FM Dice
Francisco Matos Paoli: “Si algo me define es la avidez de conocimiento y el
ansia de identificar verdad y belleza como enorme consumación del ser”. En
cuanto al poeta Manuel de la Puebla, ¿qué lo define?
MP La
inquietud por la adquisición del conocimiento fue mi pasión dominante desde los
dos últimos años del magisterio; más fuerte con los estudios universitarios;
pasión que generó en crisis severa. Quería leer y estudiar y no tenía tiempo,
sino el que quitaba al sueño y al recreo. No sabía descansar (como me pasa
ahora) ni podía hacerlo, tan recargado como estaba de horas de clase. Yo no
podría decir como Don Paco que ansiaba identificar la verdad y la belleza como
acto de perfeccionamiento; me parecía que la primera (parcial, subjetiva)
estaba en mis convicciones y no visualizaba la segunda concretamente. Quería el
conocimiento como instrumento de seguridad intelectual. Me definía a mí mismo
como una persona llena de lagunas. El vacío que sentía me sofocaba; vacío que
con los años ha apaciguado su encono, no porque lo haya llenado con ni siquiera
información, sino porque uno se acostumbra a la ignorancia, sea por resignación
o por fatalismo. Así que nada de cortarme el pelo unos centímetros como Sor
Juana para desafiarme a mí mismo diciendo: tengo que ver tales y cuales cosas
antes de que vuelva a crecer. Tengo muchos proyectos que me incitan y mantienen
activo y esa es la única medida de la inquietud.
FM
Gracias a nuestra correspondencia y a nuestro intercambio de libros, vengo
conociendo un poco más de tu trabajo, Manuel. ¿Qué proyectos llevaste a cabo en
los últimos años y cuáles está cumpliendo ahora?
MP Como
la lectura y conocimiento de Francisco Matos Paoli, el poeta mayor de Puerto
Rico, no era tarea fácil, por la inmensidad de su obra y mala distribución de
la misma, preparé, en 1995, una antología de los poemas más significativos de
su poética, por temas. A solicitud de Luzmaría Jiménez Faro, directora de la
Editorial Torremozas, de Madrid, hice otra antología de Julia de Burgos. Una
tercera de José Martí, para conmemorar el centenario de su fallecimiento. Un
número especial de Mairena dedicado a
Sor Juana Inés de la Cruz, conmemorando el tercer centenario, y los números
monográficos de Mairena, labor
enteramente personal: 1) Imagen poética
del Siglo XX, antología temática, que contiene: la poesía sobre la vida u
el destino, en general; seres en soledad, extraños en la ciudad, la guerra, la
paz, la voz reivindicativa de la mujer; poesía sobre los niños, indios, negros
y marginados; la poesía del SIDA. 2) Ecología
y poesía, también por temas: la poesía sobre la tierra, la naturaleza, la
luz, algunos elementos del habitat:
la casa, las cosas, el cuerpo, el aire, el agua, los árboles, los animales y la
contaminación. En este último caso, en vez de escoger y colocar en sección
aparte los poemas sobre la contaminación por el ruido, preferí destacar, como
don admirable, el silencio, cuyo aprecio, en su esencia, es privilegio de los
poetas y de personas muy sensibles. 3) Otro número monográfico está constituido
por unos setenta poemas a la madre. El último número de la revista es una
especie de panorámica de la poesía puertorriqueña del siglo XX, con veinte
estudios sobre otros tantos poetas; un trabajo sólo posible gracias a la ayuda
de algunos de los más allegados colaboradores de Mairena: Ernesto Alvarez, Javier Ciordia, Jesús Tomé, Francisco
Matos Paoli, Marcos Reyes Dávila, Angel M. Encarnación, Ramón Felipe Medina y
Reynaldo Marcos Papua.
FM
Naturalmente que no se puede olvidar tu dedicación a la edición de la revista Mairena, durante veinte
años, trabajo que me parece el más exigente, en términos de tiempo y energía.
MP Así
es. Al concluir Mairena su itinerario
estoy anunciando el nacimiento de otra revista para que se inicie con el tercer
milenio, la revista Julia, dedicada
exclusivamente a la poesía como creación, distinta en la presentación y las
perspectivas.
FM ¿Y qué otros proyectos tienes en mente?
MP Una
media docena de capítulos sobre la poesía puertorriqueña de los últimos
cincuenta años; una seria de ensayos sobre Sor Juana y el libro Introducción a la Ecología. Estoy
ayudando, además, a Fredo Arias de la Canal, de México, en la preparación de
una antología de la poesía cósmica puertorriqueña, en general, y cuatro
individuales, en pleno proceso.
FM
Fernando Charry Lara, al escribir sobre la poética de León de Greiff, se refiere a la poesía
como “una experiencia física de la palabra, hasta llegar con ella a sustituir
la mezquina realidad cotidiana”. ¿Qué influencia crees que tenga hoy la poesía
en esa “realidad cotidiana”?
MP En esta
relación entre la palabra poética y la realidad, creo que se pueden hacer dos
grandes apartados -con numerosos grados en cada caso. Por una parte, la poesía
muy elaborada, en la que el lenguaje predomina sobre los temas y los asuntos;
cuando aquel los arropa, ocultándolos, o los agosta. Es la “poesía de la
palabra”, como dijo una vez Borges refiriéndose a la poesía de Góngora. La
poesía es un modo de ver, de sentir y de apreciar las cosas. Modo subjetivo por
naturaleza, pero que debe ser artístico por la intención, proyección y
finalidad. Lo importante en la creación poética es conservar siempre esta
conciencia de la faz artística; en ella reside la profesionalidad del poeta. La
inspiración llega turbia, máxime cuando es fruto del arrebato o es vuelco del
subconsciente por una rampa oblicua.
Creo que la elaboración es necesaria y pienso que son funciones de la
poesía aludir a la realidad representada con sus medios y maneras y
transformarla. Personalmente corrijo mucho mis textos, suprimiendo del lenguaje
abundante todo lo innecesario; cambiando los vocablos muy comunes o gastados.
Pero de aquí al paladeo de las palabras, al recargo esteticista (e, inclusive,
a la petulancia de estilo) hay un buen trecho. Corregir, sí. La palabra con
mesura, sin alejarse de la naturalidad, por aquello de Juan Ramón Jiménez: “ya
no la toques más, que así es la rosa”.
En esotro apartado pongo la realidad que aunque sórdida y cruel cuando está
alterada por la maldad humana, no me parece mezquina, desde el punto de vista
del arte. Es una dimensión ineludible; parte integrante de nuestra vida y
sustancia. La realidad externa y la interior. Y solamente en una situación
extrema la fruición de la palabra podría sustituirla. Con la poesía tiene
muchas formas y muchos grados de relación, desde el calco directo y burdo de
ella, hasta la idealización, el esfumado y la sublimación. Lo que lamento desde
hace varias décadas es que la realidad se ha metido atropellando y desalojando
a motivos y categorías espirituales; degenerando, desestilizando el lenguaje,
arte de la poesía. No es el relieve del realismo en el poema lo que censuro,
porque hay muchas formas de nombrar las cosas en forma entera y de referirse a
las peripecias humanas con sus lacras. Y hay una forma poética de situarse en la
cotidianidad, pero detectando “el alma oculta de las cosas”, como quería
González Martínez y de emplear el lenguaje familiar, pero al servicio de la
visión lírica, transformante. Si el empleo sabio del lenguaje metafórico
descubre al verdadero poeta, también el uso del lenguaje familiar,
espiritualizado y sobrio, lo califica. Y esta es la diferencia entre el
verdadero poeta y los meros usuarios del verso.
FM En
una entrevista a Sylvia Domenech, dice Violeta López Suria: “Cuando comecé a
escribir, en la década del 50, sólo existía la radio. La poesía llegaba a
través del oído. Había pocos libros”. Creo entonces que las revistas fueron el
gran instrumento de difusión de la poesía en las décadas anteriores, sobre todo
para la generación iniciada en el período de las vanguardias de los años 20.
Pienso en revistas como Hostos, Vórtice y Faro. ¿Cuál fue
la importancia de esas publicaciones?
MP
Violeta López Suria parecía tener una vida muy recogida, encerrada en su
pequeño mundo de libros, música y animalitos caseros, pero tenía los sentidos
muy abiertos al entorno. Disponía, además, de una gran sensibilidad para
responder poéticamente. Entiendo su nostalgia por la década del 50, cuando la
poesía era un arte auditivo, gracias a la difusión radial que hacía las veces
de una juglaría. Y gracias a los numerosos recitales, las representaciones del
teatro clásico, al igual que el teatro poético de Federico García Lorca,
Alejandro Casona y Jacinto Benavente. Los poetas formaban parte del ambiente,
entre ellos Juan Ramón Jiménez que si ofreció al pueblo de Puerto Rico su
prestigio y saber poéticos, recibió en cambio simpatía, reconocimientos y la
plaza de “profesor residente” de la Universidad de Puerto Rico. En fechas
posteriores, poetas más jóvenes que Violeta han expresado la misma nostalgia,
aunque extendiendo el tiempo recuperado en el verso, más de una década; como es
el caso de José Luis Vega con Tiempo de
bolero y Andrés Castro Ríos con Crónica
escrita para ser cantada.
La secuencia de la radio en lo que a la difusión de la poesía se refiere
está en las páginas de las revistas. Jesús Tomé destaca su importancia diciendo
que son como el termómetro cultural de un país, y tiene razón en parte. Esas
revistas aparecen en tiempos de efervescencia; de inquietud espiritual, de
afirmación o de polémica sobre arte y literatura; no importa la vida efímera de
muchas de ellas. Y desaparecen o escasean en tiempos anodinos, frívolos o
materialistas, como el que hoy nos toca vivir. En poesía, la presencia de las
revistas se siente hoy más necesaria ya que los otros medios, radio, TV y
prensa, la tienen en olvido. En la década del 20, periódicos como El Imparcial, Puerto Rico Ilustrado y La
Democracia tenían sus páginas abiertas a los poetas. Bastaría el ejemplo de
Evaristo Ribera Chevremont que al regresar de España con el entusiasmo por los
movimientos de vanguardia publica una serie de ensayos en el Puerto Rico Ilustrado sobre la nueva
estética y dirige en La Democracia
una página para la exposición de las nuevas corrientes intelectuales, a la vez
para los poemas afines a ellas. En esa atmósfera tan propicia a las letras y
las artes surgen semanarios como Poliedro,
censuarios como Los Seis, Alma Latina e Índice, y revistas de periodicidad y duración variables, órganos de
los distintos ismos. Faro y Vórtice, por ejemplo, fueron portavoces del Noismo, al igual que Hostos, que la siguió, las tres de vida
breve. El espacio de las revistas era una alternativa del ofrecido por los
periódicos. Cuando unas cesaban, la publicación de poesías seguía en las
páginas especiales o suplementos de los otros. Lo importante es señalar el
espíritu de renovación que las caracterizaba, con la proclama de libertad, el
sentido de réplica abierta e inclemente a la vieja poética y su tono de
suficiencia, humor, burla e ironía. Lo más llamativo de su estilo, lo más firme
del afán innovador, residía en la creación de imágenes; en las metáforas
deslumbrantes o caprichosas que en muchas ocasiones exhibieron. A mí entender
las revistas de mayor duración y significado del momento fueron Índice y Alma Latina. La primera por el sentido de profundización en el
espíritu nacional, la independencia con respecto a cualquiera de los ismos de la época; por su razón de ser,
más afín a los elementos unificadores que a las diferencias. La importancia de Índice hay que medirla en el ámbito
cultural puertorriqueño. Más que revista literaria es una palestra; más que un
“índice”, una empresa para indagar, descubrir, afirmar y defender lo más raigal
y propio, contenido en la historia, la lengua y la cultura del país.
La revista Alma Latina, aunque de
interés general, cumple un papel importante en la renovación literaria. En ella
sobresalen: la atención a lo hispánico, con el deseo de comunicación entre los
distintos países que constituyen este concepto, y la exposición del Atalayismo
-el movimiento de vanguardia más importante de la Isla- como una categoría que
define la poesía, el arte y la filosofía de vida. El interés por la poesía
adquiere continuidad en la sección denominada “Poetas de última moda”, después
“Antología nudista de vanguardia y finalmente: “Poemas nuevos”. Si en Alma Latina no se logró la imagen
completa del movimiento, en ella, por lo menos, los poetas se movieron con
comodidad y se afianzaron.
FM
Siguiendo la tradición de las revistas literarias, en las décadas del 60 y el
70, por ejemplo, encontramos Guajana, Mester, Palestra, Ventana,
Zona: Carga y Descarga, entre otras. Cuando fundaste Mairena, en
1979, tenías ya todo un ambiente favorable a este tipo de publicación. ¿Qué te
animó a esta aventura editorial?
MP Creo
que se puede hablar legítimamente de una tradición de las revistas
puertorriqueñas. Con respecto a las anteriores, las que Ud. enumera nos sitúan
tres décadas después. Es decir, que de intentar un itinerario completo,
tendríamos que recordar no menos de quince revistas; unas de iniciativa
privada, otras de instituciones. En conjunto, forman un espectro muy
interesante de la literatura puertorriqueña. En ese período surgieron Ámbito y Brújula, por ejemplo, ambas nacidas en 1934, dedicadas a varios
géneros, cerradas en 1937; Ínsula
(1941-43) que fue el órgano del movimiento Integralista; Artes y Letras (1953-59), calificada “Censuario de cultura”; Asomante (1945-70), revista de la
Asociación de Mujeres Graduadas de la Universidad de Puerto Rico, dirigida por
Nilita Vientós Gastón durante veinticinco años hasta que la Asociación la
destituyó por diferencias en la orientación; hecho que dio paso a la revista Sin Nombre (1970), que la licenciada
Vientós condujo hasta 1984. La Torre
surgió a iniciativa del rector Jaime Benitez en 1953 y ha sido reflejo de los
trabajos investigativos y de creación de la Universidad de Puerto Rico y de
destacados intelectuales del mundo hispánico y de otras literaturas. Aún sigue
editándose.
En las décadas del 60 y del 70, las revistas literarias son reflejo de la
gran efervescencia política y cultural; contribuyendo, al mismo tiempo, a
formar un ambiente de búsqueda y defensa de la identidad nacional, ambiente
político-social-literario que sobrepasa lo meramente poético-revisteril. Mairena no llegó en ese momento aprovechando el florecimiento
previo de las publicaciones, sino al contrario, tratando de atenuar el vacío de
las mismas. Años antes de 1979, las revistas nombradas y algunas más, Prometeo, Nosostros, Visiones y Bayoán, se habían llamado a silencio. Me
pareció, pues, urgente, la necesidad de crear un espacio para la poesía como
creación; también, para la crítica poética.
Hasta mediados de los 60 se repetía que la literatura puertorriqueña estaba
en crisis, salvo la poesía, considerada siempre como el género más
sobresaliente en cantidad y calidad. Ahora éramos testigos del crecimiento de
la narrativa, el ensayo y el teatro. El boom
literario hispanoamericano copó el interés general de editores y lectores y la
atención particular de profesores y de críticos. Los escritores puertorriqueños
se sumaron a la evolución y al éxito, mientras la poesía, en términos de
lectores, críticos y acogimiento editorial, fue marginada. El ambiente no le
era favorable. Y eso mismo hacía más necesaria una publicación para poner la
poesía en el lugar que le correspondía. Porque peor que la marginación por
causa del éxito de los otros géneros, era desalojarla de la vida por la fuerza
destructora del materialismo rampante. Era necesario ofrecer un frente de
reivindicación; mostrar la poesía como un valor en sí misma, una muestra del
espíritu; digna, como tal, de todo respecto y simpatía. Mairena tenía que dar este testimonio.
Si yo alguna vez dije (en el Congreso Internacional e Poetas de Madrid, en
1982, por ejemplo) “que había que recuperar el antiguo esplendor de la poesía”,
pensaba más en el rescate de los lectores que en la modificación intrínseca de
la poesía. Por eso, desde el primer número he venido repitiendo que “Mairena es una revista dedicada
exclusivamente a la poesía -creación y crítica- pero no precisamente para
poetas y especialistas”. Mairena
salía en búsqueda de los lectores abandonados por los poetas -desde las
escuelas de vanguardia-, los poetas puros, los de poesía hermética o los otros
del lenguaje surrealista, caótico o ilegible.
Personalmente he entendido siempre que deben existir todas esas variantes
de la poesía. Los poetas, revistas y libros de avanzada; exploradores y
experimentadores. Pero por consideración a los lectores, la actitud
vanguardista no entraba en las miras de Mairena.
La revista era, por otra parte, una publicación de proyecciones universales, en
el tiempo y en el espacio; animada por un espíritu de sencillez, propicio para
crear el ambiente de convivencia. En esta misma proyección, no quiso someterse
a ideales ni a programas políticos; fijando con esto una postura que hoy nos
parece muy fácil pero no en 1979, en el espacio densamente politizado.
Era asimismo urgente, además de la creación del espacio para la poesía y
los poetas, el movilizar la poesía; extenderla dentro de Puerto Rico y llevarla
más allá de sus playas. Dar a conocer la poesía puertorriqueña en el mundo
hispánico, estableciendo a través de ella un intercambio de conocimiento y de
amistad. Había en la salida, también, voluntad de servicio.
FM El
“Editorial” de Guajana # 2 (1966) afirma: “Crear en Puerto Rico es más
que solamente crear. Aquí significa alimentar la cultura nacional, que resiste
heroicamente a la acometida del poderío extranjero en todas sus
manifestaciones”. Lo que resultó a partir de entonces fue un panfletarismo
reductor, una sumisión del arte al mero enfoque político. ¿Hasta qué punto Guajana
no habría significado un retroceso en lo tocante a las conquistas del
movimiento transcendentalista de la década anterior?
MP
Aunque la poesía puertorriqueña siguió a la par de la poesía hispanoamericana,
en los cambios temáticos y en las evoluciones intrínsecas de la misma, para
entender la actitud crítica de los poetas hay que tener en cuenta también la
situación política, especial, de la Isla, que marca todas las formas de su
cultura. Los entonces jóvenes poetas agrupados en torno a la revista Guajana (en una misma línea de toma de
conciencia y compromiso que los de Mester
y Palestra) evolucionaron rápidamente
hacia una militancia radical, evidenciada en los poemas y en los artículos
editoriales. Asumieron, como primera función de la revista, la creación de un
frente de lucha patriótico, para defender y acrecentar la cultura
puertorriqueña. Y aparte de que la década del 60, época de agitación política y
social, y de que el ambiente general contestatario de Occidente era propicio
para despertar la poesía política, los puertorriqueños tenían ejemplos muy
próximos entre sus poetas: el de José de Diego, de comienzos de siglo, a quien
ellos habían homenajeado con un número especial de la revista, implicaba un
compromiso con la historia, y el ejemplo de los poetas -vivos aún- perseguidos
y encarcelados por la afirmación de sus ideales independentistas: Juan Antonio
Corretjer, Francisco Matos Paoli, Clemente Soto Vélez y José Enamorado Cuesta.
Como modelo fue también Hugo Margenat, que al fallecer prematuramente a los 23
años, en 1957, con una obra madura e incitante, se convierte en el precursor
del movimiento.
Causas externas y motivos más próximos inspiran esta poesía: la revolución
cubana, los movimientos de emancipación de los países hispanoamericanos; la
intervención de los marinos norteamericanos en Santo Domingo; la guerra de
Vietnam; el fallecimiento de Pedro Albizu Campos, fundador del Partido
Nacionalista Puertorriqueño; la celebración del plebiscito sobre el status en 1967 y la conmemoración del
centenario de la Revolución de Lares en 1968; la penetración de la doctrina
marxista en las artes, las letras y programas sociales. A estas motivaciones
habría que añadir otras igualmente acuciantes: las luchas universitarias y los
conflictos con el servicio militar obligatorio; la captación de los inmediato
deprimente: la falta de conciencia en la ciudadanía, la carencia de ideales
superiores, la indiferencia; el conformismo, la búsqueda y apego a las ventajas
materiales; el discrimen racial y la injusticia.
Así se entiende la preocupación de los editoriales de las revistas y el
sentido que los poetas imprimen a la poesía. Crear para ellos es sostener la
cultura como un modo de ser del individuo y de la nación; la obligación de
jugarse en la defensa de los rasgos que identifican a todos como puertorriqueños;
en la defensa de la cultura asediada por muchos flancos.
Para ellos como para Gabriel Celaya, la poesía es “un arma cargada de
futuro”. La consideran como una palestra. Como el lugar en el que pueden dar la
batalla contra lo que llaman irónicamente “las tres divinas personas de la
poesía colonizada puertorriqueña”: el idealismo, la enajenación y la
metafísica. Quieren desmitificar, situar al poeta en la calle, en la vida
cotidiana y lo popular. Creen en el amor. Estiman la tradición. Pretenden ser
fieles a su tiempo y quieren descubrir la verdad histórica para realizarla. Lo
único -observan- es que la rosa está chamuscada de pólvora y oliente a sangre,
y eso determina su poética.
Así se entiende también el énfasis que se da al contenido, al sentido
colectivo de la voz, al tono de denuncia o de crítica y a la agresividad del
lenguaje.
¿Sumisión del arte al enfoque político? No siempre. El valor artístico pasa
sin duda por un riesgo, mayor que en otras formas; riesgo que ni Pablo Neruda
supo salvar siempre. Peligro sí; no necesariamente rendición de la sustancia
artística, que se puede mantener en muy diversos grados.
Por tratarse de una forma poética distinta, creo que no se puede hablar de
retroceso. El movimiento transcendentalista puertorriqueño, aunque nacido con
una actitud muy pura y serena; y aunque sus principios -por ser más
universales- perduraran más tiempo que los de otros movimientos poéticos, su
resonancia e influencia no fueron tan notorias. Y si estuvieron muy bien en
cuanto a la afirmación de los valores humanísticos, el enfoque metafísico y
cierto tono de angustia y desencanto no encajaban en el nuevo programa,
idealista en lo político y pragmático en lo filosófico. Más todavía: en la
historia de la poesía ha habido siempre movimientos de ida y vuelta; de
acercamientos y de choques; de grandes subidas, a veces, hacia lo apolíneo, y
graves descensos, en otros casos. Lo importante es que podamos reconocerla en
cada etapa.
FM Hay
una tendencia de los puertorriqueños insulares de rechazo a la poesía hecha por
los puertorriqueños residentes en los Estados Unidos. Entre éstos menciono a
Manuel Ramos Otero, de quien el ensayista Rubén
González, en su excelente estudio Crónica de tres décadas (1989), sitúa El
libro de la muerte entre “los tres o cuatro libros más importantes
publicados en los años 80 en Puerto Rico”. ¿Cuáles son las razones del rechazo
arriba apuntado y qué piensas de la poesía de Ramos Otero?
MP La
poesía escrita por algunos puertorriqueños residentes en Estados Unidos
(llegados cuando eran niños) o hijos de exiliados puertorriqueños, nacidos en
Estados Unidos, constituye un capítulo interesante desde el punto de vista
cultural, dentro del enfoque artístico literario y del sociológico. Es una
poesía relativamente joven -empieza en la década del 60. Se la conoce con el
nombre de poesía “niuyorriqueña” o “neoriqueña” y la gran diferencia con la
poesía de la Isla es la lengua utilizada. Los autores de este grupo escriben en
inglés o son bilingües o utilizan el “spanglish”. La lengua utilizada es un
criterio fundamental, en litigio con la voluntad de los que quieren pertenecer
a la comunidad puertorriqueña y el deseo de ser incorporados a su cultura. En
la Isla la aceptación de los mismos no es unánime. Están por una parte los que
de manera tajante rechazan esa poesía; no la aceptan como un apéndice de la
literatura insular y ni siquiera como modalidad, aún admitiendo que, en sí
misma, sea una forma de sentir y expresar lo puertorriqueño. Creen que su
espacio está en la literatura inglesa. René Marqués, dramaturgo, ensayista y
cuentista, es un ejemplo de esta actitud.
En frente se encuentran los que no solamente la aceptan sino que la
defienden, como es el caso de Pedro López-Adorno, puertorriqueño, poeta,
profesor universitario en Nueva York, autor de un excelente libro titulado Papiros de Babel. Antología de la poesía
puertorriqueña en Nueva York.
Pero antes de referirme al razonamiento de defensa que hace en el prólogo,
como primera cuestión debo señalar que en la antología, de cincuenta y cuatro
autores, el 87% -exiliados cuando ya estaban formados- escriben en español
(algunos son figuras relevantes de la poesía puertorriqueña, como Clara Lair,
José I. de Diego Padró, Calente Soto Vélez, Graciano Miranda Archilla, Julia de
Burgos, José Emilio González etc.). Entran en la selección sencillamente porque
residieron en la gran ciudad. La inclusión suya en la literatura nacional no la
cuestiona nadie. Es el caso de Manuel Ramos Otero por quien Ud. pregunta, caso
que voy a considerar más adelante.
López-Adorno sitúa a los “niuyorricans” dentro de la literatura
puertorriqueña (y por ende de la hispanoamericana) porque es una muestra de la
identidad nacional en el exilio, precisamente por la pluralidad social,
política, económica, cultural y lingüística. Porque, a pesar de los niveles
polifónicos, hay un hilo conductor y revelador de la puertorriqueñidad. Sugiere
que a los que escriben en inglés se los lea en traducciones al español, tal
como sucede en esta antología. (En una sección final aparecen los poemas
escritos originalmente en inglés.)
El hilo de identidad se advierte en la liberación e los autores frente al
“impacto de la transculturación, asimilación y marginación” de que son
víctimas. Sostiene el prologista que para los que usan el español, el idioma es
un símbolo de resistencia; mientras que los que se expresan en inglés usan esta
lengua como subversión idiomática, para luchar contra los prejuicios y censuras
de la cultura dominante. Gracias a ese hilo relevante, conductor de la
identidad es posible le reunión de estas voces, las de esta “babélica”
experiencia poética polifónica. Apoyado en este criterio, López Adorno
argumenta contra el nacionalismo unidimensional y contra los que enmarcan la
poesía en compartimientos inflexibles. Propone, en cambio, que se destaquen los
elementos que unen y no los que separan; como forma de minar la resistencia y
poderío de la cultura dominante, la norteamericana; como un proyecto, también,
de rescatar del olvido la sustancia del ser puertorriqueño en el exilio.
La imagen del inmigrante puertorriqueño se asocia generalmente con la clase
trabajadora y pobre; la formada por la afluencia masiva de trabajadores
puertorriqueños a Estados Unidos, antes de la industrialización de la Isla y el
consiguiente progreso económico en ella; grupo acrecentado por la salida
posterior de muchos otros trabajadores, estudiantes y profesionales, atraídos
por razones muy diversas. Se habla de más de cuatro millones de puertorriqueños
en él “otro lado”; más que los que viven en la Isla superpoblada, con unos 3.8
millones de habitantes.
A los de aquí y a los del otro lado les identifica la nostalgia y el apego
sentimental a lo nacional, por encima de algunas marcas y matices que los
particularizan, como la influencias del ambiente, con las costumbres, personas
y circunstancias; las respuestas personales a un medio distinto; la visión de
mundo formada con distintas perspectivas.
Hace un par de años la Universidad de Puerto Rico ofreció una serie de
encuentros -en varios de sus recintos- con cuatro escritores puertorriqueños
radicados en Estados Unidos. Víctor Hernández Cruz, poeta y cuentista, autor de
una obra publicada en inglés, traducida a cuatro lenguas europeas, empieza
ahora a escribir en español desde su retorno en 1989. Aclara: “nunca perdí el
sonido y el ritmo del español”. Se siente influenciado por William Carlos
Williams, hijo de madre puertorriqueña, un poeta que originó un cambio notable
en la poesía norteamericana. Hernández Cruz dice con humor que está como en el
limbo; no es aceptado en Puerto Rico por escribir en inglés ni es poeta
norteamericano por no estar radicado en Estados Unidos.
La obra de Tato Laviera es la más típicamente “niuyorrican”, por no decir
excéntrica. Mezcla cinco modalidades lingüísticas: inglés, español, spanglish, la forma bilingüe y el
“mixturao”. Su poema “Niuyorrican” aclara la lucha contra el rechazo y el
carácter oral de la poesía.
Yo peleo por ti Puerto Rico,
sabes. Yo me defiendo por tu nombre, sabes. Entro a tu isla, me siento extraño,
sabes. Entro a buscar más y más, sabes. Pero tú con tus calumnias me niegas tu
sonrisa, me siento mal, agallao, yo soy tu hijo, de una migración pecado
forzado. Me mandaste a nacer nativo en otras tierras porque éramos pobres, porque
tú querías vaciarte de tu gente pobre. Y ahora regreso con un corazón boricua,
y tú me desprecias, me miras mal, me atacas mi hablar mientras comes McDonalds
en discotecas americanas. Y yo no pude bailar la salsa en San Juan, la que yo
bailo en mi Barrio llena de todas tus costumbres. Así que si tú no me quieres,
yo tengo un Puerto Rico sabrosísimo en que buscar refugio en Nueva York y en
muchos otros callejones que honran tu presencia preservando todos tus valores,
así que, por favor, no me hagas sufrir, sabes.
Judith Cofer Ortiz es el ejemplo de una escritora nacida en la Isla y
criada en Estados Unidos que debe la esencia de la puertorriqueñidad a su
madre, según declara. Es poeta, cuentista y profesora universitaria, autora de
obras muy difundidas.
Juan Flores, autor entre otras obras, de un libro de ensayos sobre la
identidad puertorriqueña y director del Centro de Estudios Puertorriqueños en
Nueva York, sostiene que la frontera es una fuente de innovación y de
identificación cultural; un espacio que no le pertenece a nadie, sino que se
nutre de la pluralidad.
Habría que añadir, al menos, los nombres de otros poetas “niuyorricans”:
Pedro Pietro, Miguel Algarín, Sandra María Estévez, José A. Figueroa, Martín
Espada y Louis Reyes Rivera.
FM Todo
esto es importante destacar, sí, pero… ¿y
qué decir del caso particular de Manuel Ramos Otero?
MP La
poesía de Manuel Ramos Otero no se puede leer con indiferencia. Tiene capacidad
para sacudir a los lectores por la carga inusitada de sinceridad; por la
crudeza de los conceptos y del vocabulario. Puede, inclusive, dividirlos en dos
bandos: quienes la aceptarán entusiastamente por sus ímpetus y rebeldías, como
un desafío a la sociedad y un deseo de apertura total en la literatura. Al igual
que sus cuentos y novelas, la poesía responde a una voluntad expresa de crear
inquietudes y a la necesidad psicológica, exagerada, de manifestarse. Responde
a una condición personalísima de ser hombre y poeta; de encararse con el mundo,
desafiante. Es poesía eminentemente autobiográfica.
Desde la furia interior que lo caracteriza, destruye muchos estereotipos.
Se entusiasma por los nuevos modelos, lenguajes y estructuras; desafía a la
ética tradicional; a las leyendas y costumbres, y al silencio mismo. Él mismo
dijo, en una entrevista a Jan Martínez, en el periódico El Mundo (10/11/1985): “Si mis textos son violentos se debe a que
la agresión externa genera de alguna manera la agresión interna del texto;
también hubo un momento en que ya no valía tenerle miedo a las palabras porque
un escritor no puede tenerle miedo al mismo barro con que se expresa.”
Y el crítico español, Jorge Rodríguez Padrón, en el mismo periódico, años
después (08/10/1990), así escribió acerca de Ramos Otero: “Irascible.
Explosivo. Apasionado. Tormentoso. Nunca neutral. Siempre en los extremos. Al
borde, al margen, subterráneo, temerario, irreverente. Sacrílego, blasfemo,
valiente. Para Manuel Ramos Otero su vida era como el desfila de sus propios
personajes por su propio filo de la navaja.”
FM En
un libro sobre Francisco Matos Paoli, el crítico Javier Ciordia Muguerza,
observa la ausencia de poetas puertorriqueños en una antología de la poesía
hispanoamericana organizada por el español Jorge Rodríguez Padrón y la poca
representatividad de esta poesía en el caso de una antología preparada por el
peruano Julio Ortega. Agrego ahora otro caso: la total falta de mención de la
poesía puertorriqueña en una antología firmada por el colombiano Juan Gustavo
Cobo Borda. ¿A qué atribuyes estas ausencias o lecturas insuficientes de la
poesía de tu país en el resto de América hispana e incluso en España?
MP A la
indiferencia o negligencia de parte de los puertorriqueños y al desconocimiento
y descuido de los antólogos atribuyo esta situación. Aquí no existe todavía un
sistema de distribución internacional del libro puertorriqueño. Ni por parte de
las editoriales oficiales -las del Instituto de Cultura Puertorriqueña y de la
Universidad de Puerto Rico- ni por parte de las editoriales comerciales. En general
(salvo una media docena de autores que han editado o coeditado con casas de
México, Argentina u otros lugares) los libros no están valorados como producto
comerciable. Ni dentro de la Isla; mucho menos en el exterior. El cambio de la
moneda en la mayor parte de los países hispanoamericanos no favorece este
comercio, pues resulta desfavorable para ellos. Las ediciones son puramente
para el consumo interior, reducidas a tiradas de 500 ó 1.000 ejemplares
(hablamos de libros de literatura, no de textos para escuelas o universidades).
El mérito mayor reside en la voluntad y esfuerzos de los propios autores.
Fuera de esto, la iniciativa mayor que se puede consignar es la participación
de algunas casas editoras en las ferias internacionales de Guadalajara (México),
de Colombia y Nueva York y la celebración de dos ferias internacionales en
Puerto Rico (1997 y 1998), organizadas por José Carvajal y su esposa la poeta
Dalia Nieves Albert.
Admitiendo el respetado por ciento de inercia y de omisión por parte de todos
en este asunto, creo que todavía nos alcanza la amonestación del pensador
Antonio S. Pedreira en la década del 30, cuando decía: “Tenemos que desistir
del voluntario abandono de lo nuestro para acabar con el desdén y la
indiferencia con que nos mira el mundo”.
Y para los estudiosos y antólogos de la poesía contemporánea les vienen muy
bien estas palabras que Marcelino Menéndez y Pelayo escribió hace casi un siglo
(a Jorge Rodríguez Padrón por la omisión total de autores puertorriqueños en su
antología; igual y peor el caso de Juan Gustavo Cobo Borda, porque ha estado en
Puerto Rico. Julio Ortega reduce a sólo tres autores la representación
puertorriqueña.). Porque no se conoce no se promueve y porque no se promueve no
se conoce la excelente poesía puertorriqueña. Hoy, como ayer hay que decirlo
con la gran voz de don Marcelino:
El país que… tiene derecho a
ser juzgado por lo que realmente vale, y a ocupar en la literatura americana el
lugar que hasta ahora con evidente injusticia se le ha negado en todas las
colecciones generales formadas en las demás regiones del Nuevo Mundo.
[1998]
MANUEL
DE LA PUEBLA (Puerto Rico, 1930)
Unos apuntes líricos. Ed. Zaragoza Deportiv. Río Piedras. Puerto Rico. 1972. / Romances
para decir en las calles de Río Piedras. s. p. i. Río Piedras.
Puerto Rico. 1978. / No es desamor tu viaje. Ediciones
Mairena. San Juan. Puerto Rico. 1986. / Anillos del amor y de la muerte.
Ediciones Mairena. San Juan. Puerto Rico. 1991. / La lucha con el ángel.
Ediciones Mairena. San Juan. Puerto Rico. 1998. / Reparos en el espejo –
Versos apócrifos de Sor Juana Inés
de la Cruz. Editorial de la
Universidad de Puerto Rico. 1997. / Sencillamente el mar. Fundación
Odón Betanzos Palacios. Huelva. 1995. / Palabra virgen. Ediciones Mairena.
San Juan. Puerto Rico. 2004. / Por la ruta de los pájaros. s. p.
i. San Juan. Puerto Rico. 2005. / Actas de viandante [antología].
Ediciones Mairena. San Juan. Puerto Rico. 2007.
[Escritura conquistada. Conversaciones
con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro
y La Rana.
2010.]
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