FM Hay algunas
definiciones que facilitan una aproximación a tu poesía: la escritura como parodia
de sí misma; la elección de un lenguaje que contradiga el sentido histórico; el
fino disparo de la ironía contra lo que acertadamente Fernando García Ramírez llama
“poética del desastre” (refiriéndose a la poesía de José Emilio Pacheco) etc. Me
interesa aquí tu propia visión (versión de su ironía apasionada): ¿Cómo te toca
la poesía?
GD A diferencia
de la música, donde siempre estoy ávido de algo más -nuevo o viejo-, donde siempre
estoy dispuesto a escuchar diez veces hasta digerir lo que me interesa, donde siempre
llevo en la cabeza largas listas de obras que no quisiera morir sin haber conocido
o deshuesado, el tener, en cambio, que leer unos poemas me pone la carne de gallina.
Pues la poesía ya no me toca, desde hace
muchos años, sino como nostalgia (a la cual soy propenso), y aun eso tan sólo la
poesía que me tocó en tiempos pasados.
¿Cómo me tocaba entonces? Aunque parezca raro, no me es fácil reconstruirlo.
Sólo puedo decir que la poesía que me gustaba (poca, en suma) me despertaba impulsos
de emulación, es decir, de hacer nuevas pruebas, intentos… de índole técnica. Descubría
a Góngora y me quedaba boquiabierto. Descubría a Eliot y me fascinaban los recursos
-y, repito, me daban ganas de indagar más allá. Sólo que nunca he tenido prisa,
ni soy iconoclasta, así que primero procuraba aprender a usar con confianza el instrumental
disponible: el mondadientes, el matraz de Kjeldahl, el cefalotribo, la viola d’amore,
etc.
Con objeto de expresar. ¿Qué? Pues, yo, lo mío. Empecé canónicamente por el
corazón y pronto pasé a la espoleta (wishbone) y a todo el resto. Por lo que respecta
a mi escritura, ella no me toca, sino que la hago. Con gusto.
FM No cabe
duda de que hay siempre algo de impenetrable en toda creación. Sin embargo, una
cosa es la aparente dificultad de develar los códigos de la escritura en autores
como José Lezama Lima, José Kozer o Gerardo Deniz, y otra el principio de impenetrabilidad (casi
una obsesión) que rige la obra de autores como Joyce y Pound. Ciertamente hay una fractura
de orden estético en la definición del término “impenetrable”. Y creo que tal fractura
se utiliza exactamente para perturbar el sentido real que determinada obra pueda
contener. ¿De dónde crees que se origina la acusación de impenetrable en lo tocante
a tu poesía?
GD Bueno,
a decir verdad, tengo algunos pasajes impenetrables incluso para mí mismo, aunque,
en total, sean pocos. Pero esto no tiene que ver con la pregunta.
Hay en México una actitud muy difundida, consistente en ensalzar lo hecho por
Joyce, Pound, etc., pero no bien asoma algo remotamente análogo en las letras nacionales,
todo el mundo se cubre el rostro con la túnica. Pero no porque uno no alcance, por
supuesto, calidad suficiente; lo mismo harían, siendo sinceros, ante Joyce o Pound
mismos, pero saben que, en tal caso, pasarían por incultos. (Ignoraba yo que Cortázar
-de quien he leído tres páginas- estuviera en la lista de los impenetrables. Me
asombra un poco, pues he visto a liliputienses mentales leyéndolo con pretendido
placer.)
Simpatizo con Joyce, sin que ello me impulse a abrir sus tediosísimos libros.
Sin embargo, algunas ocurrencias suyas suenan muy bien (aquello, por ejemplo, de
que contaba con que los lectores consagrarían sus vidas enteras a procurar entenderlo).
Pound, a quien personalmente encuentro odioso, me resulta ilegible, sobre todo por
esa rigidez insípida suya. Le agradezco, eso sí, su intervención decisiva en la
Waste Land.
Medio mundo está persuadido de que Pound ejerce sobre mí una influencia avasalladora.
Es un buen ejemplo de cómo mi escritura, a falta de otros méritos, tiene cuando
menos cierto valor -diríamos- diagnóstico: ayuda a ilustrar concretamente algunas
oligofrenias del medio circundante.
FM Recuerdo
palabras tuyas: “Antes me leían tres. Ahora son veinte, treinta, cuarenta -poco
más. Qué maravilla -no más”. ¿Cuántos lectores de poesía -de los que se enfangan
en las ruinas simbólicas de la escritura y creen desvelarle algún sagrado enigma-
se supone que haya todavía en el mundo?
GD Esta
pregunta, que recibo en portugués, trae un verbo sabroso: chafurdar. Aunque el sentido era inequívoco, me complací, como suelo
hacer, yendo a mi diccionario, robado hace cerca de 30 años: “chafurdar, v.i. Revolver-se
em lamaçal”… Uno de esos verbos que incitan a la acción, aunque sea (v.i.) sin complemento
directo.
Como el mundo es demasiado ancho para mí, me restringiré a la capital mexicana.
Pues bien, aquí el número de lectores que chafurdam
en aquello es impresionante. Hay casi tantos lectores de poesía como poetas, o sea
casi tantos como habitantes. La poesía -y qué poesía- representa en México un auténtico
PRI del espíritu (o, mejor, Espíritu, con mayúscula, para hacer juego con el vergonzoso
lema de nuestra universalidad).
FM Sueles
confesar que a veces no entiendes muy bien lo que dicen las reseñas críticas acerca
de tus libros. ¿Qué esperas exactamente de tales comentarios? ¿Buscas acaso algún
tipo ideal de lector?
GD No comprendo,
en efecto, a causa de la famosa brecha generacional, y a causa también de mi total
falta de práctica en determinadas lecturas, con la consecuente falta de terminología,
de hábitos mentales, etc.
Carezco de tipo ideal de lector. Lo único que deduzco es que mis lectores, en
general y de cualquier especie, son muy diferentes de mí, pues, según me gusta repetir,
si me enfrentase a lo que escribo, pero escrito por otro, no pasaría de la primera
línea.
Los críticos que prefiero son aquellos -infinitos, pero casi ninguno escribe
reseñas de mis libros- que no tienen empacho en exhibir sus parálisis y estereotipias.
Como soy una mala persona, entusiasta de pescar humorismo involuntario, mis escasos
censores del mencionado género me proporcionan hondas satisfacciones.
FM Tus relatos
circulan por cultivados campos de la prosa y del verso, con intensa y notable intimidad.
Sé que acostumbras negar los propósitos estéticos. Con todo, no creo que haya sido
aleatoria tu inclinación al relato. ¿Cuáles son los determinantes de tu estilo?
GD Mi inclinación
al relato es un hecho. Muchísimos de mis poemas (si esto fueran) no son sino relatos.
Pienso que es natural en un individuo como yo, tan despojado de ideas y tan ávido
de datos. Supongo que se trata, como tantas veces, de una influencia directa de
las ciencias descriptivas, más mías que las interpretativas. Sin caer tampoco, por
supuesto, en análisis psicológicos y atrocidades semejantes.
De estilos no sé hablar. Mi modo de escribir en los relatos que he publicado
hasta ahora (Alebrijes) tiene un objeto
principal: demostrar que, si así lo deseo, puedo -con gusto- hacer cuentecitos convencionales.
Ahora bien, no es mi propósito quedarme en eso. Únicamente, quiero evitar la posibilidad
de que cuando publique en prosa ciertas cosas que preveo, no digan que se debe a
no poder hacerlo “bien”.
Lo mismo ocurrió con mi poesía: al principio de mi primer libro (que algún año
de éstos se reeditará) había hasta sonetos, y de esta manera nadie pude pretender
que los horrores que siguieron eran porque no sabría hacer otra cosa. Sí, sí podría,
pero preferí entregarme al llamado “experimentalismo”. Pues bien, tal vez un día
mis prosas se tornen heterodoxas, y si los comentaristas claman que evidentemente
ignoro lo que es la arquitectura de un relato, y demás simplezas, entonces les enseñaré
una crítica -que he merecido ya y que atesoro- según la cual Alebrijes parecen ejercicios siguiendo un
manualito de cómo escribir cuentos.
Acabo de mencionar, a propósito, el experimentalismo. Me lo atribuyen. Yo no
estoy nada seguro de ello. Es que a esa palabra asocio -y creo que es natural- esos
autores que, casi en cada página, se renuevan de pies a cabeza. Yo no. Desde que
encontré, más o menos, mi camino, hace unos 30 años, casi no he hecho, realmente,
sino explorar aquel hallazgo. Simplemente, llevo ese tiempo laborando en lo mío,
no experimentando. Em mi libro Grosso modo
-y solamente en dos páginas- presenté una muestra de, en mi concepto, auténtica
experimentación, que sigo cultivando, más despacio de lo que quisiera. A ver qué
sale.
FM Observo
tus consideraciones sobre el hecho de no ser un lector de poesía. Por cierto no
proceden del temor al permanente estado de influencia en que se encuentra aquel
que escribe. Me parece que la lectura de otra materia auxilia mejor en la formación
de una poética. ¿Ésta es también tu opinión?
GD Lo es,
con un retoque y una precisión. El primero: no creo ilustrar tanto como una poética.
Cultivo, nada más, mi modo de escribir. La segunda: esas otras materias son, desde
que nací, precisamente lo mío. Con el
contenido de la pregunta estoy de acuerdo, y siempre repito con gusto que cuanto
escribo nació bajo dos influencias esenciales: Paz y Eliot (seguidos de otras pocas
influencias secundarias).
En resumen, lo que leo es lo que siempre leí. La poesía fue algo que durante
más o menos una década cabalgó en mi rodilla derecha y luego salió corriendo, dejándome
mojado y con un vicio: escribir.
FM Leyendo
entrevistas anteriores a ésta, es notable el modo como escapas de las trampas mitificadoras del escritor,
cómo rehúsas la máscara literaria. Esto lo demuestran declaraciones como: “las características
esenciales [del poeta] creo que son las mismas de siempre; poco admirables”; “la
poesía me es indiferente”; “hasta de escribir obras decisivas e innovadoras alguien
se aburre”, etc. ¿Dirías que en lo literario reside, en gran parte, la ruina da
literatura?
GD Rechazo
la máscara literaria al igual que rechazo cualquier otra máscara. Es una cuestión
de ética (si bien mi ética suele tener fundamentos estéticos).
Mucho antes de entrar en contacto -muy relativo- con escritores, tuve tropiezos
dolorosos con otra clase de máscara todavía más impune que la literatura: la máscara
de científico. Encuentro excelente que una labor se perfile, se singularice por
sí misma hasta el grado de que aun en ausencia de firma (detalle trivial) resulte
inequívoco de quién es tal o cuál poema, o tal o cuál teoría. Es probable asimismo
(tampoco forzoso) que el individuo capaz de tales logros sea un personaje fuera
de lo común en múltiples aspectos. Ahora bien, esos aspectos no tienen por qué ser
visibles si no se buscan ex profeso. Quiero decir que el cultivo de máscaras -disfraces-
de gran artista o gran científico me parece una actividad nauseabunda. En especial,
por supuesto, cuando el individuo es, como es casi la regla, un artista o científico
insignificante.
Recuerdo con gran satisfacción a una muchacha que hace pocos meses, viéndome
beber, comer y perder el tiempo en un bar, informada, en mala hora, de que yo era
poeta, se negó rotundamente a aceptar este hecho, objetando casi con violencia que
yo no lo parecía. Nunca he percibido tan a las claras cómo en el fondo… no lo soy.
Por lo demás, eso de que lo literario es la perdición de la literatura, me entusiasma
y voy a empezar a divulgarlo. La frase es ambigua, pero ahí está su encanto.
FM ¿En qué
se fundamenta, exactamente, tu descreimiento en la poesía como medio de conocimiento?
Recuerdo que el argentino Aldo Pellegrini se refería a la poesía como una “mística
de la realidad”. ¿Cómo considerar este descreimiento tuyo a la luz del Surrealismo?
GD Estoy
incurablemente saturado de una sola acepción: para mí, conocimiento significa únicamente
“conocimiento fáctico científico-natural”. La poesía, de este modo, no sólo no es
un modo de conocimiento sino que, sencillamente, no tiene con el conocimiento nada
que ver. Por supuesto, todo el mundo es libre de hacer intervenir en su conocimiento
la poesía, la música, la contemplación, el erotismo y la aerofagia. Cosas todas
-salvo quizá la primera- muy estimables. No me opongo. Simplemente, para mí, un
concepto tan vasto deja de significar nada.
Lo de la “mística de la realidad” me gusta, aunque también me entristezca, como
todas las alusiones a lo místico, que pareció ser para mí, hace mucho, una presencia
bastante cercana y vital, hasta que comprendí que, como ya Buda lo observó, explorar
el misticismo teniendo familia es tan imposible como explorar el marxismo-leninismo
teniendo uno que trabajar.
Pasando al Surrealismo, opino que produjo mucha pintura inapreciable. La desdicha,
aquí, es que de pintura no sé nada. Las teorías surrealistas son simplezas; Breton,
Éluard, Péret me parecen poetas muy pequeños -responsables también, inesperada pero
indiscutiblemente, de algunas (algunas) de las infinitas neo-cursilerías de este
siglo, y que siguen vivísimas. Por fortuna, el Surrealismo, aun literario, abrió
también puertas nuevas, sobre todo para los no ortodoxos: ideas turbias revelaron
posibilidades que, quién más, quién menos, todos aprovechamos -yo el primero.
FM Es indiscutible
que lo burlesco, lo paródico, es uno de los elementos definidores de tu escritura.
Pienso en Leónidas Lamborghini, cuando afirma que la parodia “es nuestra tragedia
verdadera y, por lo tanto, tendría que ser nuestro arte verdaderamente serio”. ¿También
lo consideras así?
GD Una vez
más, la frase me parece -más bien me suena- magnífica, si bien seguramente un examen
atento la clitoridectomizaría.
Por mi parte, tengo suficientes causas inmediatas de sufrimiento en la vida
diaria, como para buscar por añadidura tragedia en regiones alambicadas. Tal vez
abordando la cuestión por el otro extremo consiga yo decir algo. Me refiero al tema
de la “seriedad”, en el cual sí he pensado desde hace largo tiempo, aunque -desde
luego- sin frutos apreciables.
Había publicado sólo mi primer libro cuando me enteré de que una egregia figura
literaria lo censuraba por no lograr decidir si mi escritura era “seria” o no. Después
de un leve desconcierto inicial, comprendí que lo problemático no estaba en mí,
sino en las características de mucha gente.
La categoría “seriedad”, por cómoda que sea en el habla ordinaria, no tiene
cola prensil, ni hondura ninguna. No tiene -diríamos-… seriedad. Es algo que siempre
se acobarda y encoge en cuanto lo miramos de frente. Ahora bien, es asimismo una
típica pistola de juguete, de esas que echan un chorrito de agua -o de baba-, cuando
quien maneja la palabra carece de existencia cabal: la gente que más impresiona.
FM En un
momento dado afirmas que César Vallejo es un poeta que desconoces. ¿Esto se
debe a que la poesía te es indiferente o a que no encuentras esencialidad en la
obra del poeta peruano? ¿Consideras correcta la inclusión de Vallejo entre los fundadores
de la moderna poesía hispanoamericana?
GD Si en
la lejana temporada en que procuraba leer cuanta poesía me caía entre manos hubiese
tenido a mi alcance algo de Vallejo, sin duda lo habría leído, desconozco con qué
consecuencias -pues todavía no lo he hecho, y a estas alturas ya no estoy para descubrimientos
literarios. Veo que siempre lo ponen entre los fundadores de la poesía hispanoamericana
moderna y, desde mi ignorancia, lo acepto sin inconveniente.
Permítaseme referirme a otro gran nombre que acostumbra ser citado acto seguido
del de Vallejo. Me refiero a Neruda. En mis tiempos de juventud e interés leí los
20 poemas, que me dejaron indiferente.
De ahí pasé al Canto general, el cual
a los pocos minutos lancé por la ventana. Así quedaron las cosas treinta años, hasta
que, a petición mía, un joven amigo me señaló tres o cuatro poemas en ya no sé cuál
Residencia en la tierra. Los leí y releí
con atención. Eran buenos, sin lugar a dudas, pero bastaba con volver la página
para recae en el material indiferente habitual. Ya era yo vejísimo para estrenar
nada y, así, el prestigio de Neruda es para mí un misterio que, por suerte, me da
igual. Eso sí, aun renunciando a hacer juicios literarios, estoy convencido de que,
sin su comunismo, ni Vallejo ni Neruda serían tan apreciados. (Ahora que me acuerdo,
sí he leído algo de Vallejo: un artículo sobre Eric Satie, de un esnobismo risible.)
FM Borges
afirmó años atrás que “la literatura participa de la decadencia general de esta época”. Está claro que no le despertaba
interés la literatura contemporánea. Ampliando la cuestión, recuerdo aquí las seis
(que resultaron sólo cinco) proposiciones básicas de Italo Calvino como metas indispensables
de la literatura, así como la condición de inevitabilidad defendida anteriormente
por Wordsworth. ¿Qué te parece esencial, inevitable, en la literatura contemporánea?
GD No creo
en la declinación general de esta época. Hay declinaciones parcelares, como siempre
las ha habido, sólo que ahora a escala planetaria, lo cual las torna más impresionantes.
Algunas de esas declinaciones (sólo algunas, por suerte) las conozco en carne propia
infinitamente mejor que la mayoría de quienes gustan de hablar de ellas como si
estuviesen muy enterados de lo que se trata. Por otra parte, soy absolutamente pesimista
y concuerdo con la Antigüedad en su conclusión de que conocer el porvenir sería
el más temible de los dones que los dioses (si existieran) podrían hacerle a un
hombre.
No obstante, como me agrada que las palabras preserven cierto jugo y cierta
elasticidad (que permita darles palmadas sonoras en las nalgas), me es imposible
aceptar que nuestra época esté en declinación general. Decir cosas así sólo es un
modo barato de parecer profundo y sabio. Junto a inmensos horrores, en lo que ha
durado mi vida se ha descubierto la ideología tripartita de los indoeuropeos y se
ha empezado a explorar sus consecuencias, ha nacido la radioastronomía y se ha sintetizado
la vitamina B12, se ha establecido la deriva de los continentes, Bartók
escribió medica docena de obras esenciales, se ha ahondado en el funcionamiento
de los linfocitos, se han hallado los textos de Nag Hammadi, Needham ha escrito
acerca de China, se analizan genes y la hipótesis nostrática se afianza… Me es imposible
despreciar el sentido de los sustantivos al grado de sostener que todo esto es “declinación”
o que, simplemente, no cuenta. Y conste que múltiples declinaciones parciales y
odiosas de nuestra época me han impedido a mí, ni más ni menos, participar con cuerpo
y alma en más de uno de aquellos descubrimientos y trabajos -para lo cual, demostrablemente,
estaba yo dotado mucho más que para hacer un poquito de literatura cada noche, luego
de un día sin poder dedicarme a lo que prefiero.
Visto todo ello, simpatizo con Renan cuando declaraba que daría cualquier cosa
por hojear el libro de ciencias de un escolar un siglo más tarde (o sea ahora).
Confieso que, hoy, no me sorprendería en lo más mínimo recibir por respuesta: de
aquí a cien años no habrá con vida ni escolares ni nadie. En todo caso, preferiría
tal respuesta a la que, hace apenas unos años, representaba una posibilidad: en
el libro del escolar diría que en el Principio fue Mao. Tampoco subestimo el número
de nuevos maos que irán a surgir en un siglo tan concurrido como el venidero -si
viene. En resumen, reitero la idea de que más vale ignorar, en general, lo que ocurrirá
mañana. Esto, en cuanto al manual de ciencias del escolar. El manual de literatura
me es indiferente.
Pasando al asunto de la inevitabilidad, sólo señalaré que, desde mi juventud,
Kart Popper y otros me enseñaron que no hay nada inevitable en el curso de los asuntos
humanos. Desde entonces no he encontrado motivo para cambiar esta opinión. Nada
inevitable, aunque sí probabilidades abrumadoras: de que la literatura continúe
siendo soporífera -por ejemplo.
Para mí, lo único que la literatura tiene de esencial es que, desde hace unos
años y espero que hasta mi fin, me sirve, como ya he dicho, para tener algo que
escribir por las noches, desde que ciertas declinaciones personales, de orden económico,
me impiden comprar libros interesantes y leerlos -no digamos escribirlos. Poesía
no sé si escribo; literatura, cuando menos, me parece que sí.
[1995]
GERARDO DENIZ (México, 1934)
Adrede. Edición Joaquín Mortiz. México. 1970. / Gatuperio. Fonde de Cultura Económica. México. 1978. / Material de lectura. Universidad
Nacional Autónoma de México. México. 1984. / Enroque. Fondo de Cultura Económica. México. 1986. / Mansalva. Secretaria de Educación
Pública. México. 1987. / Picos pardos.
Editorial Vuelta. México. 1987. / Grosso
modo. Fonde de Cultura Económica. México. 1988. / Amor y oxidente. Editorial Vuelta. México. 1991. / Mundonuevos. Ediciones El Tucan de
Virginia. México. 1991. / Op. cit.
Universidade Autónoma Metropolitana. México. 1992. / Ton y son. Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. México.
1995. / Letritus. Ditoria. México.
1996.
[Escritura
conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación
Editorial El Perro y La Rana. 2010.]
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