad no-definitiva (es común realizar cambios
en los parlamentos hasta momentos antes de la función). Además está el factor “voz.”
En el teatro, la palabra deja de ser una sugerencia y se convierte en algo material,
algo capaz de golpear. El Otro, el lector, en ese caso el público, está siempre
presente y te recuerda el aspecto manipulador de la palabra, sus mecanismos de influencia.
El texto teatral, es un entrenamiento eficaz para aprender a calibrar los utensilios
de un escritor.
FM Acostumbras decir que descubriste la poesía con Rubén Darío.
¿Hasta qué punto Darío no habría sido percibido, en su tiempo, en tu país? ¿Cómo
eran las relaciones entre España y la República Dominicana en el pasaje del siglo
XIX al XX, y cómo se reflejó ese rechazo del modernismo mencionado por varios historiadores
dominicanos?
JCM Sin duda, el fenómeno modernista representó una revolución
literaria en mi país. Sirvió de puente entre una renaciente y atrevida poética francesa
representada por Verlaine, y la poesía complaciente y respetuosa de la tradición
que sobrevivía penosamente en nuestro medio. No soy un historiador ni nada parecido,
sólo puedo hablar en términos personales. La primera vez que entré en contacto con
el modernismo tenía quince años y era sólo un lector de poesía, pero ya me daba
cuenta de que si pretendía escribir debía encontrar mi propia voz, ya que Rubén
Darío había creado un universo del cual era él el centro, y ese universo era tan
cerrado. Lo que le debo a Darío es el placer de la palabra precisa, el sentido de
una escritura sonriente, la visión del verbo como sortilegio, la magia sencilla
“hecha con las cosas de todos los días…” y esa íntima convicción de que la palabra
es un vínculo prodigioso entre lo cotidiano y el misterio. Creo, por demás, que
ese descubrimiento pudo haber sucedido con Whitman, con Borges, o con Prévert. El azar quiso que fuera Darío.
FM ¿Estás de acuerdo en que la entrada en la modernidad, en el
caso dominicano, se daría solamente con La poesía sorprendida y no con el
postumismo? Aunque no te guste mucho hablar de influencias, percibo que, al menos
a través de Franklin Mieses Burgos, hay un enlace posible entre tu poesía y la tradicióin
poética renovada a partir de La poesía sorprendida. ¿Esta relación te incomoda?
¿ Y cómo medir la influencia surrealista en los dos casos?
JCM La poesía sorprendida refleja un conjunto de corrientes
de pensamiento en plena ebullición, en su momento; la búsqueda de un nuevo concepto
de libertad con ecos freudianos y tintes surrealistas, la violación de las fronteras
del verso, de sus múltiples límites; la liberación, un tanto tardía, frente a un
modernismo avasallante en sus melodías, la búsqueda de una voz acorde con un mundo
en pleno cambio… Le debo mucho a Franklin Mieses Burgos, a su persona, a su amistad,
a sus palabras de aliento, y también a su poesía, sobre todo a su concepto del ritmo
interno del verso, y me enaltecería cualquier relación que algún crítico travieso
encontrara. En este punto debo señalar que para don Pedro Troncoso de la Concha,
(a propósito de Urbi et Orbi) mi poesía
se inscribe más bien dentro de una tradición postumista. En cuanto al postumismo
de Moreno Jiménez, siempre lo he considerado, más que un fenómeno coyuntural, el
renacimiento de una poesía universal, libre en su rigor y sencilla en su profundidad,
que podemos encontrar en otros como Virgilio, Shakespeare o Whitman.
FM ¿Qué implicaciones tuvieron en tu obra las residencias fuera
de la República Dominicana? ¿De qué manera la experiencia del exilio define o consolida
una poética? Y más: ¿de qué manera la poesía dominicana logra pasar límites geográficos?
Si acaso hay un aislamiento, ¿qué lo define? ¿Y qué relaciones se pueden detectar
entre ese aislamiento y una corriente de pensamiento que se conoce por “pesimismo
dominicano”?
JCM Viajar me ha permitido visitar universos intemporales.
Cuando nos desplazamos no sólo lo hacemos en la geografía, sino también en la historia,
en la dimensión lingüística, en la diversidad cultural, en el espacio vital del
Otro. También nos alejamos de lo que hasta ese momento era nuestro pequeño mundo
personal y curiosamente es entonces cuando lo vemos con ojos nuevos. Cuando el hombre
llegó a la luna por primera vez, lo primero que se presentó a sus ojos asombrados,
girando en el espacio como un azul y esférico milagro, fue ese gran planeta que
era su hogar, la Tierra. Los viajes más enriquecedores se realizan a través del
lenguaje. La geografía es una fuente de experiencias sensuales generadoras de reflexiones
diversas, pero es la lengua la que te hace viajar por el espíritu de las civilizaciones.
Aprendí francés en mi adolescencia porque quería leer a Verlaine en su lengua original.
Junto a Verlaine me esperaba toda una dimensión de pensamiento, una manera diferente
de ver y de expresar el hombre y su entorno, de apreciar la palabra. La lengua inglesa
tiene paisajes más arrobadores que las Montañas Rocosas o la costa del Pacífico.
Lo mismo es válido para todas las lenguas y las culturas. Hay, sin duda, una relación
entre la experiencia personal del exilio y la producción poética pero no es algo
que yo intentaría establecer. Por otra parte, no pienso que la poesía dominicana
sea definida por límites geográficos. Las ediciones, la distribución, su difusión,
quizá; pero no la poética. Si una obra como la de Avilés Blonda o de Freddy Gatón
Arce no son globalmente conocidas, siguen siendo universales en su calidad. No veo
cómo la insularidad se pueda aplicar al intelecto. En cuanto a la teoría del pesimismo
a la que haces referencia, no la conozco; y no creo que la poesía dominicana sufra
de pesimismo.
FM Esa idea de un interés tuyo “en las posibilidades rítmicas
del lenguaje y el poder de sugerencia de las palabras”, según observación del crítico
José Acántara Almánzar, ¿de qué manera la abordas en la escritura de tus libros?
¿Cómo enfrentas el desafío de la escritura poética?
JCM Cada uno de mis libros ha tenido puntos de partida diferentes
que me han empujado, cada vez, a reinventar mi poesía. Creo que lo mismo sucede
con los demás poetas. Lo que afirma Alcántara Almánzar se aplica a toda poesía verdadera
porque en ella las palabras adquieren valores inéditos en sus connotaciones, en
sus resonancias a través del paisaje lingüístico, en las curvas melódicas de las
frases, en su riqueza sintáctica y en su tesoro de imágenes, movimientos y referencias
de todo tipo, ya que la poesía cuando dice, sugiere; cuando nombra, bautiza; cuando
señala, descubre; cuando muestra, asombra como los magos; cuando habla, canta; cuando
se asoma, renace cada vez como manantiales de Heráclito. Nunca he tenido la impresión
de enfrentar un desafío al escribir un poema, sino más bien, de ir en busca de un
acertijo. No se trata de comunicar con otro ser humano, lo que en sí es ya difícil,
sino de dejarle ver una parte de la realidad con nuestros ojos, de dejarle sentir
el mundo con nuestra intimidad, prestada durante la lectura. Mi escritura, en sí
misma, se alimenta de elementos que yo llamo “elemento orbital” porque es a su alrededor
que gira y nace la totalidad del texto; puede ser una frase como en el caso de Gaia (un verso del poeta sueco Eric Lindegren),
puede ser una melodía, como en Flagellum Dei
(Carmina Burana de Orff), o la imagen
múltiple de una ciudad (Aquí, el Edén).
Pero como en la música, son los silencios, que la conforman en última instancia;
detrás de las palabras, de los ritmos, de las denotaciones y de los temas se esconden
sus diversos sentidos y sus verdades. ¿No es acaso lo mismo para todas las cosas
este mundo?
FM Antonio Leal menciona esa condición de cronista de una época
cuyas referencias geográficas principales encontramos en Derek Walcott, Saint-John
Perse y Aimé Cesaire. ¿De qué manera te relacionas con ese entendimiento de la poesía
como canto de un lugar?
JCM Somos siempre aquí, y ahora. No nos podemos sustraer
a un lugar, a una ubicación. Aunque un poeta, un escritor, no busque en forma voluntaria
convertir su quehacer en la voz de un lugar, invariablemente su discurso tendrá
resonancias locales. Su visión partirá, por más universal que sea el mensaje, de
un punto de visión específico, aun así, podrá encontrar la totalidad en cualquier
detalle de su entorno. Quizá es lo que predendía decir Borges al afirmar: sólo hay
un hombre. Es a partir de una porción del mundo, (la que sentimos que nos pertenece,
o más bien que pertenecemos a ella), que entendemos, imaginamos y construimos todo
lo demás. En algún lugar, para cada uno de nosotros, la estrella polar está a su
perfecta altura, el barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Ese lugar nos
acompaña siempre, nos da el sentido del orden, de la pertenencia, y se refleja,
de una u otra manera, en nuestra poesía.
FM Me interesa mucho esa sugestión tuya de un “maniqueísmo perfecto”
que evoca una relación entre Drácula y Cristo. ¿Podrías hablar un poco al respecto?
JCM Los últimos veinte siglos, la zona de influencia cada
vez más amplia de las renovadas ruinas del Imperio Romano, se ha visto definida
por un fenómeno cultural sin paralelo en la historia: el cristianismo. Sus conceptos
de individualidad, de libertad, de igualdad, de bondad, de dicha, de redención,
de promesa de vida después de la muerte, han sido el fundamento de la llamada civilización
occidental y de sus hechos más significativos. Cristo es la representación humana
de esta civilización. Más que un hombre, solía decir Avilés Blonda, es un estado
espiritual. Es normal que tal paradigma tenga su sombra, su anticristo. Si en la
religión es la Bestia, en la literatura, en mi opinión, es Drácula. Yo no sé si
Stoker estaba conciente de ello cuando creó al personaje, pero no tengo la menor
duda de que la fuerza de su vampiro y su influencia en el inconsciente colectivo
proviene de esa relación. Todo los une y los separa al mismo tiempo. Las promesas
de eternidad, que en ambos requieren el paso por una misma puerta: la muerte; el
vínculo de la sangre, que en uno es un ritual divino para la supervivencia del alma
y en el otro una perversa necesidad del cuerpo; el uno es la luz, el otro la oscuridad;
hacedores de milagros, uno camina sobre las aguas, otro vuela con alas bestiales,
a uno lo anuncian ángeles y reyes, al otro los orates y las ratas; uno asciende
hacia el cielo, otro baja a las profundidades de la tierra en las noches; a uno
lo señalan las estrellas, al otro las tormentas; uno es el cordero y el otro el
lobo; uno promete la vida eterna y otro sólo una no-muerte sin final. No es de asombrarse
que el Conde Drácula, sobreviva las edades y las modas. Una acotación: he notado
que la descripción de las facciones Conde contiene los mismos rasgos que se le prestan
al rey Atila, percibido en la imaginación popular, víctima aún de la propaganda
del imperio, como un anti-cristo capaz de volver estéril la tierra con sólo pasar
sobre ella.
[2001]
JUAN
CARLOS MIESES (República Dominicana, 1947)
Urbi et Orbi. Premio Siboney. Santo Domingo. 1983.
/ La cruz y el cetro. Editora Taller. Santo
Domingo. 1985. / Flagellum Dei.
Editora Taller. Santo Domingo. 1987. / Gaia.
Santo Domingo. 1991. / Dulce et Decorum
est… Editora Codex. Santo Domingo. 1997. / Absolucion de l’etèrne… [edición
bilingüe languedoc castellano de Urbi et
Orbi] Messatges Collection. Paris. 1995. / Aquí, El Edén. Editora Vnana. Santo
Domingo. 1998. / Desde las islas.
Instituto Quintanarroense de la Cultura. México. 2001.
[Escritura conquistada. Conversaciones
con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro
y La Rana.
2010.]
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