FM El soneto no es una novedad en su poesía (ni tampoco un artificio
dictado por ciertas modas); desde el primer libro usted lo persigue (o es perseguido
por él), y esa elección contribuye a establecer una poética en su obra. Recuerdo
que usted me dijo cierta vez: “Hago un arte arcaico y asusto más a los otros poetas
que al poder”. ¿Qué lo habría llevado a escribir precisamente sonetos?
SC Me
fijé a las formas clásicas de la poesía. Eso proviene de mi formación intelectual,
de un interés espontáneo por el lenguaje, por el arte grecolatino. También escribo
esta poesía porque me individualiza, incluso ésta es la misma motivación de la poética de Góngora, como
nos aclara Ángel Pariente. Aunque haya figurado entre los “novísimos”, en el inicio
de la década del 60, en San Pablo, en torno al editor Massao Ohno, ya mi primer
libro, A casa do elementos (1984), evidencia, con sus seis odas, creo, el
rigor, la solemnidad y el fervor casi religioso por la palabra y el lenguaje como
espacio de celebración.
FM ¿Qué
opina sobre los que apuntan su dardo venenoso contra el soneto, acusándolo de decadente
(como si la bacteria del déjà-vu pudiera
ser inoculado en las formas literarias)?
SC No
me corresponde defender el soneto-forma. Habrá quien diga, tomando como base elementos
de análisis literario, o por absoluta perversidad, que el soneto cumplió su ciclo
histórico. ¿Qué ciclo será éste? ¿Qué evento fatal lo cerró? ¿Qué edad tiene la
poesía? Es cierto que, en los albores del siglo XVII, en la Península Ibérica, el
soneto, con Góngora y con Quevedo, alcanzó su culminación. No obstante, ya Fray
Luis de León escribió bajo las luces del siglo de oro que “hablar no es común sino
negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice”.
Hay, todavía, admirables sonetos escritos en nuestro siglo, de absoluta modernidad.
Ocurre que pesa sobre él una invencible maldición. El mal poeta, escribiendo en
versos libres, es simplemente malo; pero si escribe sonetos, los versos son los
que no sirven. El soneto exige mucho del poeta y encierra esa fatalidad de consagrar
o destruir irremediablemente. Me marcan, pero no son mayoría en mis libros.
FM Anoto palabras de André Gide: “El artista o el
sabio no deben preferirse a la Verdad que pretenden anunciar (ahí está su moral).
No deben preferir la palabra o la frase a la Fantasía que quieren mostrar: diría
que en eso reside toda estética.” Por su parte, Borges decía descreer de las estéticas,
afirmando que ellas “no pasan de ser abstracciones inútiles; varían para cada
escritor y aun para cada texto y no pueden ser otra cosa que estímulos o instrumentos
ocasionales”. ¿Qué piensa al respecto, usted que ha dicho pertenecer a “un lenguaje
estético”?
SC Mi
estética es básicamente la de la repetición. No escribo poemas semejantes. Reescribo
un poema elevando la escritura a la enésima potencia. Webern ya expresaba esta idea
al escribir sobre sus Variaciones orquestales: “Seis notas son proveídas…
y lo que sigue no es nada más que esta forma repetida, ¡siempre y siempre!” Además
el lenguaje como potencia del inconsciente se afirma por la repetición. Ella define
el mundo de la representación. Como señala Deleuze, “la repetición es propia del
humor y la ironía, y es por naturaleza trasgresión”. Sí, trasgresión a la ley moral,
donde todo es bueno o malo. Cada vez que repetimos contra la ley (mayormente un
placer, una sensación erótica profana, la ley moral nos sanciona. Por otro lado,
es preciso desacelerar la escritura. No podemos competir con la velocidad
vertiginosa de los hechos. La poesía de los hechos es efímera. Cabe a propósito
recordar a Borges, en la palabra de su interlocutor imaginario: “Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos
que vivo no habré pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer.” Pienso que reescribir educa/ reeduca. Además, como dice un buen amigo, no
se escriben más que media docena de buenos poemas en la vida; los más son repetición.
Finalizando, en rumbo a su pregunta, tengo un doble de Borges que dice en sus Siete
noches: “El hecho estético es algo tan evidente, inmediato e indefinible como
el amor, el gusto de la fruta, el agua”. Me quedo con éste, por supuesto.
FM De acuerdo con John Cage, “toda
influencia deriva de nuestra propia obra (y no de algo externo a ella)”. ¿Cree que
las influencias son causa o efecto en el contexto general de una obra literaria?
¿Le sería posible enumerar las suyas?
SC El
propio Cage responde, a mi ver, a esta pregunta. Observa él que “una idea, cuando
deja la cabeza donde nació, vuelve transformada”. Noto que mis influencias, si así
puede decirse, resultan del retorno (el eterno retorno) de las preguntas que el
poema, rehaciéndose, me lanza. Es un proceso lento pero, tarde o temprano, sin ceremonia,
las palabras propagadas regresan
en contrapunto y de ese embate resulta el poema. Dudo mucho, por lo tanto, en darlo
por consumado. Tengo innumerables poemas clamando por ser rescatados de los libros
en que los inhumé. Planeo, a largo tiempo, volver a publicar poemas reescritos.
FM Es la experiencia lo que distingue a un poeta de los demás.
A través de ella se yerguen identidades, no sin antes enfrentar la ansiedad de la
realización y su imposibilidad. La experiencia poética habita los límites de la
palabra que la construye. ¿Dónde se sitúan los márgenes de su actividad creadora?
SC Diría
que la experiencia con las palabras define al poeta. Él necesita tener una relación
especial, única, con ellas. Las necesita como al propio aire, precisa oírlas en
busca de nuevos sonidos, pulirlas, redescubriendo bajo el cuadernillo la leyenda
de los mitos, disponerlas en conjuntos para observar sus conflictos y conciliaciones,
poblar con ellas su patio de utopías. Por más que se haya dicho que la palabra engaña,
al operar la transformación de la realidad en concepto, creo que si esto fuera verdad,
estaríamos frente a una saludable trapacería. Diría incluso, concordando con Canetti,
que entre la palabra y los seres humanos los poetas prefieren las palabras, aunque
se entreguen a ambos. Mis márgenes de actividad creadora son, por lo tanto, la primera
sílaba de la primera palabra de un conjunto y la última del movimiento polifónico
de vida que ella desencadena. Poeta, para mí, es el ser capaz de realizar la experiencia
de fecundación de la palabra, de hacer el amor con ellas, y de ser también amado
en ese encantamiento.
FM Bataille decía que todo valor
es suerte, “su existencia depende de la suerte”. Usted demoró más de treinta años
para encontrarse como poeta, y se puede decir que ese encuentro haya sido provocado
por un accidente. Un golpe de suerte, ciertamente. ¿Diría que el azar rige nuestras
vidas?
SC De
hecho, dejé de escribir poesía por veinte años. Pensé que todo ya había sido escrito.
Este receso me hizo muy bien y mejor todavía a mis raros lectores. Nutro por la
música pasión idéntica a la que profeso a la poesía. De ahí que ésta contenga esa
característica de una obsesiva búsqueda de la expresión musical. A propósito de
esto, es curiosa la carta que Valéry le escribió a Gide en 1891, en la que dice:
“Estoy sumergido hasta la cabeza en Lohengrin. Esta música me llevará, así lo presiento,
a dejar de escribir”. Salvando las distancias, conmigo ocurrió un fenómeno parecido.
En cuanto al pensamiento de Bataille, creo que volví a escribir por una necesidad
interior surgida en un momento de crisis. Con todo, al hacerlo me sentí como un
adulto en busca de alfabetización funcional. Desde entonces, principalmente el el
área de las ideas, me he aplicado mucho para disminuir el margen insondable de mi
ignorancia.
FM Usted me dijo cierta vez: “Estoy cansado de tantas
causas. Hay causas en exceso en el mundo. Dejemos que la casualidad nos habite aunque
sea por un momento”. ¿Hasta qué punto un escritor tiene la obligación de ver y de
denunciar las fracturas y facturas de los poderes del mundo en que vive?
SC La
frase refleja un estado de impaciencia ante el mundo visto como una máquina paranoica
(de aquellas de Deleuze & Guattari) de generar crisis. Estoy harto de diagnósticos,
de los laudos cadavéricos de la realidad. Pienso que muchos de nosotros se están
comportando como esquizoides, anclados en la infancia del porqué, cuando se muestra
evidente que la crisis proviene de la propia sociedad en que vivimos. En cuanto
al final de la pregunta, no puedo conferir a mi poesía un carácter salvador o evangelizador,
pero le es innegable la motivación humanizadora.
FM En verdad la crisis es algo inherente
al propio trascurrir de la historia, y posible de ser epresada por el arte. Sin
embargo, nuestra época me parece diabólicamente aletargada a la sombra de un foco
(¿simulacro?) de crisis. ¿Una cruel contradicción de este final de siglo que ostenta
la velocidad (mitos, conceptos, reglas) como emblema inconfundible?
SC Pienso
que hay crisis y crisis. La natural, la del hombre, es permanente y no se arroja a un arte de
ocasión. Y hay la crisis-institución, que es la de la que hablan los libros y sobre
la cual trabajan los pensadores. Ellas acontecen, son territorializadas y espacializadas
y configuran verdaderos rituales. Según bien lo expresa Cioran, malgrado se diverja
de él en tantos campos, “una civilización comienza a decaer a partir del momento
en que la vida se convierte en su única obsesión”. Si así es, el llamado arte
de la crisis debería, para ser coherente, negar la historia de la propia vida.
Pero no es eso lo que acostumbra a ocurrir en las crisis. Ellas parecen tener el
siniestro poder de aglutinar oportunistas en cortejos fúnebres, que atropellan sepulturas,
blandiendo los estandartes de las vanguardias. Entre tanto, según pienso,
el verdadero arte es encontrado bajo las cenizas y de allí recatado. Arte
es lo que sobrevive. Sólo lo que sobrevive sabe reciclarse y generar nuevas formas
de vida. La crisis-institución, histórica, civilizadora, tal vez revele el
arte al deflagrar un proceso, que puede resultar en una (re) evaluación y convalidación.
Cuando Blake, Van Gogh o Artaud, por ejemplo, crearon su arte, fueron considerados
locos individuales, no sus tiempos. No creo en un arte de la crisis. Éste,
a propósito, en nuestra época, se transformó en rendidora industria (como la velocidad,
magia robada a los mitos y, por obra de la tecnología, lacrada en motores). La crisis
consume crisis. Ya el arte, cuando consume, consume a quien lo crea. Es bien diferente.
Me pregunto si no será este fin de siècle
el escenario de una paradoja, o sea, un mundo en cambio en el pensamiento, en el
arte, y, en los salones, la celebración del fin de un milenario simulacro bíblico,
en un reveillon de la burguesía, con mucho
champán, jamón y melón.
FM Si, al elegir mitos, con la expectativa
de “eludir el sistema”, el arte acaba cayendo directo en los brazos de la ideología
dominante, entonces correspondería al artista, más que la simple negación del héroe,
la negación del propio tiempo del héroe, no eligiendo mitos ni siquiera como sublimación
del afligido. ¿Sería ésta entonces la fórmula que volvería al arte no susceptible
de ser absorbido, metabolizado o, finalmente, expulsado por la ideología dominante?
SC Entiendo
que el sistema ya metabolizó toda la contestación. La sociedad burguesa tiene una
resistencia a toda prueba. La sociedad burguesa tiene siete vidas, como los gatos.
Vea las graphic novels agotadas en los
quioscos: el Capitán Marvel muere de cáncer causado por la radiación atómica; New
York está en llamas; el Hombre-Araña se transforma en psicoanalista (freudiano,
creo); fantasmas líricos emergen de la memoria de un edificio que la especulación
inmobiliaria demolió… Negar el héroe, por lo tanto, no parece producir mayor efecto
(ellas ya lo niegan), ni tampoco destruir mitos (ellos los recrean para las más
diversas finalidades). La sublimación del afligido se
convirtió en la certeza de llegar a acertar la lotería él solo. Restaría una estrategia consistente en una corrosiva lógica original (“Si es
posible para alguien ser procesado y vivir normalmente, entonces no hay problema
en ser procesado”). Pero Kafka es sutil y las personas parecen no saber operar ya
con la lógica. Con todo, aun contra las proyecciones y algunas evidencias, pienso
que debemos continuar trabajando, agotando lo que Octavio Paz llama “la posibilidades
de salud”. La capacidad de supervivencia ilimitada del hombre puede polarizarse
en un milenio arrancado a las vísceras de un nihil reactivo.
FM ¿El
arte moderno está ligado, como diría Marx, a la pérdida del carácter?
SC Marx
se sorprendió con la capacidad de la burguesía para crear y destruir, con la voracidad
con que consume y recicla para generar algún tipo de lucro. Lo ilustra con aquel
epígrafe notable de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”, usado por Marshall
Berman en un libro indispensable (a excepción de su diabólico proyecto de repintar
el Bronx). Observa Marx que “…el capital transformó toda la honra y la dignidad
en valor de cambio”. Y construyó su sistema, a mi ver una utopía que cabe discutir.
Con todo, su visión de la pérdida del carácter del arte de la burguesía me parece
absolutamente correcta. Poco más tarde Baudelaire la calificaría de prostitución.
FM ¿Diría entonces que el arte ya
se convirtió en la propia “institución burguesa de lo poético” (conforme a la expresión
de Luís Costa Lima)?
SC La
clase dominante hizo de sus subsistemas, en el arte, un corredor cultural por donde
transita hace ya doscientos años el modernismo como expresión de la “libertad de
crear”. Y ahí está él, con algo de “vieja dama indigna” que hoy hace un fetiche
(todavía) de la producción de lo nuevo. Sería una estupidez negarlo, pero
sus obras fundamentales ya habían sido casi todas gestadas hacia el final de los
años 20. En la música y en las artes plásticas veo aún hoy esta modernidad (concepto
tan discutido, pero vacío para algunos). Pero en la literatura, mayormente después
de la Segunda Guerra, poco importante ocurrió. Al contrario, me asusta esta producción
creciente de estéticas descartables al servicio de la industria cultural, al lado
del hortus conclusus de intelectuales
y artistas de elite (algunos, lo reconozco, de envidiable competencia) que administran
el arte de vanguardia de este siglo como propiedad privada. El modernismo tuvo el
mérito de abrir esa “caja negra”, trayendo la saludable idea de que una visión del
mundo no supera a otra, convive con ella, en la feliz expresión de Teixeira Coelho,
rescatando al humanismo de la grieta histórica que lo había devorado. Pero aun así,
abandonó compromisos y proyectos, quedando a merced de los media, que lo reconvirtieron en arte de moda en el mundo burgués, que
se alimenta de su abismo. Eso resulta, en mi opinión, en una paradoja, pues las
personas que viven a la moda y corren alucinadamente contra su propio espejo, están,
en lo íntimo, emitiendo un patético llamado por un mínimo de solidez y confianza.
Tal vez aquí encuentre la fuerza de un compromiso: intentar, con rigor y consistencia,
la traducción poética de ese llamado.
[1989]
SÉRGIO CAMPOS (Brasil, 1941-1994)
A casa dos elementos.
Achiamé Editora. Rio de Janeiro. 1984. / Bichos.
Edição do autor. Rio de Janeiro. 1985. / Ciclo
amatório. Scortecci Editora. São Paulo. 1986. / Montanhecer. Scortecci Editora. São Paulo. 1987. / Nativa idade. Mundo Manual Edições. Rio de
Janeiro. 1990. / O lobo e o pastor. Mundo
Manual Edições. Rio de Janeiro. 1990. / As
iras do dia. Mundo Manual Edições. Rio de Janeiro. 1990. / Móbiles de sal. Mundo Manual Edições. Rio
de Janeiro. 1991. / A cúpula e o rumor.
Mundo Manual Edições. Rio de Janeiro. 1992. / Leitura de cinzas. Mundo Manual Edições. Rio de Janeiro. 1993. / Mar anterior (poesia selecionada e revista 1984/94).
Mundo Manual Edições. Rio de Janeiro. 1994.
[Escritura conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana. 2010.]
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