FM En un poema tuyo titulado “Meu conflito” (Meridiano celeste & Bestiário, 2006),
encuentro esta intrigante imagen de un hablante que se debate “vida afuera en busca
de Ulises”, invirtiendo el curso mitológico entre busca y extravío. Comencemos entonces
nuestro diálogo por esa inversión sugestiva. ¿Quién es el interlocutor que buscas?
ML Ah, Floriano, estás apuntando a la herida. El norte. La demanda
del santo Grial. La idea de una busca que se vuelve capítulo de otra busca. Ulises
intentando volver a su rocosa Itaca. Y Telémaco tras los rastros de Ulises. Una
busca que se busca. Una demanda que no se consume. Hubo de hecho una Telemaquia.
Pero poquísimos versos nos llegaron de ese poema. Yo me aflijo por esa doble ausencia
y me enamoro de ese todavía-no: la isla no alcanzada y Ulises no encontrado. Así,
desde temprano, quedé intrigado ante esos textos sugestivos e intangibles. La literatura
como la demanda de una contra-demanda. Presencia y No-presencia. La obra futura
es, por lo tanto, inacabada. Es una especie de verificación del sistema, midiendo los límites de aquella obra. O
entonces: la poesía en estado absoluto, como la de Ulises, en sus diez años de errancia,
es la vigilancia del metro, de la belleza, de la verdad en la inespera crítica de Telémaco. Y esos aspectos
crecieron en la obra de Dante -cuando yo estudiaba el canto XXVI del Infierno. Y
me encuentro con Ulises, que no vuelve a Itaca, yendo a naufragar en las playas
de la eternidad, junto al Purgatorio… Pero yo tengo que responder, Floriano. Que
una primera idea de Telemaquia -para mí- se resuelve en la busca del Otro. En Dante,
esa visión tremenda del Paraíso XXXIII -de un Dios-libro, en el Poeta- y en cada
uno de nosotros- vuelve a su isla. Rocosa y perdida. Mi interlocutor son los que
tienen en la literatura una patria de cosas perdidas e inacabadas, cuya belleza
se origina precisamente en ese estado. El todavía-no, como la corona de un rey.
Una telemaquia interna y peligrosa. Bella y simultánea.
FM En una entrevista que hice
al poeta Sérgio Campos, él me dijo que sus márgenes de actividad creadora son “la
primera sílaba de la primera palabra de un conjunto y la última del movimiento polifónico
de vida que ella desencadena”. ¿Es también así como tú buscas “el otro lado de la
noche”?
ML Bella definición, esa de Sérgio Campos. Metáfora valiente.
Bueno, el otro lado de la noche,
está en Saudades do paraíso, el libro
que me llevó a mis sílabas, a las inserciones primeras de mis días. Por donde pasan
Antonio Carlos Villaça, Nise da Silveira, Roger Garaudy, Eco, Rubens Corrêa, Nagib
Mahfuz, Adélia, Esquivel, en forma de crónica, de ensayo poético. El otro lado de
la noche lo hallé después de escuchar una conferencia de Carlo Rubbia, Premio Nobel
de Física, en Praia Vermelha. Pensaba en los poderes de la palabra. Verso y anverso.
Los infinitos infinitos. Lo grande y lo pequeño. Dos universos-burbuja Y dos paralelos. Pensé en la potencia
de la palabra (Cecília: qué potencia la tuya). Palabras capaces de todo. De conservar
y trasformar. Pensé en Lucrecio. Y de repente, Floriano, necesité respirar vida,
el aquí y el ahora. Caminé por el Bem-Te-Vi, que es el otro lado del Pan de Azúcar.
Pensando en amores. Pensando en tantas cosas. Pero tantas, tantas, Floriano, que
no alcanzo a decirlas. Influjo. Influencia.
FM Y allí en Teatro alquímico
(1999), esta configuración preciosa de la integración entre lo que nos influye y
la manera como también influimos en toda elección, en todo dominio. “Pertenezco
a Georg Trakl tanto tanto como éste me pertenece”, dices. Y así destrozas todo ese estupor en torno de la influencia y sus
pequeñas angustias. Somos modificados por la historia en la medida en que
la modificamos. Con todo, nuestro tiempo rompió desastrosamente con esta identificación
profunda entre ser y tiempo, y el hiato nos hizo perder el lugar de origen, lo cual nos impide seguir el viaje. ¿Cómo
ves la relación de fuerzas entre ciencia, religión y arte, la esfera de poder en
que actúan y desertifican el mundo?
ML Vivimos del quiebre de las posibles armonías primordiales.
Somos hijos del Plural y de la Niebla. Separados del Origen. Exiliados del Futuro.
Las perspectivas no son maravillosas. Pero hay que aceptarlas, como Nietzsche, tremendamente
golpeado y apasionado por la intuición de Sils-Maria. Separaciones neopositivistas
parecen imponer una exclusión absoluta entre los polos de la ciencia y de la religión.
Y mi vida ha sido la del diálogo. Trabajo con teólogos. Y con científicos. Soy amigo
del físico Ildeu de Castro como del teólogo Faustino Teixeira. Del astrónomo Ronaldo
Rogério Mourão, como del matemático Ubiratan D’Ambrósio. Conversé con obispos ortodoxos
de varios rincones de Europa y de Oriente Medio, como con obispos y ayatolas, en
el Brasil y en Irán. Con Fray Betto y Leonardo Boff. Con Cícero -con lágrimas en
los ojos- y recorrí las mezquitas de Shiraz. Mi pasión ha sido la de conjugar las partes rotas de un
diálogo. Y tengo por cierto que la ciudadanía se origina en los ámbitos de una conversación hecha de pura adición. No quiero
“o”. Quiero “y”. Doy un ejemplo. Estoy en Recife. Tengo quince anos. 1979. Me llevan
a la casa de Cussy de Almeida, en Piedade. Tal vez el maestro no se acuerde. Yo
era un muchachito tímido. Él, sin el Stradivarius. Había terminado de tocar Vivaldi
en la Sala Cecília Meirelles. Era una tarde linda en Recife. Y había un señor cuyo
rostro me parecía familiar. ¿Sabes quién era, Floriano? Luis Gonzaga. Y trató de
tocar “Asa Branca”, como si aquella fuese la primera vez. Cussy y Gonzaga. No era
“o”. Era “y”.
FM Espléndido ejemplo. Decía el poeta argentino Aldo Pellegrini
que “la imagen poética en todas sus formas actúa como desintegradora de ese mundo
convencional, nos muestra su fragilidad y su artificio, lo sustituye por otro palpitante
y viviente que responde al deseo del hombre”. Considerando la condición esencialmente
subversiva de la poesía, ¿cómo crees que actúa todavía en nuestro tiempo?
ML ¡Cómo admiro a Pellegrini! Siempre creó situaciones nuevas
y, más que nuevas, fecundas. Me gusta. Y también Girondo. Y Alejandra. Y Temperley.
Para quedarme con los ausentes. Creo aún -en tiempos oscuros y sombríos como los
nuestros- en la fuerza imagética. El arquetipo jamás podrá perder su gran sinergia.
Ni todas sus implicaciones. Estamos en la era de los hombres, así es. Pero la era
de los dioses -para hablar con Vico, para dividir las ideas de Herder- no creo que
cese del todo. En otras palabras, me acuerdo del impacto tremendo de la poesía de
Hölderlin, casi herido de abstracciones. Y -de repente- en los años en que se manifestaba
la locura, el poema “Patmos”, la espera de los dioses y la victoria absoluta de
las imágenes. Una tempestad imagética. Un triunfo absoluto de la poesía. De las
actitudes enrarecidas, desvaídas
de un elemento misteriosamente concreto. Pellegrini no se equivoca. La poesía no
conoce límites. Prohibiciones. Sólo sabe de desafíos. Desde las Ventanas altas,
de Philip Larkin, a los libros de Mario Luzi y de Milosz, vemos que incluso después
de Auschwitz, o por causa de Auschwitz, la poesía no cesa. Aun en Celan. No cesa.
El Aleph de Borges. La Dublín de Joyce. Los Cronopios de Cortázar. Todo en
todo.
FM En tu segundo libro de poemas, Alma Vênus (2000), nos encontramos con un epígrafe de Guimarães Rosa:
“Tudo, para mim, é viagem de volta” (“Todo, para mí, es viaje de vuelta”). Anteriormente
se publicó Saudades do Paraíso (1997),
un libro de memorias. Allí hay otro epígrafe, de Mário de Andrade, donde
leemos: “só o esquecimento é que condensa” (“sólo el olvido condensa”.) Todo nos
lleva siempre al pasado, o a esa “nostalgia do mais” (“nostalgia del más”), como
titulas una edición dedicada a Artaud que organizaste en 1989. Si se supone que
todo es memoria, ¿en qué radica el deseo? ¿Cómo piensas en el futuro?
ML Con nostalgia. Nostalgia del Futuro. Nostalgia del todavía-no.
Del mismo modo que en el pasado. La vuelta de Guimarães Rosa como la vuelta a lo
primordial, fuera del tiempo y del espacio. La demanda de Itaca y del tiempo mítico.
Eliot habla del pantiempo. Jung, del tiempo Aion. Me fascina la idea del eterno
retorno, Y de modo ambiguo. Porque al mismo tiempo que me atrae, también me asusta.
Otra concepción, la del físico Mario Novello, con sus viajes en el tiempo. En las
curvas de tiempo cerrado. En la herencia de las cogitaciones de Gödel. Eso todo
en Alma Vênus, que es un libro templado por cuestiones cósmicas,
en cuyas aguas intenté elaborar un micro-lusíadas cuántico, marcado por elementos
de retorno -“novos pedros e outros vascos, dos quais marítimos ou anfíbios
descendemos”- (“nuevos pedros y otros vascos, de los cuales marítimos o anfibios
descendemos”), y observaciones cosmológicas -“o nada sobrenada entre infinitos infinitos”-
(“la nada sobrenada entre infinitos infinitos”) y el problema de la materia -“mil
pássaros do silêncio dão asas ao coração fugitivo da matéria”- (“mil pájaros del
silencio dan alas al corazón fugitivo de la materia”.) Em Saudades, la idea de la condensación me encanta desde Dante. Las almas
están -las del infierno y las del purgatorio- en estado de fulminante comprensión
de lo que fueron y de lo que ocurrió. Dicen médulas y esencias. La condensación
que la muerte inaugura les dejó una especie de triunfo de la claridad. O de triunfo
de la brevedad. Un relámpago. Y así las cosas emergen con una claridad terrible
y feroz. Como la claridad de Artaud, cuando escribe a los directores de los hospitales
en Francia… Pero no es en el pasado ni tampoco hacia el futuro. El pasado y el futuro
son dos fantasmas que pueden agotar -ensombreciendo- el aquí y el ahora. Lo que
importa es la conquista del presente. Continente inmenso, pero con el cual tropezamos
todo el tiempo y es como si huyera de nosotros. Nostalgia, por lo tanto. Nostalgia
del ahora. ¿Cómo se llega?
FM Sería la “pasión del infinito” que titula uno de tus libros.
Me gusta tu referencia al Infierno, en Dante, como un “inmenso hospital”, un viaje
ulterior por la psiquis humana, el mismo viaje arriesgado por Nise da Silveira,
al buscar el fundamento del ser en sus antípodas. Tienes razón: la osadía mayor
es tocar el presente. Y la clave
está allí en el verso inicial de tu Meridiano celeste: “Bem sei que as partes
/ que me cercan /não me atendem” (Bien sé que las partes / que me cercan / no me
atienden”.) Voy a abstraer de esta afirmación el carácter metafísico, reduciéndola
provocativamente a la condición mundana de tus pares. No sé si somos exactamente
de la misma generación. Lo resalto, porque en el Brasil perdimos hasta la percepción
de este componente cartográfico. Quiero saber cómo sobrevives a la ausencia de pares
tangibles, contemporáneos tuyos. ¿Con quién dialogas, finalmente? -considerando
aquí el plano más terreno posible.
ML Bueno, Floriano, éste es uno de los diálogos más lindos de
los que he participado. Y cómo me gustan tus retos. Porque saltan. Pero saltan con
tanta seriedad… Soy de diciembre de 1963, Sagitario. Creo que lanzo algunas flechas.
Apunto mi telescopio al cielo, en carácter de astrónomo aficionado -un poco remiso
en estos últimos dos años. Pescar no sé. Nunca me atreví. Me gusta mandar mensajes
en botellas. Y me acuerdo del lindo poema de Whitman. Cuando el mensaje llegue al
lector, tal vez yo no exista. Y puede ser que al escribir el mensaje el lector todavía
no existiese. Por lo tanto… siempre ese gap. Esa falta. Esa latencia. Mis
pares son los que concuerdan en el horizonte que buscamos. Y no los que militan
en la burocracia, en el infierno de las formalidades desmenuzadas, sin entusiasmo. Sin adherir a la tarea. Mis pares son
los que tienen ese pacto -que es el tuyo, Floriano- con las llamaradas. Veo,
por ejemplo, en tus poemas, una presencia del fuego tan intensa que tu poesía carga
con la mayor concentración de incendios en la poesía brasileña. Así como nunca llovió
tanto en la poesía brasileña como en la obra de Joaquim Cardoso. ¿Mis pares, Floriano?
¿Nuestra posible cartografía? ¡El exceso!
FM Cuando leí tu O Sorriso
do Caos (1997), lo que más me llamó la atención lo puedo tomar prestado de una
observación tuya, allí, respecto de otro libro: “Lo que realmente encanta en este
libro no depende de las partes, sino del sistema que las configura”. Y recuerdo
que fue a partir de ese concepto que escribí una reseña, por ese tiempo, sobre tu propio libro. El diseño o estructura
de tus libros da en el blanco de lo que propones. No tienen la presunción del protagonista
omnipresente. Así como Per Johns acertó al decir que en Os olhos do deserto (2000), “el desierto es el personaje”, podemos decir
que la biblioteca es el personaje en O Sorriso
do Caos, o que Marco Lucchesi es el personaje en Meridiano celeste. Esta “aventura de la unidad” es algo que se contrapone
a una dispersión corriente si observamos cómo son pensados los libros entre nuestros
contemporáneos. ¿Cómo procedes, exactamente, con este sentido de la unidad?
ML El sentido de la unidad, Floriano, es una necesidad tan delicada
y dramática en mí… Comenzó cuando estudiaba metafísica -en libros latinos-, cuando
yo estaba enamorado de universales y de trascendentales. En busca de la unidad.
La búsqueda de la causa. Esos fantasmas que me tomaron por asalto en mi juventud.
Fíjate, Floriano. Yo estaba dividido y me llevó tiempo aglutinar la metafísica y
la revolución. La ontología y la dialéctica. Eran tiempos en que yo estudiaba mucho
lógica y matemática. Tiempos arduos en que creía -quince, dieciséis años- que el
misterio podía ser matematizado. Pensaba en eso. Pero dudaba. La idea de la unidad,
como trascendental puro. Después, con Dante, siempre Dante, apostando a la unidad
de cada piedra en la Comedia. Piedra. Astro. Nube. Todo muy cerrado. Muy articulado.
No sólo una enciclopedia booleana sino, más aún, una red profunda de remisiones,
desprovista de accidentes o gratuidades. Y todo eso, sin embargo -y esa era la parte
más admirable-, todo eso comenzándose a disolver en el último Canto del Paraíso.
La libertad en el lenguaje. La unidad como seguridad ontológica. Después, porque
siempre tuve una especie de repugnancia por una colección de libros, o de ideas,
que no se volvieran más abarcadoras e interdependientes. La idea no es la de cerrar
los ojos frente al caos que nos circunda, y de no leer los saltos, los cortes, los
devaneos, clivajes y fragmentaciones. Esas cuestiones son reales, existen tal cual
son -y el trabajo de la razón está en amar la biodiversidad dionisíaca y lanzar
un diálogo luminoso a través de Apolo. Sin oposición. Concuerdo plenamente con que
en O sorriso do caos la biblioteca es
el personaje. Leo los libros que me leen. E intento una especie de breve cartografía
personal de los libros que forman mi república. En Meridiano el poeta es el tema del libro. De la búsqueda de sí mismo.
Lleno de libros. Pero de vida. De viaje. Y mis locuras. Mis venenos. Mi insensatez.
La unidad y la dispersión. Me gusta trabajar en la orilla, en el límite. Dante tiene
la bellísima idea de cómo narrar a Dios. Si decide hacerlo, la idea es la del sueño,
que se deshace por la mañana. O de la nieve que se derrite bajo el impacto del sol.
O cuando finalmente trata de Beatriz y dice que es imposible describir su belleza
-Borges amaba ese pasaje: E qui convien saltar
ogni costrutto. No da para avanzar en el terreno de la unidad… entonces conviene
saltar. Eso es lo que me gusta, Floriano: la cosa minuciosa y flexible. La unidad
casi rompiéndose. Pero sobre todo la libertad. Responsable. De acuerdo. Pero siempre
la libertad. Porque lo que cuenta es la intangibilidad del rostro de Beatriz.
FM Y naturalmente los muchos
rostros de Beatriz, a ejemplo de la Camila que encontramos en Bizâncio (1997) o de esta aún más enigmática
Leila que buscas en Os olhos do deserto,
¿estoy acertado?
ML ¡Claro! ¡Claro! Aunque exista un abismo entre ambas, se trata
de un mismo rostro perdido. El rostro de la poesía. Los senos del futuro. Tumefactos de espera. Leila es otro momento
de liberación. Fue un libro -sobre el cual tú escribiste con tanta belleza- que
me vino de una felicidad. La de estar en una nueva geografía. Nuevo cielo. Nueva
ciudad. La experiencia de la guerra. Y de la paz. Cómo y cuánto se encendieron mis
esperanzas, Floriano, en otra lengua, en destinos impensados y desconocidos. En
los ojos de Leila -personaje puramente ficticio-, el lugar en que cumplo lo que me resta de paz y la luz
esperada de mi posible redención.
FM El lector afecto a la poesía llega a desorientarse con declaraciones
de un mismo crítico sobre la condición excelsa de cada poeta que comenta; o sea,
en cada reseña afirma que aquel es el poeta que produce lo mejor de la poesía brasileña.
Cuando no se comporta así, nuestra crítica simplemente se calla, deja pasar inadvertidos
valores expresivos. Completa el cuadro la resistencia a aceptar determinados actos
poéticos que se imponen por sí mismos, claro, pero que son perjudicados por un verdadero
sistema de rechazo. Los motivos, en los tres casos, son siempre del orden de la
ceguera, la presunción y los intereses sectarios. Así, el lector pierde la
confianza, vive en el desamparo, o, peor, es inducido a una falsa convivencia, a
un falso aprendizaje. ¿Crees que ésta sea una situación remediable? ¿Se podría evaluar
su costo y avizorar alguna perspectiva de cambio?
ML Ese tema un poco nos abate a todos. Momentos de desesperación.
No raros. La crítica de poesía - Por Dios,
Floriano… Qué tema durísimo ése. Llega a ser una afrenta, el desentendimiento.
Y en el Brasil, cuántas capillitas, todavía. Cofradías. Actitudes masónicas de críticos
y poetas. Que se reconocen. De esta o de aquella hermandad. ¡Cuando no se llega
al colmo de escribir poesía sirviendo a una tendencia crítica! La crítica debe perseguir
a la poesía, como blanco del lenguaje nuevo que instaura, y no la poesía perseguir
a la crítica. La inversión muchas veces ocurre por una voluntad -levemente comprensible, pero realmente
entristecedora- de ingresar en un circuito. No necesariamente mediático, pero sí
de rápida compensación. Salir de los guetos solidarios. Encontrar su crítico. Pero
ahí está la muerte. Pagar el precio de la soledad. Puede ser duro, pero no se mide
el precio de la libertad. Se establece una relación sectaria y todo está
perdido. Aparte, contamos con los dedos los críticos de poesía. Libres. Que no precisen
de prospecto para la determinación
de este o de aquel camino. Y que, sobre todo, respeten las diferencias. Las dificultades.
Yo pienso, Floriano, en la delicadeza de un Machado de Assis, crítico. En el ejercicio
de la humildad. Pero atención, de la humildad como instrumento de la crítica y de
la metodología. Para saber que la capacidad de admiración no significa derrota del
espíritu crítico. Que hay siempre un brillo posible. Y que es preciso revelarlo,
antes de establecer un juicio de valor superficial, que puede costar talentos. No
vamos a recordar aquí el ejemplo de Lobato y Anita Malfatti. Pero, fíjate… No estamos
lejos de ciertas posturas semejantes…
FM Sí, un ejercicio crítico que nos permita inclusive aquel
“radical elogio de la diferencia” que evocas en una entrevista que hiciste a Roger
Garaudy. O el deleite ante “los pequeños modos de la sustancia infinita”, como Nise
da Silveira recuerda a Spinoza en otra entrevista tuya. La crítica que identifique
lo diverso y se proponga iluminar sus eventuales zonas oscuras. No el juego de amarguras, envidias, prejuicios y negociados. Lo que vivimos en el
Brasil es que las distorsiones de la crítica asumen una connotación de transfiguración
de la historia. No se trata de una liviandad esporádica que la historia naturalmente
anula. Es todo un sistema de reorientación del propio eje de la historia. La manera
como se sobrevaloriza la débil representatividad de la Semana de Arte Moderno o
de caprichos excluyentes como la Tropicália y el Concretismo, al lado de este rechazo
sistemático a la incontestable expresión de la obra de Murilo Mendes y Jorge de
Lima por parte de un crítico mayor como Wilson Martins etc., todo esto se ramifica
por repetición y ausencia de contestación. Y se repite de otra maneras, como la
configuración de un cine brasileño, una imposición sectaria que sufrimos hoy. Hay
otro Brasil, que está siendo fundado en una mentira, de la forma más cínica que
se pueda imaginar.
ML Las cosas en ese campo son ásperas. Parece que todavía estamos
en una santa cruzada de la indiferencia y del alto oscurantismo en el campo de una
crítica difusa y perdida. La crítica de la poesía, ¡Por Dios! Y las exclusiones, la prisa en catalogar las mariposas,
asesinándolas, impidiéndoles el vuelo -pienso en las mariposas magníficas de México
y de Bolivia. Una especie de antología de juicios apriorísticos, que impiden cualquier
visión abarcadora, cualquier tipo
de hipótesis. Sería preciso escribir una historia de la ausencia brasileña. Del
canon rígido. De la exclusión total, absoluta e inexplicada. ¿Dónde Joaquim Cardozo?
¿Dónde Murilo y Jorge de Lima? Mencionados con disculpas. Señalados como imprecisos.
O alabados sin que se sepa con certeza cómo y por qué. Pero eso no pertenece sólo
al campo de la literatura. Sino al de la cultura -quiero decir de modo más abarcador,
sin producir clivaje. Fíjate en el caso de la música brasileña. Henrique de Curitiba.
Mignone. Radamés. Guerra Peixe… Son prácticamente materia inalcanzable. Por eso yo sugiero el libro
La literatura brasileña, ausente de
sí misma.
FM En Bizâncio, hay
un capítulo dedicado a traducciones, un encuentro con poemas, más que con poetas,
que presumiblemente expresan una afinidad estética. De alguna manera recuerdo al
mejicano José Emilio Pacheco, que insertó en Tarde o temprano (1980) un capítulo igualmente dedicado a traducciones
de poemas. Pensemos en la idea de aproximaciones,
defendida por él, o de visitaciones, como
sugieres tú, el hecho es que la poesía solamente se realiza en el diálogo, en esta convivencia inagotable con la tradición.
Incluso cuando se declara una imitación o un pastiche, lo que se revela es el diálogo,
donde importa esencialmente identificar las dos voces. De otra manera, se instaura
una sumisión, con la consecuente dilución, el empobrecimiento del lenguaje poético,
etc.
ML Floriano, tú sabes que yo necesité escribir -eso es verdad,
no es broma- una carta para mí mismo
y para varias editoriales avisando mi muerte como traductor. Reproduje una parte
en A memória de Ulisses. Sobre todo porque
la traducción para mí fue siempre un inmenso sacrificio. Un trabajo desesperante.
Una masacre. Un convite al insomnio. Chispazos. Exilios terribles. Abandonos. Y fíjate, las traducciones de Eco me maltrataban por el volumen y por
las exigencias. Pero mi ejercicio duro fue con los rusos, el Doctor Zhivago, y con el poeta Rûmî, con
Juan de la Cruz, Hölderlin y Trakl. Pasé años de mi vida aprendiendo lenguas -por
causa de esa telemaquia mencionada arriba. Y la traducción era una forma de compensar
ese esfuerzo extra-muros. Quedarme dentro de la casa de mi lengua. Mi relación con
la traducción fue muy sufrida y por eso decidí que no iba a traducir más. Y así
me mantengo hasta hoy, a veces escribiendo un poema en otra lengua, dictado por
la necesidad, como en Meridiano, el poema
que escribí para la escritora búlgara Svoboda Bachvarova, que siente un gran amor
por el ruso, lengua de su religión y de su patria literaria. Pero, en fin… creo
que la traducción es un desafío arduo y magnífico. Y cuando elijo un autor, trabajo
con afinidades, con admiraciones, con zonas de frontera y de lecturas coincidentes,
de modo que no haya arbitrariedades mías perpetradas contra mí, esquizofrenias y
pluralidades que no me pertenezcan -¡ah!, el fuego de la unidad, otra vez. La elección
de lo fatal. Porque entonces yo me vuelvo invisible. Estoy seguro de que la invisibilidad
del traductor es la mejor parte de lo que hace. El lenguaje, éste sí que merece
visibilidad. No admití complacencias narcisistas desmedidas, secuestradoras de otros
textos, faltándoles el respeto, inclusive, para mostrar mi capacidad de mejorar
a Dante, Goethe, Shakespeare. En Teatro alquímico,
yo defendía una tenue relación que aproximaba el traductor al alquimista. Las elecciones
que me eligen. La economía y las relaciones bilaterales del texto-origen con el
texto-fin. Retortas. Pelícanos. Atanores -de un lado-; diccionarios, lecturas y
palimpsestos -de otro. De modo que no sé determinar dónde comienzo y dónde termino,
como poeta y traductor. Ejercicio de tormento y pasión…
FM Sí, yo recuerdo cómo aproximas traducción y alquimia en un
ensayo del libro Teatro alquímico, busca
idéntica, de la palabra perfecta y de la piedra filosofal. Igualmente atormentada
y apasionada, como dices. Convergentes, en nombre de la creación. Sin embargo exactamente
en nombre de la creación matas al traductor que hay en ti. ¿Hay acaso una contradicción
en esto? O por otro lado, ¿quién de los dos ahora recomienzas a ser?
ML Concuerdo absolutamente con la contradicción desvergonzada
y casi exuberante, tras cuya espesura me escondo, asesino de una dialéctica sutil.
Lo percibiste con absoluta precisión. Y por causa de eso, intento explicar el sofisma,
en el que me perdí. O sea: concuerdo en que traducción y creación representan una
sola actitud. El problema es que la legislación de las dislocaciones semánticas, las compensaciones, los equivalentes que
no existen y la a voluntad de llegar al final de una geografía, todo eso se mostraba
con una vehemencia terrible. Yo quería otras dificultades, libertades que no me
acallasen la música interior -en A memória
de Ulisses trato de mis pianos, el de verdad y el interno. Y porque tuve alegrías
y galardones bien señalados en ese
campo. Y sólo me veían. Sólo me querían como traductor. Nada era más importante.
Por eso decidí acabar con él. Y con la parte de él que llevo en mí. Yo no quería
que él, el traductor, me eclipsara y me vedara las partes deseadas que yo llevaba
adentro. Y mi piano. Lleno de disonancias. Y de alguna armonía.
[2006]
MARCO LUCCHESI (Brasil, 1963)
Bizâncio. Ed. Record. Rio de Janeiro. 1997. / Poesie (em italiano). Grilli. Roma. 1999.
/ Alma Vênus. Ed. Fora do Comércio. Niterói.
1999. / Poemas reunidos. Ed. Record. Rio de Janeiro. 2004. / Meridiano celeste & Bestiário. Ed. Record. Rio de Janeiro. 2006.
[Escritura conquistada. Conversaciones
con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro
y La Rana.
2010.]
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