FM Como nos recuerda el uruguayo Eduardo Milán, “todo
poeta viene de otro poeta o tal vez de una amalgama de poetas”. ¿Cuáles son las
principales fuentes de tu poesía?
PL La palabra amalgama remite muy pertinentemente a
la palabra espejo. Ahora mismo pienso en un ejemplo con el que suele ilustrarse
su significado en los diccionarios: “La amalgama del estaño sirve para azogar
los espejos”. Del espejo, entonces, a la multiplicación de figuras que en este
caso son voces (lo cual le quita a los espejos la condición de abominables que
les atribuye Borges en una página famosa). La palabra fuente, por otra parte,
connota al mismo tiempo origen, movimiento, transformación: fluencias, en suma,
difíciles de describir.
Pero la insistencia en ciertas
relecturas o regresos podría contribuir a fijarlas, si uno se pregunta por qué
vuelve a esos lugares, por qué son lugares privilegiados. Y aunque centralmente
se trate de la frecuentación de espacios poéticos (Gracilazo, Fray Luis,
Quevedo, Villamediana; Nerval y Desnos; T. S. Eliot; Pessoa; Darío, Borges,
Vallejo; mis amigos incluidos en el número de Inti que editamos con Luis Eyzaguirre), para mí hay también otros
recorridos memorables: las crónicas coloniales; algunos novelistas como Kafka,
Calvino, Buzzati; la pintura, la música.
FM Jorge Rodríguez Padrón nos llama la atención hacia
la “inteligente cohesión” de los fragmentos (“astillazos de lenguaje”, diría
Barthes) con que está formada tu poesía, destacando también la “fluida
simplicidad y extraordinaria concisión” de tus versos. De manera general,
¿crees que cada poeta elige (o es elegido) por un único tema, y que toda su
poesía consiste en variaciones de ese tema central?
PL Creo que sí, pero el registro de esas variaciones
puede ser muy amplio (pienso en César Vallejo y en Enrique Lihn, dos casos
ejemplares en este aspecto). Yo giro alrededor de dos o tres ideas fijas: la
memoria y el sueño, esos enigmas. Estas son mis astillas, no sólo de lenguaje
sino de realidad.
FM Joseph Conrad cree que escribir sobre el mundo,
por más realismo que se ponga, resultará siempre en una historia fantástica, por
el hecho de que el propio mundo es absolutamente fantástico. ¿También piensas
así? ¿Toda literatura es fantástica?
PL Conrad es un autor a quien leo frecuentemente, y
muchas veces he debido preguntarme de la extrañeza,
que en sus relatos reverbera siempre, por así decirlo, de manera tan
inquietante. La eficacia consumada de Conrad para transmitir ese sentimiento de
extrañeza e incertidumbre de lo real se debe a lo que Ud. recuerda aquí; porque
lo que se lee en su obra es más que una sospecha, una convicción del carácter
enigmático, contradictorio, misterioso de los móviles de la conducta humana y
de la relación del hombre con el mundo. Tiene que haber sentido la literatura
como una irrealidad al cuadrado: el universo imaginado, y sostenido por puras palabras…
un desliz en ellas y lo que se quiso decir es otra cosa (hay un ejemplo
extraordinario de esto en El agente
secreto, cuando Winnie le cuenta al enamorado camarada Ossipon el asesinato
de su marido, que ella ha perpetrado con un cuchillo de cocina: como Ossipon
cree y quiere seguir creyendo algo distinto, porque está en otra región de
realidad, esa escena es un malentendido extremo, grotesco y trágico a la vez).
Kart Bühler llama deixis en fantasma
a esa particularidad de la literatura, por la cual un narrador lleva a su
oyente al reino de lo ausente: “El que es guiado en fantasma -dice Bühler- no
puede seguir con la mirada la flecha de un brazo con el índice extendido por el
hablante, para encontrar allí el
algo; no puede utilizar la cualidad espacial de origen del sonido vocal para
hallar el lugar de un hablante de dice aquí;
tampoco oye en el lenguaje escrito el carácter de la voz de un hablante
ausente, que dice yo”.
Si todo esto no se reconoce
como fantástico no sé con qué nombre podría designarse con mayor exactitud.
FM Pienso en tu apetito voraz por la lectura -tú
mismo dijiste: “puede ser un desvío culpable porque querría haber sido
bibliotecario”- y me acuerdo de algo que decía Borges en un poema: “Que otros
se jacten de las páginas que han escrito; / a mí me enorgullecen las que he
leído”. ¿Sería ésta también tu relación con la lectura?
PL Se ha señalado a menudo el escepticismo de Borges
y su precisión para manifestarlo. Yo me declaro un simple aprendiz de ésa y
otras lecciones suyas. (Una de mis “Noticias breves” dice: “Borges, qué
razonable me parece lo que Ud. escribe / para acostumbrarnos al desencanto del
mundo”.) Puede ser también que uno quiera cerrarle la puerta al desencanto
abriendo la de los libros, y que eso parezca más gratificante que la propia
escritura.
FM Fundaste y dirigiste durante seis años la
colección “Letras de América”, en la Editorial Universitaria, en Santiago,
editando allí no sólo poetas chilenos sino también algunos nombres importantes
de la poesía hispanoamericana, como el cubano José Lezama Lima y el peruano Carlos Germán Belli. ¿Hasta qué
punto ese esfuerzo editorial sirvió para aproximar la literatura de esos
pueblos que, aunque hablan el mismo idioma, se mantienen tan distanciados entre
sí?
PL El propósito era ése: tratar de acortar las
distancias. Intenté, incluso, que los estudios preliminares para las obras
elegidas fueran escritos por ensayistas o críticos de una nacionalidad distinta
a la del autor. No avancé mucho en esto, pero algo conseguimos: José Miguel
Oviedo escribió un bueno prólogo para un libro de Ernesto Cardenal; Marta Traba
presentó un libro de cuentos de Hernando Téllez; yo mismo escribí una notícula
para un libro de Augusto Roa Bastos; los Asedios
a García Márquez, Carpentier y Vargas Llosa incluían trabajos muy variados.
Pero fue sólo el comienzo de una empresa que, como sucede a menudo en
Hispanoamérica, disponía de un apoyo precario (yo conté siempre con el de
Eduardo Castro, Gerente de la Editorial). Un proyecto que se frustró del todo
en 1973. Teníamos entusiasmo, sin embargo, como para pensar que las utopías no
eran irrealizables. Y si pudiera, volvería a intentarlo.
FM En 1980, en uno de tus muchos viajes a Chile,
dijiste que, a pesar del cuadro político reinante, allí había una “fuerza
intelectual considerable”, que ya entonces se definía como generación. ¿Qué
relación hay entre esas palabras tuyas y la llamada “generación emergente”, ya
en aquella época conocida también como “generación dispersa”?
PL Esas denominaciones me han parecido siempre -y
ahora más que antes- muy imprecisas. Todas las generaciones son emergentes en algún momento, y luego
dejan de serlo. No sé a quién se le ocurrió designar a un grupo literario con
una etiqueta que no es más que “inanidad sonora”. La otra expresión es todavía
menos feliz. Generaciones dispersas fueron todas las que actuaban en el momento
del golpe militar en Chile. No hubo una
generación dispersa: hubo una comunidad cultural, y nacional, dispersa. En el
exilio coincidieron Gonzalo Rojas (1917), Luis Domínguez Vial (1933), Oscar
Hahn (1938), para citar a representantes de tres promociones distintas, y que
desde esos años trabajan en el extranjero. Al mencionar una “fuerza
intelectual” cuya existencia en el país me parecía admirable en tales
condiciones, yo pensaba en cierta gente joven que, dispersa o no, estaba
haciendo bien su trabajo: en poesía, Juan Luis Martínez, Diego Maquiera y
Roberto Merino, por ejemplo; había también jóvenes que publicaban pequeñas
revistas, o volantes poéticos, o los que organizaban talleres literarios, todo
esto en medio de grandes dificultades. La conducta de esos jóvenes ha
contribuido, creo yo, a asegurar la continuidad de la tradición poética en
Chile, algo que se advierte hoy muy claramente.
FM Me gustaría que hablemos un poco sobre Vicente
Huidobro. Siempre leí sus últimos libros (Ver y palpar y principalmente El
ciudadano del olvido) como los fundamentales de su vasta obra (por tratarse
de una consolidación, a mi juicio definitiva, de su poética); con todo, la
crítica es casi unánime en enaltecer la fase inicial (“creacionismo”) y Altazor,
lo que siempre me dejó intrigado. Recientemente leí una entrevista con otro
importante poeta chileno, Gonzalo Rojas, en la cual él comulga con mis impresiones
sobre la poesía de Huidobro. ¿Ésta sería también tu opinión? Y aquí agrego:
¿Hay progreso en la poesía?
PL Ha empezado a abrirse camino una revaloración del
último Huidobro, ése que podría llamarse el Huidobro de la intensidad para distinguirlo del Huidobro de la novedad, el de los años 16 al 18
(a mi modo de ver más importante para la historia de la poesía que para la
poesía en sí misma). El espejo de agua,
Horizon carré, Poemas árticos y Ecuatorial
han envejecido, lo que no es raro que les ocurra a las novedades, sin menoscabo
del interés que suscitaron en su hora. Leído y escuchado desde Altazor y Temblor de cielo hasta sus últimos poemas, uno suscribe sin
reservas el juicio de Octavio Paz: “es el oxígeno invisible de nuestra poesía”.
Para llegar a eso tal vez fue necesaria la etapa de las “novedades ruidosas”, y
por allí se puede esbozar una respuesta a la formulación final de su pregunta:
leer la obra de Huidobro como un proceso, en el cual uno se va encontrando con
autores distintos. A mí me importa, y mucho, el poeta que escribió desde Altazor hasta sus intensos poemas de la
década de los cuarenta.
FM Stefan Baciu, en su Antología de la poesía
surrealista latinoamericana (1981), prodiga hartos elogios al grupo Mandrágora,
con lo cual desacuerda enteramente Gonzalo Rojas, diciendo que se trata de una
exageración, por cuanto ese grupo no pasó de un seudo-mito. Según Rojas, “el
llamado Surrealismo ortodoxo en Chile me parece algo inventado, no tuvo nada de
necesario o fatal”. ¿Qué te parece esta polémica en torno al Surrealismo
chileno?
PL La opinión de Gonzalo Rojas es válida, y pocos
dejan de compartirla hoy en Chile. Gonzalo participó inicialmente en ese grupo,
y se apartó de él cuando advirtió lo que señala en su cita: lo que no ocurre por
cierto con otros surrealistas hispanoamericanos cuya obra fue marcada vivamente
por esa experiencia: Octavio Paz en México; César Moro y Emilio Adolfo
Westphalen en el Perú; Enrique Molina en Argentina. Ojear ahora la revista Mandrágora es decepcionante. Los años
han diluido esa escritura, la han hecho casi invisible: quedan algunas líneas
que la acercan a la “letra” y al “gesto” surrealistas, facilidades de las que
en sus mejores momentos se escapa Braulio Arenas, un escritor verdadero. Otra
personalidad de Mandrágora superior a su obra fue Teófilo Cid, una leyenda
entre nosotros (a condición de que no se lean sus poemas ni sus relatos). Mi
generación lo admiró por buenas razones -su inteligencia literaria y su
información eran notables-, y hasta por un libro de cuentos que casi nadie
había leído y que cada vez resulta más ilegible: Bouldroud. Pero Teófilo Cid fue un personaje tan fascinante como
patético, cuya vida tendría que ser escrita por alguien dotado de la
penetración y las destrezas de Enrique Lihn o Jorge Edwards.
El Surrealismo dejó su huella
en Chile, por supuesto (Nicanor Parra dijo en 1958 que el antipoema no era otra
cosa “que el poema tradicional enriquecido con la savia surrealista”). Por eso,
me parece mejor orientada la sugerencia de Baciu de releer a cierto Huidobro
desde esta perspectiva. Yo creo que Temblor
de cielo, entre otros textos huidobrianos, nos reserva todavía muchas
sorpresas. Y lo mismo habría que decir de Rosamel del Valle.
[1995]
PEDRO LASTRA (Chile, 1932)
Noticias del estranjero. Premiá Editora. México.
1979. / Cuaderno de la doble vida.
Ediciones del Camaleón. Santiago. 1984. / Travel notes. La Yapa Editores. Maryland. 1991. / Noticias del estranjero. Editorial
Universitaria. Santiago. 1992. Carta de
navegación. Medellín. 2003. / Leve
canción. Ed. Irene Mardones. Ecuador. 2005.
[Escritura conquistada. Conversaciones con poetas de Latinoamérica. 2 tomos. Caracas: Fundación Editorial El Perro y La Rana. 2010.]
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